miércoles, 20 de febrero de 2013


  Martín Gelabert Ballester, OP 
¡De lo que son capaces las monjas! 



Tras asumir el poder Fidel Castro muchos religiosos, religiosas y sacerdotes, salieron de Cuba. Hubo una Congregación, la de las Hermanas de la Caridad, que fue respetada. ¿El motivo? Antes de la toma del poder, Fidel estuvo preso. Mientras estuvo en la cárcel, una Hermana de la Caridad le visitaba y le ayudaba (como hacían otras hermanas con otros presos). Fidel estaba entonces escribiendo fragmentos de su obra “La historia me absolverá”, y la hermana sacaba de la cárcel el escrito de Fidel, escondido en su hábito. Cuando Fidel logró el poder, la Hermana, que le trataba con confianza y cariño, le pidió reiteradamente, en privado y en público, que permitiese a las Hermanas de la Caridad seguir visitando a los presos. Fidel nunca se lo autorizó, ni a ella ni a las otras hermanas. Un día Fidel le dijo: no puedo permitirles que visiten ustedes a los presos, porque yo sé muy bien de los que son capaces.



Han pasado los años. Muchas Congregaciones han vuelto a Cuba. Y, con dificultades y pocos recursos, las hermanas siguen siendo capaces de muchas cosas. Por ejemplo, las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, en el país más envejecido de Latinoamérica (¿por qué será?) se ocupan de un asilo, en el que hay una amplia lista de espera para poder entrar. Es el mejor de Cuba y allí los ancianos y ancianas tienen una adecuada atención religiosa. Por su parte, las distintas Congregaciones y grupos de religiosas dominicas realizan una admirable labor religiosa y social en barrios marginales de La Habana y en los distintos pueblos de la isla. Dan catequesis a niños, jóvenes y adultos; algunas se ocupan del catecumenado de adultos y de “Caritas” parroquial.



Las hermanas realizan una importante tarea de acompañamiento, con actividades de primera necesidad: atención sanitaria, atención a las familias de los presos, refuerzo educativo para niñas y niños que lo necesitan. Tienen talleres de costura y de otros oficios. Reparten desayunos y comidas a gente postrada o muy pobre. Escuchan a la gente (“lo que más tiempo nos ocupa”, decía una hermana). Y animan bastantes “casas de misión”. Una casa de misión es una especie de comunidad de base. Una familia pone su casa a disposición de la Iglesia y allí se reúnen entre 10 y 15 personas para celebrar la Palabra, formarse humana y religiosamente y ayudarse. Son sencillos ejemplos de lo que son capaces de hacer las monjas, con mucha entrega y sacrificio. Ellas son evangelizadoras en primera línea y la mano de Dios para muchas personas.



Se me olvidaba lo más importante. Plantean una pregunta: “¿cómo es que están ustedes aquí, tan alegres y tan felices, cuando muchos quieren marcharse?”. Y una cosa final a propósito del marcharse: mientras el gobierno de Cuba expide pasaportes a los ciudadanos que lo solicitan, los gobiernos de España, Francia, México y Ecuador se niegan a dar visados a los ciudadanos cubanos. ¿Qué queda entonces de la segunda parte del deseo de Juan Pablo II: “que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”?

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