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Cuaresma (C) Lucas 9,28-36
ESCUCHAR A
JESÚS
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Los
cristianos de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada
tradicionalmente "La transfiguración del Señor". Sin embargo, a los
que pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el
significado de un relato redactado con imágenes y recursos literarios, propios
de una "teofanía" o revelación de Dios.
Sin
embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten
descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les resulta
hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus
discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente "para
orar", no para contemplar una transfiguración.
Todo
sucede durante la oración de Jesús: "mientras oraba, el aspecto de su rostro
cambió". Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su
Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más
profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada
día.
En
la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de
alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero
sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe,
algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento
que no es posible obtener de los libros.
Lucas
dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues "se caían de
sueño" y solo "al espabilarse", captaron algo. Pedro
solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar
nunca. Lucas dice que "no sabía lo que decía".
Por
eso, la escena culmina con una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven
envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo,
de aquella nube sale una voz: "Este es mi Hijo, el escogido.
Escuchadle". La escucha ha de ser la primera actitud de los
discípulos.
Los
cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" nuestra
religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera
distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco
una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo
de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores,
necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde
dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón.
Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.
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