Martín Gelabert Ballester, OP
Documentos secretos muy públicos
La dimisión del Papa ha provocado una cascada de noticias nada ejemplares que implican a personas e instituciones importantes del entramado institucional eclesiástico y, sobre todo, vaticano. ¿Todo esto, blanqueo de dinero, corrupción, escándalos sexuales, luchas de poder, es verdad? ¿Será verdad que el Papa ha dimitido porque el entorno ha podido con él? Y si así fuera, ¿por qué no lo dice claramente y se limita a hacer un gesto que cada uno interpreta en función de su propia ideología? Por otra parte, ¿cómo es posible que unos documentos tan secretos, sean tan públicos? Cierto: dice el Evangelio que no hay nada oculto que no llegue a saberse, pero lo más probable es que la palabra evangélica solo encuentre su plena verdad en la escatología.
“No vamos a responder a todas las fantasías y opiniones”, ha declarado el P. Federico Lombardi. Cierto. Pero es preocupante un río que suena tanto, lleve agua o no la lleve. La Iglesia está llena de pecadores. Esto es una evidencia y un consuelo. Porque Dios acoge a los pecadores y Jesucristo no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. No es menos cierto que el pecado de la Iglesia le resta credibilidad. Y hace daño a los débiles en la fe. También es cierto que el pecado es más llamativo, siempre hace más ruido que el bien, aunque sea el bien mucho más abundante. De hecho, en la Iglesia y fuera de ella, hay más bien que mal, porque si no fuera así, este mundo sería una selva en la que no se podría vivir.
Si repasamos la historia de la Iglesia encontraremos un montón de episodios poco ejemplares. Pero también encontraremos a grandes santos, profetas, teólogos, misioneros que, apoyados en su fe, han denunciados tales episodios. Mientras el Papa Alejandro VI tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas, y la gran mayoría de los sacerdotes vivían en concubinato, San Francisco de Sales recorría Suiza calificando los escándalos del clero de “asesinato espiritual”, pero advirtiendo que los que permitían que el escándalo destruyera su fe eran culpables de un “suicidio espiritual”.
Ese es el consejo que yo me doy a mi mismo: no te suicides espiritualmente. Pase lo que pase, tu fe se apoya en Jesucristo. El es la causa, el motivo, la razón de tu fe. Toma buena nota de lo que veas y oigas. Pero clasifica las notas en dos columnas: en una, pon aquello que te resulta estimulante y merece ser imitado; en otra, pon aquello que no debes repetir.
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