lunes, 25 de febrero de 2013


Providencia y azar
Ciencia y religión (VI)
El "autobús frívolo" y el "cíngaro desamparado" frente al Dios "poeta del mundo" y "gran compañero".
Andrés T. Queiruga 
Encrucillada


El título del apartado remite a consecuencias que son especialmente relevantes. Sólo podrán ser tratadas de modo muy breve y alusivo, atendiendo a dos contrastes principales: a) la ciencia, como fuente de sentido o sinsentido para la existencia y b) la ciencia, como vía al ateísmo o camino a Dios.

6.1. Resulta sorprendente la diferencia llamativa del modo como en los últimos tiempos se presentó el resultado que para la existencia humana significa el llamado ateísmo científico. Los "jóvenes ateos" se presentan con una seguridad entusiasta, con una increencia optimista, como un nuevo evangelio de luz y felicidad: "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida".

En cambio, no hace mucho, en 1970, Jacques Monod, premio Nobel en biología, escribía Le hasard et la nécessité, una dura requisitoria atea contra toda idea de creación o providencia. Pero su conclusión era desoladora:

Si acepta este mensaje en su entera significación, le es muy necesario al Hombre despertar de su sueño milenario para descubrir su soledad total, su radical foraneidad. Él sabe ahora que, como un Cíngaro, está al margen del universo donde debe vivir. Universo sordo a su música, indiferente a sus esperanzas, a sus sufrimientos y a sus crímenes" .

Antes de él, en 1918, Bertrand Russell había llegado a conclusiones no menos escalofriantes:

(...) el hombre es el producto de las causas que no tenían previsión ninguna del fin que estaban realizando; que su origen, su crecimiento, sus esperanzas y miedos, sus amores y sus creencias no son más que el resultado de posiciones accidentales de átomos; que ningún fuego, ningún heroísmo, ninguna intensidad del pensamiento y sensibilidad pueden preservar una vida individual más allá del sepulcro; que todos los trabajos de las edades, toda la dedicación, toda la inspiración, todo el brillo cenital del genio humano están destinados a la extinción en la vasta muerte del sistema solar, y que el entero templo de los logros humanos tendrá que ser inevitablemente enterrado bajo los escombros de un universo en ruinas - todas estas cosas, si no absolutamente incontrovertibles, son, no obstante, casi tan seguras, que ninguna filosofía que las rechace puede esperar sostenerse .

John Hick, de quien tomo las citas, comenta que, ciertamente, "una interpretación naturalista del universo es muy mala noticia (very bad news) para la humanidad en su conjunto, mientras que una interpretación religiosa, de ser verdadera, es [...] una muy buena noticia (very good news) para la humanidad en su conjunto" .

Los corchetes indican que en esta última cita he omitido las palabras "con las excepciones que se anotarán a continuación". Porque no pretendo ni que la visión atea deba convertirse siempre en pesimismo existencial ni que la fe religiosa induzca necesariamente una visión optimista. Tampoco dejo de tomar nota de la alerta -que deberíamos tomar muy en serio- contra las deformaciones de un cristianismo que demasiadas veces cultivó una pastoral del miedo; pastoral que obedece a una mentalidad que bien puede estar en la base más culpable de la grave queja del Vaticano II, cuando lamenta que en el nacimiento del ateísmo "pueden tener parte no pequeña" las malas presentaciones de los creyentes .

A lo que sí pretendo aludir con el "autobús frívolo" es a la escandalosa ligereza con que los nuevos ateos, envolviéndose en una retórica cientificista con pretensiones filosóficas, violan las normas más elementales de una lógica seria, demostrando tanto un desconocimiento asombroso de las cuestiones religiosas que pretenden criticar, como una impenitente y continua transgresión de la racionalidad científica hacia el campo filosófico y teológico. Para no hablar de la flagrante intransigencia y dogmatismo que late bajo los repetidos manifiestos de tolerancia, pacifismo y espíritu de diálogo.

Comprendo que corro el riesgo de dejarme contagiar por el mismo tono que estoy criticando. Pero tampoco se debe callar ante el intolerable abuso de marketing publicitario con que se trata de impresionar y seducir a la opinión pública. Ni, menos aún, ante el recurso a malas artes, cuando se ataca con saña a quien no entra en su juego. Basta con ver el tipo de descalificaciones a que acudieron contra un intelectual tan serio y honesto como Anthony Flew, cuando este, después de pasar la vida argumentando filosóficamente que era imposible demostrar la existencia de Dios, manifestó haber llegado a la convicción de que Dios existe.

Cambió por motivos estrictamente intelectuales y con una cuidadosa atención a los nuevos datos científicos, explicándose además de manera clara y expresa. Pero R. Dawkins, por ejemplo, decretó que el cambio suponía una tergiversación, insinuando que era fruto de la edad ("cuando era un anciano"), y no tuvo pudor en interpretar cómo "compensación" (se supone que económica) el premio Templeton ni en hablar de su ignominiosa decisión de aceptar, en 2006, el premio Phillip Y. Johnson para la libertad y la verdad" (se supone que por el grave delito de tratarse de una asociación católica). Todo en una nota, sin la mínima argumentación ni, por supuesto, el menor intento de diálogo .

6.2. Hay que reconocer que, aun sin caer nunca tan bajo, ni el mismo Russell escapó siempre a estos defectos. Sus ataques en el conocido Porque no soy cristiano , por ejemplo, sólo tienen validez contra una visión decimonónica del cristianismo, sin preocuparse de analizar las presentaciones actualizadas, como exigía una confrontación verdaderamente crítica. Son restos que ya Unamuno había calificado de odio "anti-teológico" y rabia "cientificista" . Por fortuna, el caso Flew muestra como un estudio científicamente bien informado acerca de los nuevos descubrimientos cosmológicos y sobre todo biológicos, por un lado, y filosóficamente riguroso, por el otro, puede -no digo que deba ser necesariamente y para todos- encontrar en la existencia de Dios la mejor explicación para el ser del mundo y el sentido del destino humano.

Con todo, acaso resulte más significativo el caso de Alfred North Whitehead quien, después de escribir junto con Russell, en 1910-1913, los tres tomos monumentales de los Principia mathematica, siguió una trayectoria distinta. Abandonó el positivismo cientificista, iniciando una trayectoria filosófica -la Process Philosophy, "Filosofía del proceso"- con un atento estudio del problema de Dios. Sus conclusiones, que aún hoy alimentan una buena parte de la teología en lengua inglesa, dando origen a la Teología del proceso, están bien sintetizadas en el pequeño libro Religion in the Making (1926).Su fundamentación filosófica la expone sobre todo en Process and Reality (1929), un libro amplio y complejo, de nada fácil lectura.

A ese libro pertenecen dos entre las más bonitas definiciones que, en mi parecer, se han dado de Dios. La primera se refiere sobre todo a la profunda y constructiva racionalidad de la realidad cósmica y biológica, que él ve fundada y amorosamente atraída y orientada por Dios. De ahí que lo considere como "el poeta del mundo, que con amorosa paciencia lo guía mediante su visión de la verdad, belleza y bondad" .

La otra remite más inmediatamente a la realidad humana, atenta al gran problema del mal y del sufrimiento, inevitables en un mundo en proceso, pero donde Dios aparece como el "gran Compañero, el camarada en el sufrimiento, que comprende" . Escogí estas expresiones magníficas paro el titulo del presente apartado, porque por sí mismas resultan tan significativas que permiten ahorrar muchas reflexiones .

Las expresiones son nuevas, pero enlazan con una ancestral percepción de la cultura humana, admirada, a pesar de todo, por la racionalidad cósmica y la belleza natural: "los cielos proclaman la gloria de Dios", canta en la Biblia el salmista. Y, cuando se ve con esta perspectiva, incluso la evolución, que después de Freud muchos proclaman como una de las grandes humillaciones del ser humano, puede mudarse en lo contrario. Gracias a ella, para el creyente, el proceso cósmico y la evolución biológica se revelan no como fruto del azar y la necesidad, sino nacidos de una decisión libre y amorosa del Creador. Y en todo caso, para todos, constituyen la larga gestación de la humanidad, que aparece así como la flor de la creación.

Hoy, escarmentados por tantos abusos cometidos por los humanos, hay reservas instintivas ante afirmaciones de este tipo. Pero cuando se observa el proceso en su dinamismo más íntimo y auténtico, lejos de llamar a un "antropocentrismo" o "especiecentrismo" insolidarios, se ilumina por dentro como la maravilla de la fraternidad cósmica, donde el mundo y en él cada piedra, cada planta y cada animal aparecen formando parte del propio cuerpo de la humanidad. En realidad, sólo se comprende el sentido de ese proceso, cuando hace ver que nunca nos esforzaremos bastante en tratar con el máximo cariño, respeto y cuidado posibles a todas y cada una de las realidades gracias a las cuales nosotros podemos vivir y progresar.

No se trata de novedades románticas, sino de la verdad de una creación que lleva dentro de sí la "bendición original", que, a través de todas las limitaciones y dificultades, trata de conducirla a su más auténtica y plena realización. Tal vez nada resulte más expresivo para intuir la hondura y la luz de un universo entrañablemente animado por el amor divino, que acudir a la poesía de san Juan de la Cruz, uno de los grandes videntes de la esencia de lo real:

Siente el alma allí como un grano de mostaza muy mínimo, vi¬vísimo y encendidísimo, el cual de sí envía en la circunferencia vivo y encendido fuego de amor; el cual fuego, naciendo de la sus¬tancia y virtud de aquel punto vivo donde está la sustancia y virtud de la yerba, se siente difundir sutilmente por todas la espiritua¬les y sustanciales venas del alma según su potencia y fuerza, en lo cual siente ella convalecer y crecer tanto él ardor, y en ese ardor afinarse tanto el amor, que parecen en ella mares de fuego amoroso que llega a lo alto y bajo de la máquinas, llenándolo todo el amor; en lo cual parece al alma que todo el universo es un mar de amor en que ella está engolfada, no echando de ver término ni fin donde se acabe ese amor, sintiendo en sí, como habemos dicho, el vivo punto y centro del amor .

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