viernes, 1 de febrero de 2013


Pbro. Jorge Trucco
CUARTO DOMINGO C
PASANDO EN MEDIO DE ELLOS 
SIGUIÓ SU CAMINO


Jer 1,4-5.17-19
“profeta para las naciones…diles todo lo que Yo te ordene. No te dejes intimidar por ellos”
1 Corintios 12,31-13,13
“El amor no pasará jamás”
Lucas 4,21-30
“Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”


Dicen que una vez llegó un profeta a un pueblo y comenzó a predicar en medio de la plaza central. Al comienzo, mucha gente escuchaba con atención sus llamados a la conversión y se sentían impulsados a volverse a Dios por la voz de este profeta. Pero pasaron los días y el profeta seguía anunciando su mensaje con la misma fuerza, aunque el público había ido disminuyendo poco a poco. Cuando había pasado algo más de un mes, el profeta seguía saliendo todos los días a la plaza del pueblo a predicar su mensaje, aunque todos los habitantes del pueblo estaban ocupados en otras cosas y nadie se detenía a escuchar su palabra. Por fin alguien se acercó al profeta y le preguntó por qué seguía predicando si nadie le hacía caso. Entonces el hombre respondió: “Al principio, predicaba porque tenía la esperanza de que algunos de los habitantes de este pueblo llegaran a cambiar; esa esperanza ya la he perdido. Pero ahora sigo predicando para que ellos no me cambien a mi”.

El domingo pasado, después de la lectura del profeta Isaías que hizo Jesús en la sinagoga de Nazaret, el evangelio terminaba diciendo que “todos los presentes tenían fijos los ojos en él”. El evangelio de hoy continúa la escena. Jesús dice que en él se cumplen las palabras de Isaías, es decir, que es el ungido (Mesías) para anunciar la Buena Noticia a los pobres y oprimidos... y el año de gracia del Señor.

Lucas dice al comienzo de este pasaje: “Todos daban testimonio a favor de Jesús y estaban admirados de las palabras de gracia que salían de su boca”, la narración da un vuelco repentino y comienza a mostrar la agresividad de la gente hacia la predicación de Jesús: “Se preguntaban: –¿No es este el hijo de José?”. Tanto que Jesús mismo toma la iniciativa y expresa las reservas que el pueblo tiene frente a su palabra: “Seguramente ustedes me dirán este refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Y además me dirán: ‘lo que oímos que hiciste en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu propia tierra’. Y siguió diciendo: –Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra”. Después, hizo referencia a dos casos muy conocidos en el Antiguo Testamento en los que aparece una preferencia de parte de Dios por manifestarse a los miembros de pueblos distintos a Israel: El primer caso es el de Elías, que fue enviado a una viuda de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón, es decir, territorio extranjero (1 Reyes 17, 1-24); y el segundo caso es del profeta Eliseo, que no curó a ningún leproso israelita, habiendo tantos en su tiempo, sino a Naamán, el sirio, también un extranjero (2 Reyes 5, 1-19).

Esto provocó una reacción violenta de la población que estaba reunida en la sinagoga para el culto de los sábados. Desde luego, eso de que ‘pasó por en medio de ellos’ no debió ser como cuando le hacen una calle de honor al gobernador que llega a un pueblo. Como cuando Dios llamó a Jeremías: “Te consagré para ser profeta de las naciones… no te dejes intimidar por ellos”. Sencillamente, no dejó que lo arrojaran por el barranco abajo y, seguramente, sacudiéndose el polvo de sus pies, se fue del pueblo, como más tarde enseñó a sus discípulos. Jesús, como Jeremías, ha sido llamado para arrancar de la religión de Israel, y de toda religión, la venganza de Dios, y para plantar en el mundo entero una religión de vida. Y eso será lo que lo lleve a la muerte como compromiso de toda su vida. Pero no es la muerte solamente lo que se anuncia; también la resurrección: “pero él, pasando por medio de ellos, continuó su camino”

¿Qué servicio es el más perfecto en la comunidad? Pablo en la segunda lectura está hablando a una comunidad donde existe un problema bien manifiesto: el desprecio de los débiles, de los que no valen, de los que no tienen altos vuelos. La caridad (amor que no espera ser retribuido) y que no deja afuera a nadie… es el servicio más perfecto…

Como Jesús, nosotros también tenemos el peligro de ser rechazados por tratar de vivir la universalidad (no discriminación) que nos propone el evangelio. Pero no podemos claudicar frente al rechazo. Como el profeta de la historia con la que comenzábamos la reflexión, habrá que seguir anunciando el perdón, el amor y la paz, aunque todos nos vuelvan la espalda. Si no es para que los demás cambien, por lo menos para que el capitalismo salvaje no termine cambiándonos a nosotros.

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