lunes, 25 de febrero de 2013


"La propia Iglesia tiene que anunciarse a sí misma el Evangelio"
Felicísimo Martínez 
"Ojalá cardenales y obispos empezaran también a renunciar"
"Si nos olvidamos de los pobres, en la Iglesia no hay Evangelio"


José Manuel Vidal
Felicísimo Martínez es un teólogo grande pero humilde, dominico, profesor catedrático del Instituto Superior de Pastoral de la Pontificia en Madrid, y con una extensa obra. Sus últimos libros versan sobre antropología teológica y sobre la misión de la Iglesia en tiempos de crisis. 
Es un hombre profundo, crítico, lúcido y ponderado, al que avala su recorrido.

Sobre la renuncia de Benedicto XVI, comenta que "nos parecía que el Papa tenía que ser papa hasta la muerte por dogma, ahora sabemos que no es por dogma, sino por tradición o disciplina", y añade que "ojalá cardenales y obispos empezaran también a renunciar, porque el liderazgo de la Iglesia tiene que bajar la edad".

En cuanto a la sociedad actual, el Padre Felicísimo apunta: "tengo la impresión de que la soledad se está convirtiendo en una verdadera enfermedad social", y concluye afirmando que "si nos olvidamos de los pobres, en la Iglesia no hay Evangelio".

¿Qué te ha parecido la renuncia papal?

No me ha parecido un bombazo tan grande. Ya al final del pontificado de su predecesor Juan Pablo II hubo una especie de debate público sobre si su sufrimiento era bueno para el magisterio de la Iglesia y para el testimonio, o si no lo era. El entonces cardenal Ratzinger ya adelantó que no estaría fuera de tono que un papa pudiera renunciar por motivos de salud.

¿En el momento en que se estaba haciendo el panegírico y la loa del sufrimiento de la cruz?

Exactamente, lo hizo cuando unos creían que el sufrimiento (patente ante las cámaras) de Juan Pablo II era el gran testimonio de la Iglesia para el mundo, mientras que otros intentaban distinguir claramente lo que es un testimonio de lo que es un gobierno, la gestión de la Iglesia.

¿Hay que distinguir entre gobernar y reinar? Porque está claro que Juan Pablo II no pudo gobernar durante sus cinco últimos años.

Claro.

Sin embargo, Benedicto XVI ha decidido gobernar y no reinar.

En mi opinión personal, en este sentido estoy sumamente impresionado, positivamente, por la renuncia de Benedicto XVI. Creo que es un gesto con muchas ventajas, porque es un gesto testimonial de él (en el sentido de que, para gobernar la Iglesia, se necesita cierta calidad incluso física), y por otra parte demuestra el coraje y la valentía que ha tenido de desmitificar ciertas tradiciones que no son Tradición, aunque llevaran 6 siglos de acumulación. Y me parece que esto es extraordinario, un símbolo de salud para la Iglesia. Y, en tercer lugar, a mí me parece que es muy importante distinguir el testimonio personal de lo que es el gobierno. El gobierno requiere lucidez, fuerza, dominio de la situación... Y el testimonio también tiene validez cuando un papa renuncia, con un gesto de humildad.

¿Dos salidas completamente distintas?

Sí, y las dos tienen su parte positiva, pero yo, desde el punto de vista del gobierno, estoy más con ésta que con la anterior. El testimonio es siempre un valor enorme en la Iglesia, pero desde el punto de vista de lo que es un gobierno (porque el Papa es el que de alguna forma tiene a sus espaldas el gobierno de la Iglesia), se requiere lucidez. Si a esto añadimos que la Iglesia, como cualquier grupo, también tiene su componente institucional, sociológico, con sus conflictos y fuerzas de poder interno, con mucha más razón, quien gobierna la Iglesia tiene que estar en condiciones de gestionarla.

¿Le echó la Curia? ¿Cree que fue determinante que le hayan traicionado desde tan cerca?

No me atrevería a decir nada de eso, porque para eso hace falta estar dentro, no lo sé. Lo que sí me parece es que las características de este papa eran más bien intelectuales, de pensamiento, pero en el gobierno hay dos cosas: las ideas, y los conflictos de poder. Yo creo que este papa estaba mucho más de parte de la reflexión, de las pautas teológicas de la Iglesia... Y es posible que, en el ámbito interno de la Curia, no tuviera todo bajo control.

¿Se puede evitar esos conflictos de poder en una institución "humano-divina"?

No. Siempre habrá. Yo soy dominico y por tanto me muevo en el ámbito comunitario, en micro-escala, y tengo que decir, sin ningún rubor, que en nuestras pequeñas comunidades el ámbito de conflicto está siempre presente. A veces se procesa evangélicamente, y entonces podríamos decir que el conflicto es motivo de crecimiento cristiano; y a veces no tan evangélicamente, y esto es lo que preocupa. A mí no me preocupa en absoluto que en la Iglesia haya conflicto, sino cómo se procesan esos conflictos. El Evangelio está lleno de conflictos, y Jesús no es ajeno, ni mucho menos, al conflicto. El tema es cómo se gestiona. Yo creo que hay dos formas de gestionar el conflicto. En los conflictos de fidelidad, no hay más remedio que seguir adelante, a pesar del conflicto. Y luego están los conflictos de poder, y esos sí que creo que son anti-evangélicos. La cuestión es por qué hay conflicto, y de qué calibre es.

¿Y no cree que, en este caso, el Papa se ha encontrado con un conflicto de fidelidad, y también con un conflicto de poder?

Sí, ésta es la situación, aunque no estoy dentro de la Curia y siempre lo tengo que poner como una hipótesis. Pero ésta ha sido su decisión, y a mí me parece que es muy digna. Creo que Benedicto tenía claro que es necesario depurar ciertos borrones y puntos negros de la Iglesia en este momento: temas económicos, de abuso sexual, manipulaciones en la Curia... Y que, por motivos de salud o por los motivos que sean, cree que no está en condiciones de enfrentarse a ellos. Me parece lógico que quiera que venga alguien más joven, con más fuerza y con mejores condiciones físicas y mentales para enfrentarlo.

Habló de cansancio físico, pero también de "cansancio espiritual". ¿Cómo interpreta usted eso?

Probablemente lo interpretaría como que hay un momento en que al agotamiento en el gobierno tiene que ser enorme, sobre todo cuando uno trata de insuflar espíritu evangélico o categoría cristiana en la gestión, y ve que fuerzas externas (o internas) se oponen. Entonces, creo que en ese momento aparece la expresión de "no puedo más, que lo haga quien pueda", de optar por el retiro y la oración por la Iglesia, sin hacer interferencia.

¿Será el Papa de la renuncia, o deja más legado?

No sé lo que quedará de este Papa, porque hay un contraste grande entre la imagen del cardenal de la Congregación de la Fe (que no ha desaparecido, ni siquiera el papado la ha borrado), y después la figura de un papa que no se corresponde (en su actuación, en su pose, en su postura...) con aquel estereotipo. Entonces, no sé qué va a prevalecer.

¿El papado dulcificó su imagen?

Sí, dulcificó el estereotipo del hombre prepotente de la ortodoxia, perseguidor de herejes, etc. Pero resulta que después, en sus poses mediáticas y en su discurso parece que no ha aparecido este estereotipo, sino que ha dado la imagen de un hombre humilde. Entonces, creo que van a prevalecer algunos apuntes frente a los grandes problemas que tiene la Iglesia en el ámbito de la política, de la economía y de la moralidad, porque, frente a estos tres ámbitos, él si ha tenido declaraciones de valentía. Que después haya podido enfrentarlas o no en el gobierno, no lo sé. Y creo que quedará la renuncia como un gran bien ofrecido.

¿Va a marcar un antes y un después?

Sí. No va a quedar solamente la renuncia, pero desde luego que va a ser "el papa que renunció".

¿Puede que el gesto descienda en la jerarquía? Es decir, que muchos obispos y cardenales empezaran a renunciar también.

Ojalá, porque es un clamor generalizado que el liderazgo de la Iglesia tiene que bajar la edad. No es un clamor solamente de no creyentes, agnósticos o ateos, y no es un simple agravio comparativo con la sociedad civil, que tiene un gobierno con edades mucho más bajas; es un clamor también interno, a nivel de Iglesia. En este sentido, creo que la renuncia puede ser un espaldarazo grande para que la propia Iglesia considere que no es cuestión de resistir hasta la muerte (esa expresión que se ha sacralizado demasiado), sino resistir mientras uno es útil al Evangelio.

Tras la continuidad de Juan Pablo II y Benedicto XVI (que fue su ideólogo), ¿empieza una nueva época en el papado? ¿Podría ser el momento de un papa africano, latinoamericano o asiático?

No creo que empiece una nueva época. Generalmente, cuando llega un cónclave, al cónclave llegan los electores que han configurado la etapa anterior.

¿Porque han sido nombrado por los dos anteriores?

Claro. En ese sentido, es difícil pensar que en la Iglesia aparezca una ruptura de la noche a la mañana. Otra cosa es que cambie un poco la dirección.

¿Se contentaría usted con un cambio así?

Yo igual no. Yo me contentaría con una decisión como la de Juan XXIII, que de la noche a la mañana convocó un Concilio y sorprendió a todo el mundo. Pero estoy hablando de lo que suele acontecer, no de lo que me gustaría.

¿Eso sí fue una absoluta ruptura?

Sí, sorprendente. Una ruptura que no fue preparada a base de nombramientos, sino una ruptura que salió de un anciano profeta que actuó con el Espíritu Santo. En ese sentido, creo que hay una diferencia notable entre lo que puede suceder en un cónclave al que llegan electores que han sido nombrados por el período anterior, y lo que sucedió con Juan XXIII que, para sorpresa del mundo entero, convocó el Concilio.

¿Está la Iglesia preparada para asumir un papa latinoamericano o un papa negro?

Creo que sí, que la Iglesia está totalmente preparada para que el papa, ni tenga que ser italiano, ni tenga que saber latín. De lo que no estoy seguro es de que el hecho de que un papa sea blanco o negro condicione notablemente la naturaleza del papado. Tampoco estoy convencido de que el hecho de que un papa sea de África o de Estados Unidos condicione totalmente el papado. Hoy en día, dentro del episcopado, hay muchos cardenales en los que prevalece la lealtad institucional sobre su condición nativa.

¿O sea que el problema no es el papa, sino el papado?

Sí, el papado tal y como está pensado, y el tono en que el papa desarrolla ese ministerio (que, ciertamente, estará condicionado por todas las pequeñas tradiciones que influyen en él). Por eso a mí me parece tan positivo que este papa haya roto una de esas tradiciones pequeñas, de que el papa no podía renunciar, en libertad y públicamente.

¿Se desinfló en las Conferencias Episcopales la colegialidad pedida por el Vaticano II?

Está a media asta, sí. Creo que es una de las asignaturas pendientes del Vaticano II, que no ha conseguido madurar. Es una fruta todavía verde.

¿Ni siquiera el Sínodo de los obispos ha cambiado un poco eso?

Es una cosa pendiente, como que la mayor parte de los cuerpos en vez de ser decisivos y deliberativos son consultivos, con lo cual, siempre la decisión queda pendiente de la cabeza. La promesa del Vaticano II a las iglesias locales ha quedado también pendiente.

¿Ha pasado algo parecido en las órdenes religiosas, o seguís funcionando con la misma democracia interna?

Yo soy dominico y estoy muy contento de serlo, como supongo que los demás también están muy contentos de ser jesuitas o claretianos. Ciertamente, una de nuestras características es la agilidad con la que se cambian los gobiernos o dimiten las personas, y la facilidad con la que se mueven las instituciones. En este sentido, es verdad que no hay tanta sacralidad de los cargos como acontece en la Iglesia institucional. Por ejemplo, tuvimos un maestro general que terminó y se fue a cuidar a su madre en Irlanda.

¿Planteas en tu libro cómo puede la Iglesia volver a conectar con el mundo moderno?

Sí. El libro está pensado no sólo para la comunidad cristiana, sino para cualquier hombre o mujer de buena voluntad. En este sentido, la gran pregunta hoy día no es solamente cómo gestiona la Iglesia el trabajo con sus asambleas y grupos, sino cómo gestiona el trabajo pastoral frente a los alejados, los no creyentes... la gente que está buscando sentido en las religiones, la sabiduría o lo que sea. El libro está pensado en esa dirección, y en ese sentido, una de las preocupaciones pasa por saber si la Iglesia tiene oído suficiente para escuchar al mundo. Escuchar al mundo no significa ni aplaudirle, ni perseguirle inquisitorialmente, sino colocarse neutralmente a ver qué dicen las personas, la cultura, el mundo. Por qué lo dice y cuáles son los valores que propone, etc. No ver sus errores o cuáles son sus herejías.

¿No está la jerarquía católica como encapsulada, sin demasiado contacto con la realidad como para poder escuchar? ¿No parece a veces que incluso los párrocos viven en otro mundo?

Si nos dejamos encapsular completamente es imposible escuchar, porque lo único que escucharemos, en todo caso, serán los ecos del mundo transmitidos por la gente que nos rodea, y que normalmente nos tiene una cierta lealtad, y no se atreverán a decirnos las aristas y estridencias que vienen de fuera.

¿Aduladores?

Sí, en muchas ocasiones. Ahora bien, también hay otra forma de ser párroco o ser obispo. Por ejemplo, me da la sensación que cuando habla Carlos Amigo, sí responde a algo que ha dicho el mundo, no que ha escuchado en el palacio episcopal o en la catedral. Esto, lo que nos muestra, es que depende claramente de las actitudes personales. De a quién se escucha.

¿Les falta ir al mercado, ir en metro, hablar con sus sobrinos... y ese tipo de cosas que son las que te hacen vivir la experiencia de los comunes mortales?

Efectivamente. Les falta escuchar. Creo que hay dos formas de estar en la familia, dos formas de presencia de los sacerdotes en su propia familia: los que modestamente se colocan y escuchan a los sobrinos, y los que magisterialmente van a enseñarlos. Ésta segunda postura es la que provoca, lógicamente, la reacción negativa. Escuchar significa estar callado y dejar que el otro hable. Y, si uno no entiende bien, en lugar de condenar, preguntar.

En tu libro dices también que necesitamos conversión. ¿Qué necesitamos convertir: estructuras, personas, todo?

Todo. Yo tengo un compañero sociólogo que siempre me dice que soy demasiado espiritual y que no acabo de leer sociológicamente los problemas. Por ejemplo, cuando yo hablo del individualismo en la vida religiosa, no es que hable de pecado, pero siempre lo atribuyo un poco a la falta de dimensión teologal. En cambio, él dice que es un rasgo cultural. En ese sentido, puede ser que yo exagere algo, pero me parece que el problema de fondo de la Iglesia de hoy, sigue siendo un problema teologal. El gran problema es la falta de experiencia directamente evangélica, de fe en hondura. Sin confundir la fe con la piedad ni con el sentimiento religioso. La fe como una lectura creyente del mundo, de la vida y de la historia. En este sentido, creo que el debilitamiento de la fe es el gran problema de la Iglesia. No de los ateos o de los agnósticos, sino de la propia Iglesia.
En este sentido, a mí me ha satisfecho una idea que apareció en el reciente Sínodo de los obispos, y que de alguna forma resaltaba esto: que la Nueva Evangelización tiene que estar dirigida, primero que todo y antes de nada, a la propia Iglesia. La propia Iglesia tiene que anunciarse a sí misma el Evangelio. Si no se enfrentan conversiones estructurales mayores, es porque faltan experiencias teologales mayores (a nivel personal y de vida religiosa).

¿Tienen miedo a que se hunda, y por eso se enrocan?

Sí. El Evangelio deja clarísima la coincidencia entre la falta de fe y el miedo. A mí me llama la atención que en el Evangelio, Jesús casi nunca reclama a los discípulos otra cosa que el "¿por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?". A mí me parece que eso es clave. Que es una lección de sabiduría humana y de antropología. Es más: creo que a veces la prepotencia y las actitudes dictatoriales son el disfraz que asume el miedo, que nunca se atreve a presentarse con pecho descubierto. Entonces, en la medida en que la Iglesia y todos los que la conformamos estuviéramos sustentados en una fe profunda, probablemente no tendríamos miedo a los cambios ni a romper tradiciones. Estoy convencido de ello.

El tercer paso que apuntas es la colaboración, como oferta de sentido y de comunidad.

Sí. Hay tres núcleos que cada vez me están resultando más urgentes, sobre el aporte que tiene en definitiva que hacer la Iglesia en el mundo actual, que ha crecido en democracia, en pensamiento crítico, en ilustración... Cada vez voy concentrando más mi atención en torno a estos tres núcleos, que se corresponden con las tres demandas fundamentales del mundo actual. Una es la demanda de sentido, en este mundo en el que, pese a la crisis económica, la mayoría de las personas tenemos las condiciones materiales suficientes para no lamentarnos ni quejarnos. Ciertamente yo me pregunto por qué tantas personas con las condiciones materiales propicias para ser felices no acabamos de serlo. ¿Qué pasa? ¿Por qué no crece la felicidad? El sentido de la satisfacción, en el sentido más sano de la palabra, tampoco crece. Yo defiendo que el problema del sentido es el problema central del ser humano, y a este respecto me parece que el Evangelio de Jesús es una oferta de sentido extraordinaria.

¿Y por qué en este momento tanta gente busca ese sentido vital en otras cosas? ¿Se busca espiritualidad, pero no religión?

Probablemente porque el Evangelio ha quedado atrapado por adherencias, escorias o cáscaras institucionales que no permiten ir hasta el fondo. Y puede ser también que haya cáscaras institucionales que dentro no tengan nada. Yo soy rural, y siempre utilizo imágenes muy rurales, y una nuez buena es igualita por fuera a una que no tiene nada dentro. Esto puede acontecer en determinados rituales o tradiciones religiosas: que no tengan dentro el Evangelio.

¿Por eso nuestros hijos buscan espiritualidad pero rechazan la Iglesia?

Sí. Sin embargo, cuando somos capaces de testimoniar el Evangelio en una conversación, en un diálogo tolerante, comprendiendo y sin censurar, acaban diciendo: ¡así sí, así da gusto! Cuando aparece el Evangelio, aunque sea poquito.

¿Y también ante el testimonio directo, por ejemplo, de la entrega de un misionero?

Sí. En este sentido, yo entiendo perfectamente que, hoy día, hay ofertas muchos más inmediatas y a veces mucho más vitales o existenciales, más próximas a la sensibilidad de la gente. Y entonces, quizá una celebración con cantos alegres es mejor que todos los domingos juntos como hermanos. Escuchar al mundo significa, precisamente, entender qué es lo que está pidiendo cuando pide sentido. El Evangelio es capaz de modificarnos todas nuestras preguntas, rectificarlas y ponerlas en el verdadero sentido. Yo tengo la impresión de que la soledad se está convirtiendo en una verdadera enfermedad social. Si te sientas junto a alguien en un parque y te atreves a saludar, puedes encontrarte con una persona que te esté hablando toda la mañana. Entonces, uno dice: "será que esta persona vive sola". Pero resulta que no, que esta persona tiene pareja formal, hijos, familia... y sin embargo, siente una soledad enorme. En ese sentido, me parece que faltan en la sociedad actual micro-ambientes o micro-climas comunitarios. Las instituciones se han fortalecido a nivel político, económico y bancario, tenemos todo reglamentado... Pero faltan comunidades cálidas (no en el sentido flojo, de sentirse muy a gusto, sino de saber con quién cuento y quién cuenta conmigo).

¿No implica eso una revolución en nuestras parroquias, que se han funcionarizado?

Totalmente. Esto supone afirmar que decir "comunidad parroquial" es frecuentemente un autoengaño, porque es un grupo, una institución, pero no una comunidad.

Si ya está hecho el diagnóstico, ¿por qué no hemos entrado a modificar esa dinámica?

En algunos ámbitos falta convicción, aceptación de que esto es verdad. La capacidad que tenemos los seres humanos de cegarnos es enorme. Por eso a mí me encantan los milagros de los ciegos en los Evangelios (no lo que tienen de espectacularidad, sino de meta mensaje: el abrir los ojos como tema fundamental). Entonces, hay muchas personas convencidas de que la parroquia es una comunidad, y de que somos todos hermanos y hermanas (sin sabernos los nombres, sin conocernos, y dándonos la paz sin mirarnos a la cara). Puede ser que no lleguemos a crear estos ámbitos comunitarios porque no estamos convencidos. Y hay otras personas que igual estamos convencidas, pero que no tenemos la capacidad, o tenemos miedo. Es mucho más fácil funcionar con la rutina que con la creatividad. De hecho, todo agente pastoral comienza con ilusión, con fervor, con trabajo, creando grupos... hasta que llega el momento de cansancio, también espiritual, como decíamos antes.
Y luego, a mí me parece que la Iglesia tiene una hipoteca grande sobre sus espaldas, en el sentido de que laicos y mujeres especialmente han sido por mucho tiempo un elemento pasivo. Y el elemento pasivo normalmente no es considerado como sujeto comunitario, sino como sujeto paciente. Entonces, esto requeriría, en la Iglesia y en el trabajo pastoral, una recomposición completa de lo que es la comunidad cristiana: todos iguales, horizontalmente, y cada uno con su ministerio. Porque nadie es más que nadie.

¿No va la dinámica de los curas jóvenes precisamente en la dirección contraria?

Eso dicen algunos miembros de algunas parroquias, y a mí claro que me gustaría que fueran en otra dirección, en la del Espíritu del Concilio. Porque creo que uno de los ministerios que tiene la Iglesia que ofrecer a las personas y al mundo actual serían precisamente ámbitos de comunidad, donde la gente pudiera sentirse como en casa (en todo el Nuevo Testamento la palabra casa es fundamental) y sentirse a gusto. Esa sería una oferta extraordinaria. Un gran testimonio, no de perfección moral, sino de calidad solidaria.

¿Y la oferta de justicia y compasión con las víctimas?

Pablo VI dijo en la ONU que la Iglesia debería ser experta en humanidad. Y la experiencia de la humanidad solamente la aprendemos desde el sufrimiento. A mí me entusiasma mucho que una parábola tan evangélica como la del samaritano se esté convirtiendo en una especie de lema aconfesional. Porque esta parábola aparece en debates actuales entre personas no creyentes, que piensan que simboliza la clave de lo que significa crecer en humanidad. Y que fuera del sufrimiento no hay posibilidad de humanización. Cuando se excluye el sufrimiento, se excluye a los pobres y a la injusticia. Ya en sus cartas a los gálatas, San Pablo contaba que él, por haber sido perseguidor de la Iglesia, algunos dudaban de él como testigo de Jesús, y hasta él mismo comenzaba a dudar de si estaría predicando el Evangelio de verdad. Al parecer fue a chequearse con Pedro a Jerusalén, que le dijo que sí, que él predicaba el Evangelio, pero añadió un detalle impresionante: que no se olvidara de los pobres. Dando a entender que, en definitiva, éste es el criterio para verificar la autenticidad del Evangelio. Si nos olvidamos de los pobres, en la Iglesia no hay Evangelio. Hoy en día, entre tantos descréditos que padece la Iglesia, lo que la acredita siempre son aquellos ámbitos en los que los pobres no son olvidados. Cáritas y el trabajo que está haciendo en estos tiempos de crisis y paro, los misioneros que se quedan hasta cuando todos se van... O simplemente la cantidad de voluntarios, laicos y laicas, religiosos y religiosas, que están atendiendo a quienes lo necesitan.

¿Y por qué este discurso se ve dentro de la Iglesia como algo "progre" que ronda el marxismo, que olvida la verticalidad por la "demasiada" horizontalidad?

Creo que hay dos criterios para enjuiciar las cosas: uno el que es "franciscanamente evangélico", y otro, que está muy contaminado ideológicamente. Y el tema de los pobres, que es tan franciscanamente evangélico, es uno de esos temas que ha sido enormemente contaminado ideológicamente, no solamente por parte de quienes lo juzgan desde fuera, sino también a veces por parte de quienes enarbolan la imagen de los pobres. Porque no es lo mismo acercarse al pobre evangélicamente, que utilizarlo. Creo que esta contaminación ideológica es la que hace que se hayan creado tantas sospechas frente al tema de los pobres, lo cual es muy triste, porque si algo hay patente en el Evangelio, es que los pobres son los privilegiados, los primeros que tienen derecho a acceder al Evangelio y a beneficiarse de él. La contaminación ideológica ha llevado a armar toda una serie de argumentos ficticios, como que la opción por los pobres lleve a la exclusión de los ricos, como piensan las personas más tradicionales. Y los pobres son los preferidos, pero no los únicos. El Evangelio abarca a toda la humanidad. Pero, lo cierto es que, si te pones donde los pobres, puedes abarcar toda la humanidad; mientras que, si te pones arriba, sólo podrás abarcar la cúpula.

¿Esa contaminación ideológica ha afectado también a la imagen pública de la Iglesia?

Tristemente sí. El factor más visible siempre es el de la institución, el de las cúpulas. Y lo menos visible son las bases, los miles y miles de hermanos laicos, voluntarios, mujeres... que están extendidos por todo el mundo haciendo una obra eclesial extraordinaria a favor de la justicia. Esos nunca aparecen en la pantalla.

¿Pero eso no responsabiliza más a las cúpulas, que quizá no saben jugar con esa dinámica mediática ineludible, para que realmente transmita la imagen de toda la institución?

Sí, está claro que la responsabilidad no es sólo de los medios, sino también de quien se presenta a los medios y sabe lo que tiene que guardar y lo que tiene que enseñar. Y esto da una imagen deformada de la Iglesia, que es más evangélica de lo que a veces parece por la prensa.

En tu libro haces una alarma sobre el lenguaje y sobre las mujeres. ¿Sobre qué quieres alertar?

El lenguaje me parece fundamental porque soy dominico, y el nombre de nuestra orden es "orden de predicadores", así que estoy muy identificado con la causa y parte de mi tiempo lo dedico a eso. Yo, que me considero una persona de buena voluntad, siento los límites de mi propio lenguaje, y soy consciente también de que es una alarma para la Iglesia no tener un lenguaje para comunicarse. Porque si se bloquea la comunicación, se bloque la evangelización y la predicación.

¿Te refieres a la falta de lenguaje que conecte con la gente de hoy?

Sí, con la gente joven y no tan joven, con la gente ilustrada y crítica, con la gente moderna y postmoderna. Para que todos puedan saber lo que está diciendo. Uno de los problemas que uno advierte cuando se pone a predicar el Evangelio los domingos es que parece que tienes que salirte del vocabulario de la calle, de la acera, y entrar al de la Iglesia.

¿O sea que tendríamos que traducir términos como "sacramento", por ejemplo?

Claro. Ese término en la calle no existe. Cuando, después del Concilio, se puso tan de moda la vigilia pascual y la pascua como centro de la liturgia, hice la prueba a ver a qué le sonaba eso a la gente. Y la pascua aquí en España suena a hacer la pascua. Es decir, una expresión absolutamente trasmutada en su sentido. Y hay otras que no significan nada. Confieso que un ejercicio enorme que hago antes de la predicación es preparar las palabras, expresiones que no sean condicionales, que no se den ya por conocidas... Porque creo que tenemos un problema enorme de lenguaje.

Pero ese trabajo lo llevan haciendo los pastoralistas hace ya tiempo. ¿Por qué no ha cuajado?

Creo que no se ha conseguido del todo porque hay una cierta pereza en los evangelizadores. Predicar el Evangelio siempre de nuevo requiere un esfuerzo enorme, mientras que repetir la misma parábola todos los años no requiere ninguno. Entonces, aunque se hayan creado condiciones para un nuevo lenguaje (al menos a un 50%), lo que falta es que cada individuo haga un ejercicio práctico de superar convencionalismos, expresiones hechas, etc. Y luego, creo que el tema no es solamente con el lenguaje oral o escrito, sino también visual. Así como por ejemplo durante siglos las paredes de las iglesias fueron una catequesis extraordinaria, en este momento las paredes se nos han quedado desnudas. Ya solamente se alimenta el oído (mal, como acabamos de decir), y la vista queda huérfana. Y todo el cuerpo queda también un poco huérfano cuando no hay un ambiente celebrativo que complemente la liturgia. Creo que la liturgia también ha quedado un poco huérfana de significación.

¿No ha incidido mucho en eso Benedicto XVI, en dignificar el misterio, lo que significa el retablo...?

Sí, mucho. Y en recuperar un poco la dimensión estética como una parte de la experiencia religiosa.

¿No le duele reconocer estas cosas, verdad?

No, a mí no. Se puede estar en la Iglesia frente a los que no piensan como tú, y pensar que esa "otra línea" está equivocada, y que peor para ellos (y aunque el mundo entero se vaya por otro camino, "yo estoy en la verdad"). Pero otra forma de estar es la que piensa que, si todo el mundo cuestiona y pregunta algo, alguna duda tendremos que procesar. Me parece que las personas abiertas son las que siempre están dispuestas a repensar las cosas. Y así como, en un momento determinado, ese sector más abierto en la Iglesia eliminó santas y santos de los altares, ahora podemos pensar que igual no estábamos totalmente en lo cierto, porque la gente también se alimenta con la vista y con el tacto.

¿Le parece un pecado la situación de la mujer en la Iglesia?

Últimamente es que a la palabra pecado le tengo miedo, me suena fuerte, pero sí creo que es uno de los temas pendientes en la Iglesia, que resulta más escandaloso porque la sociedad civil lleva una velocidad muy superior en lo que es la reivindicación del estatuto igualitario de la mujer respecto al varón. Cuanto más nos adelantan por la derecha, más escandaloso resulta. Me parece que hay que ir deshaciendo ciertos argumentos a los que se les ha dado carácter dogmático, y que tienen un carácter meramente disciplinar. Igual que nos parecía que el Papa tenía que ser papa hasta la muerte por dogma, ahora sabemos que no es por dogma, sino por tradición o disciplina. Lo mismo sucede con que las mujeres no puedan acceder al ministerio presbiteral.

¿Ganará mucho la Iglesia en ese momento?

Mucho, sí. Lo estamos viendo ya en distintos ámbitos, por ejemplo, en el de la teología, donde ya ha comenzado la presencia de la mujer. Uno lee teología hecha por una mujer, y encuentra una riqueza diferente, no porque el varón fuera más inteligente o menos, simplemente porque ella es mujer y él es varón. También han empezado a hacerse presentes en el ámbito de la espiritualidad, y resulta que la espiritualidad cristiana crece y se enriquece; o en la evangelización directa, donde de pronto hay comunidades que dicen "¡qué bonito el sermón de la hermana!". Es muy interesante como se están empezando a eliminar prejuicios en los pequeños ámbitos, donde a la vez se está experimentando un enriquecimiento de la experiencia cristiana. El tema institucional es otro, el muro es más fuerte.

¿Hay esperanza para el hombre moderno en crisis?

A corto plazo, a mis sobrinos que están en el paro, yo no me atrevo a hablarles de esperanza alegremente, porque casi es un insulto cuando se ven atrapados y sin salida en esta crisis. Pero, después de todo, tienen una familia que les está cobijando, y eso es un mundo de sentido impresionante. Es decir, hay esperanza, a pesar de la crisis, cuando hay una concepción de la vida que va más allá del mercado, más allá de la economía o de las necesidades materiales. Esos ámbitos que pueden venir en tu ayuda incluso cuando esta problemática inmediata falla. Yo creo que el Evangelio apunta a que, en esas situaciones, aparezcan otras concepciones de la humanidad que hagan posible que incluso los problemas más inmediatos no sean tan absolutos.



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