martes, 5 de febrero de 2013


 Teoría del big-bang y fe en la creación
Ciencia y religión (IV)
Andrés Torres Queiruga


(Encrucillada). 

La resurrección planteaba un problema de especialidad más bien intrateológica. La cuestión del origen del universo con su repercusión mediática provocó una discusión intensamente pública. De ahí la importancia de cuidar con esmero el carácter específico de los diferentes lenguajes.

En pocos problemas como en este se hacen sentir tanto su importancia como su dificultad. Cuando la especulación cosmológica habla del origen del universo, acudiendo al big-bang, está proponiendo una teoría científica. Cuando la reflexión religiosa habla de la creación, propone una teoría teológica. Apuntan a la misma realidad y las palabras son a veces las mismas, pero tienen intencionalidades distintas y lo que significan en un lenguaje, no equivale sin más a lo que significan en el otro.

La cosmología, mediante lo estudio científico de la realidad física, trata de explicar su desarrollo hasta llegar por distintas inferencias a lo que pudo ser el momento inicial. La teología - como a su modo a filosofía, pero en esto no es posible entrar aquí - ni pregunta eso ni tiene medios o competencia para estudiarlo.

Su pregunta es distinta y distintos son tanto sus razonamientos como sus respuestas, porque lo que le interesa es el hecho mismo de la existencia del universo y lo que eso significa para el sentido último del ser humano, él mismo incluido en la pregunta. La misma tradición filosófica apunta a esto con la pregunta radical: "¿Por que hay algo y no más bien nada?" En contraste, el sentido de la pregunta científica aparece más claro: "¿Como funciona y como fue el momento inicial de eso que así funciona?"

Por eso los teólogos, viendo y aprendiendo las razones científicas acerca del funcionamiento del mundo, pueden aceptar la teoría del big-bang, sin que eso impida para nada su fe en la creación. La evolución cósmica y el big-bang le hablan del modo como funciona desde su comienzo ese mundo cuya existencia y sentido ellos ven fundados en Dios (en cuento que Dios hace ser el mundo y sus leyes, para que aquel exista en sí y ellas funcionen por sí mismas).

Si el avance de la ciencia demostrase que esa teoría es falsa, la fe en la creación no cambiaría: simplemente trataría de aprender el nuevo modo de su funcionamiento. Por eso el teólogo que acepta el big-bang admite que pueda haber colegas que, teniendo la misma fe en la creación, lo rechacen, con tal de que no pretendan justificar su opinión con razones teológicas, sino únicamente porque les parecen más convincentes las razones de otros científicos.

No es cuestión de entrar en más detalles. Pero un ejemplo autorizado puede ayudar a percibir dónde está la diferencia que especifica la creación. Nada menos que santo Tomás de Aquino, enfrentado a la pregunta de si el mundo puede ser eterno, afirma que eso no sería opuesto a la creación, porque incluso en ese caso la existencia del mundo estaría igualmente fundada en Dios: sería fruto de la creación divina.

Por cierto, que prestar atención a esto les ahorraría a ciertos cosmólogos, empeñados en excogitar teorías científicas del origen del universo que -invadiendo el campo filosófico y el religioso- hagan innecesaria la idea teológica de creación. Cosa que vale incluso no solo para las fantasías de una "nada" creadora, sino también para las hipótesis de universos infinitos o para las más sutiles de un universo "autocontenido", funcionando dentro de sí mismo sin comienzo. Eso explicaría lo que sucede en el universo, pero no el universo como tal.

Como la pretensión de este artículo no puede ir más allá y dada la importancia que la cobró discusión, transcribo en apéndice las densas consideraciones filosóficas de Lorenz B. Puntel, un autor profundo y muy bien informado. Para quien tenga curiosidad al respeto, ellas pueden ahorrar muchas lecturas.

De todos modos, conviene tener en cuenta que el respeto de las diferencias entre ciencia y religión no tiene por que implicar desinterés o separación total. Los avances científicos, ayudando a comprender mejor el funcionamiento de las realidades creadas, pueden ayudar a interpretar teológicamente determinados aspectos cuya comprensión tradicional nos llega condicionada por la cultura anterior.

Así el descubrimiento de la evolución supuso un notable enriquecimiento, tanto general, como mostró la obra de Teilhard de Chardin, como, como por ejemplo, en el caso concreto de la Cristología, según aclaró Karl Rahner. La importancia de esto la reconoció el mismo Juan Pablo II, en el escrito ya mencionado, acudiendo nada menos que a la propia tradición bíblica:

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Si las cosmologías antiguas del Cercano Oriente pudieron purificarse e incorporarse a los primeros capítulos del Génesis, la cosmología contemporánea ¿podría tener algo que ofrecer a nuestras reflexiones sobre la creación? Una perspectiva evolucionista ¿arroja alguna luz aplicable a la antropología teológica, el significado de la persona humana como imago Dei, el problema de la Cristología -e incluso sobre el desarrollo de la doctrina misma-? ¿Cuáles son, si hay alguna, las implicaciones escatológicas de la cosmología contemporánea, atendiendo en especial al inmenso futuro de nuestro universo? ¿Puede el método teológico apropiarse con fruto concepciones de la metodología científica y de la filosofía de la ciencia?

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