miércoles, 13 de febrero de 2013


PESADILLAS CUARESMALES: 
TIENTA EL YO Y LIBRA EL ESPÍRITU
Midrash de Jesús en el desierto
(Por la trasncripción, Juan Masiá)


Natanael rema hasta Patmos. Le recibe en la playa el nieto de Nicodemo, cuidador del anciano Juan, el evangelista. Juan pierde vista y ya no lee ni escribe. Le regala a Natanael un tesoro heredado de Malena: papiros del diario de Jesús. Los consultó en su día Lucas para escribir con exactitud (akribós grapsein, Lc 1,3) el guión de un DVD para Teófilo en la red de Biblia Digital.

Natanael está leyendo la secuencia de los cuarenta días en el desierto. Dice así el diario de Jesús:

Día 3 de luna menguante:

Soledad inquietante. Me debilita el ayuno. Pienso en el Bautista. ¿Sobrevivirá? Santiago decía que lo degollarían. Los de Santiago querían que yo me preparase para sucederle, pero me escapé. Lo mío no es bautizar. Además, no puedo hablar de Dios como él. Juan predica diciendo: “Ay de vosotros, si no os convertís, vendrá la ira de Yavé con látigo y fuego” (Mt 3, 10-12). Yo prefiero otro estilo de predicación: “Alegraos y confiad, porque siempre estáis a tiempo de convertiros. Ya está empezando a reinar Dios en vuestro medio” (Mt 4, 12-17Mt 11, 25-30). 

(Siguen unas líneas ininteligibles, luego, medio borrosas frases: a todo hijo de vecindad, a cualquier hijo de humanos... la voz le dice: “tú eres mi hijo, mi hija...”).


Noche de luna nueva:

Espléndido firmamento. Recuerdo a mi madre, cuando mi hermano José y mi hermana Myriam se oponían a mi ida al Jordán: “Tú, hijo mío, sigue tu estrella, como nos enseñó el peregrino Melchor días después de tu nacimiento“. 

 A mi madre le había anunciado Simeón contradicciones y soledad. Ana le anunció dolores. Pero en casa la hemos conocido siempre con cara de María de la O, Macarena de Esperanza. Mi madre ha vivido siempre animada, abrazada al mismo tiempo por la Ruah y por mi padre, antes de los partos, en los partos y después de los partos...


Día 4 de luna creciente:

Este ayuno me debilita. ¿Debería continuar? No lo veo claro. Pregunto al cielo, pero Abba se calla. ¡Abba, no me desampares! Hoy al alba recogí maná y me alimenté, pero me supo a poco. En siesta tuve pesadillas. Soñaba con usar la fuerza de la Ruah para convertir piedras en pan, trepé hasta el pináculo del templo y descendía por los aires volando triunfalmente sobre la multitud en volandas de coros angélicos, luego tuvo un mítin junto a la torre pretoria para convencerlos de unirse a los celotes en un golpe de estado contra Jerusalén y contra Roma...


Día 7 de luna creciente:

De nuevo pesadillas. Apareció Satán proponiendo con lenguaje sibilino: “La fuerza que notas en tí no es de la Ruah, sino de Belcebú que te posee. Reconócelo y adórame. El mundo entero será tuyo”. (Lc 4, 7; Mc 3, 22) Desperté con sudor frío y arritmia. El cuerpo me pedía vomitar, pero no pude; no había probado bocado anoche. ¿Cómo sacudir de mi cabeza este torbellino de imaginación? Dejaré de ayunar. Cazo un conejo, lo aso y me recupero. Lástima no tener vino, que alegra el corazón deprimido. 


Luna llena de Nisán:

Últimamente todo está cambiando. Hasta mejora el aroma del romero y tomillo. Subo cada mañana a lo alto para ver salir el sol. Hay que aprender en las alturas a ser “teleioi”, es decir, perfectos, pero no como los perfeccionistas, sino con la anchura de corazón y amplitud de miras del “telos”(horizonte) de Abba, que envía desde las alturas sol y lluvia sobre buenos y malos, sobre justos y pecadores .

Ahora veo claro que esas pesadillas eran tentaciones del yo, pero la Ruah me libra de ellas. Haré escala en Samaria para proveerme de pan y vino.Y regresaré a Galilea. Hacia allí me empuja la Ruah. La oigo que me llama: “Ve a dar esperanza al pueblo pobre, llévales liberación, abraza al infectado sin miedo al contagio, diles que son dichosos a pesar de ser injusticiados, que son felices, no por ser pobres, sino a pesar de serlo, porque la Ruah está de su parte y quiere que se libren de su pobreza, que no solo de pan se vive, pero que hay que compartir lo que tenemos para que peces y panes se multipliquen por obra y gracia de la solidaridad, que hay que salir del engaño del poder, que se fíen del poder de la Ruah, voz de los sin voz y fuerza de los sin fuerza...”


(Aquí acaba la media página rota del papiro en puntos suspensivos. Transcribimos a continuación, un trozo del papiro de Lucas, en griego y con letra de médico, conservado en el archivo del nieto de Nicodemo. Está escrito con audacia y “parresía” (Act 4, 31), tras consultar los papiros que conservó Malena).


Dice así el texto del médico escritor Lucas para su blog de Biblia Digital (Lc 4, 1-13):

Jesús renunció a seguir en el Jordán de los bautizadores. Sintió en su interior una fuerza irresistible de la Ruah (Mc 1, 12’14;Lc 4,14 y 4,43), que le impulsaba a caminar. Presentía Quién le empujaba, pero no veía claro hacia dónde. Se adentró en el desierto, entrenándose con ayuno y meditación. ¿Lograría entender lo que dice el Espíritu de Vida a quien camina escuchando? (Lc 4, 1-2).

El ayuno le debilitó y el exceso de meditación le provocó náuseas de estómago y alucinaciones de cerebro. Tuvo pesadillas angustiosas. Se le apareció en sueños una figura extraña, medio humano, medio cabrito. Pero el rostro del monstruo parecía su propio retrato, solo que en la frente llevaba una leyenda: “yo soy yo, 666” (Ap 13, 18). 

“Vamos a usar la Fuerza, gritaba el energúmeno, haremos de piedras pan, volaremos milagrosamente por los aires y todo el mundo nos adorará” (Lc 4,4)

De pronto, la extraña figura se metamorfoseó en un dragón con tres cabezas: la de un emperador coronado, la de un pontífice magno tocado de mitra, y la de un político corrupto millonario de derechas (Ap 13).

Jesús se despertó angustiado. Salió a la intemperie. Bebió del escaso hilillo que brotaba entre las rocas y se lavó la cara, descansó boca arriba mirando las estrellas y quedó de nuevo dormido.

Esta vez el sueño fue sereno. Pasó la nube. Soñó que dormía como Jacob: por la escala entre cielo y tierra trepaban y descendían ángeles (Gn 28, 11-19). 

Una voz de querubín le animó: “¡Lo que te queda por ver, Jesús!, verás cosas mayores (Jn 1, 50), nos verás revolotear sobre todo hijo de humanos, sobre cualquier hija de hombre, sobre cualquier hijo de mujer (Jn 1, 51). 

Un serafín desenrolló la Escritura y le leyó al oído: ‘Sólo al Señor tu Dios adorarás... No sólo de pan se vive... Sólo al Señor te rendirás... Él es el único poder que no te esclaviza, sino te libera... Que no te tiente tu yo, que no te tiente el poder, no tientes a Abba...’ (Dt 8,3; 6,13; Ps 90, 11-12; Dt 6,16); 

Jesús se despertó pacificado (cf. Jn 12, 29-33). Se sentía ungido por Abba (Mc 1,11) y abrazado por la Ruah (Mc 1,10). Y ya no volvió a tener esas pesadillas hasta tres años más tarde: la noche antes de que lo ejecutaran soñaría en el Huerto que no quería beber el caliz de pasión (Lc 22, 41-44); al día siguiente, medio en coma sobre la cruz, soñaría que quería desclavarse para convencer con un milagro a videntes ciegos (Mt 27, 39-44). Pero de ambos sueños de última tentación le libraría la Ruah (cf. Lc 4, 18-21), en cuyos brazos exhalaría el último suspiro con todo ya consumado (Jn 19, 30). Superaría la tentación de bajarse de la cruz (Mc 15, 30) y se dejaría morir hacia Abba (Mc 15, 37; Lc 23, 46) para vivir eternamente en su seno (Jn 19, 30). 

Cuando Jesús salió de su cuarentena en el desierto, su camino estaba claro: puso rumbo a Galilea. Iba a partir pan con pobres, sin negar a nadie su vino. Iría diciendo por los caminos: Amigo soy, soy vuestro amigo...

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