La sabiduría china del cuidado:
el Feng Shui
Leonardo Boff
Una
de las ventajas de la globalización, que es no solo económico-financiera sino
también cultural, está en permitirnos recoger valores poco desarrollados en
nuestra cultura occidental. En esta ocasión, vamos a hablar del Feng-Shui
chino. Literalmente significa viento (feng) y agua (shui). El viento lleva el
Qi [se lee chi], la energía universal, y el agua la retiene. Personalizado
significa “el maestro de las recetas”: el sabio que, a partir de su observación
de la naturaleza y de una fina sintonía con el Qi, indicaba el rumbo de los
vientos y los flujos de agua y, así, cómo montar bien la vivienda.
Beatriz
Bartoly, en su brillante tesis de filosofía en la Universidad del Estado de Río
de Janeiro (UERJ), de la cual fui orientador, escribe: «el Feng Shui nos remite
a una forma de celo cariñoso» –nosotros diríamos cuidadoso y tierno– «con
respecto a lo banal de nuestra existencia, que en Occidente ha sido
desprestigiado y menospreciado durante mucho tiempo: cuidar las plantas, los
animales, arreglar la casa, cuidar de la limpieza, del mantenimiento de los
aposentos, preparar los alimentos, adornar lo cotidiano con la prosaica, y al
mismo tiempo, majestuosa belleza de la naturaleza. Sin embargo, más que las
construcciones y las obras humanas, es su conducta y su acción el objetivo
principal de esta filosofía de vida, pues más que los resultados al Feng-Shui
le interesa el proceso. Lo valioso está en la acción y no en su efecto, en la
conducta y no en la obra».
Como
se deduce, la filosofía Feng-Shui se centra más en el sujeto que en el objeto,
más en la persona que en el ambiente y la casa en sí. La persona tiene que
involucrarse en el proceso, desarrollar la percepción del ambiente, captar los
flujos energéticos y los ritmos de la naturaleza. Debe asumir una conducta en
armonía con los otros, con el cosmos y con los procesos rítmicos de la
naturaleza. Cuando haya creado esa ecología interior, estará capacitada para
organizar, con éxito, su ecología exterior.
Más
que una ciencia y un arte, el Feng Shui es fundamentalmente una sabiduría, una
ética ecológico-cósmica de cómo cuidar de la correcta distribución del Qi en
todo nuestro ambiente.
En
sus múltiples facetas el Feng Shui representa una síntesis acabada del cuidado
en la forma como se organiza el jardín, la casa o el apartamento, con una
integración armoniosa de los elementos presentes. Podemos incluso decir que los
chinos, como los griegos clásicos, son los incansables buscadores del
equilibrio dinámico en todas las cosas. El supremo ideal de la tradición china
que encontró en el budismo y en el taoísmo su mejor expresión, representada por
Laozi (siglo VI-V a.C.) y por Zhuangzi (siglo V-IV a.C.), consiste en procurar
la unidad mediante un proceso de integración de las diferencias, especialmente
de las conocidas polaridades yin/yang, masculino/femenino, espacio/tiempo,
celestial/terrenal entre otras. El Tao representa esa integración, la realidad
inefable con la cual busca unirse la persona.
Tao
significa camino y método, pero también la Energía misteriosa y secreta que
produce todos los caminos y proyecta todos los métodos. Es inexpresable en
palabras, ante ella solo cabe el respetuoso silencio. Subyace en la polaridad
del yin y del yang y se manifiesta a través de ellos. El ideal humano es llegar
a una unión tan profunda con el Tao que se produzca el satori, la
iluminación. Para los taoístas el bien supremo no se da más allá de la muerte
como para los cristianos, sino ya en el tiempo y en la historia, mediante una
experiencia de no-dualidad y de integración en el Tao. Al morir la persona se
sumerge en el Tao y se unifica con él.
Para
alcanzar esta unión, es imprescindible la sintonía con la energía vital que
atraviesa el cielo y la tierra, llamada Qi. Qi es intraducible, pero equivale a
la ruah de los judíos, al pneuma de los griegos, al spiritus
de los latinos, al axé de los yoruba/nagô, al vacío cuántico de los
cosmólogos: expresiones que designan la Energía suprema y cósmica que subyace y
sustenta a todos los seres.
Por
la fuerza del Qi todas las cosas se transforman (véase el I Ching, el
Libro de los Cambios) y se mantienen permanentemente en proceso. Fluye en el
ser humano a través de los meridianos de la acupuntura. Circula en la Tierra
por las venas telúricas subterráneas, compuestas por campos electromagnéticos
distribuidos a lo largo de los meridianos de ecopuntura que entrecruzan la
superficie terrestre. Cuando el Qi se expande significa vida, cuando se retrae,
muerte. Cuando adquiere peso, se presenta como materia, cuando se torna sutil,
como espíritu. La naturaleza es la combinación sabia de los distintos estados
del Qi, desde los más pesados hasta los más ligeros.
Cuando
el Qi emerge en un determinado lugar, surge un paisaje armonioso con brisas
suaves y aguas cristalinas, montañas sinuosas y valles verdeantes. Es una
invitación al ser humano para instalar allí su morada o encontrar un apartamento
en el cual se sienta “en casa”.
La
visión china del mundo privilegia el espacio, a diferencia de Occidente que
privilegia el tiempo. El espacio para el taoísmo es el lugar de encuentro, de
convivencia, de las interacciones de todos con todos, pues todos somos
portadores de la energía Qi que empapa el espacio. La suprema expresión del
espacio se realiza en la casa, en el jardín, en el apartamento bien cuidado.
Si el ser humano quiere ser
feliz debe desarrollar la topofilia, amor al lugar donde vive y donde
construye su casa y su jardín o donde monta su apartamento. El Feng Shui es el
arte y la técnica de construir bien la casa, el jardín, y decorar el
apartamento con sentido de armonía y belleza. Frente al desmantelamiento del
cuidado y a la grave crisis ecológica actual, la milenaria sabiduría del Feng
Shui nos ayuda a rehacer la alianza de simpatía y de amor con la naturaleza.
Esa conducta reconstruye la morada humana (que los griegos llamaban ethos),
asentada sobre el cuidado y sus múltiples resonancias como la ternura, la
caricia y la cordialidad.
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