Cuando llegue la Gran Tribulación,
la Tierra
tendrá al fin su merecido descanso
Leonardo Boff
Me
parecen muy oportunas las reflexiones de este autor, que trabaja la ecología
con pequeños productores rurales junto al río Surui, en la Baixada Fluminense.
Este es su texto:
«Nadie
sabe con seguridad el día ni la hora. Y es que, casi sin darnos cuenta, estamos
ya en medio de ella. Pero que está viniendo, lo está, cada vez con más
intensidad y nitidez. Cuando suceda el gran vuelco, todo va a parecer como si
fuese por sorpresa.
Aunque
haya datos seguros que apuntan a la inevitabilidad de los cambios globales
debidos al clima, con consecuencias que los científicos tratan de adivinar,
pero que seguramente serán para peor, los intereses económicos de las grandes
naciones y la falta de visión de sus dirigentes no les permiten tomar las
medidas necesarias para mitigar los efectos y adaptar su modo de vida al estado
febril de la Tierra.
Podemos
imaginar un escenario plausible en el que los huracanes barrerán regiones
enteras. Olas gigantescas se tragarán ciudades y civilizaciones, yendo a morir
a los pies de las montañas. Sequías prolongadas harán que se cambien todas las
riquezas por un simple vaso de agua sucia. El calor y el frio extremos harán
que recordemos con nostalgia las historias de las abuelas que hablaban de la
brisa de la tarde y del cálido fuego del hogar en el invierno, siempre
previsible, y de los frutos madurados al calor de un sol de verano benéfico. Se
comerá solo para sobrevivir, siempre poco y de dudoso gusto.
Pero
todo esto no será lo peor. La madre, enflaquecida, no conseguirá enterrar a la
hija, y el nieto matará al abuelo por un cacho de pan. El perro y el gato,
amigos del hombre, serán buscados por todas partes como última posibilidad de
saciar el hambre. Lo vivos envidiarán a los muertos y no habrá quien llore la
muerte de los niños. El hambre llegará a tal punto que, como en la Jerusalén
sitiada, los hambrientos aguardarán la próxima víctima de la muerte para
disputarle la carne flácida.
“El
país será devastado y las ciudades se convertirán en escombros. Durante el
tiempo que quede devastada, la Tierra descansará por los sábados que no
descansó cuando habitabais en ella” (Lev 26,33-35).
¿Pero
será el fin de toda la biosfera? No. Por causa de los justos y sensatos, Dios
abreviará esos días y no destruirá toda la vida sobre la Tierra, manteniendo la
promesa que hiciera a nuestro padre Noé. Pero es necesario que el ser humano
pase por esa tribulación para que despierte de su egocentrismo y reconozca en
definitiva que él es parte de la comunidad de la vida y su principal guardián.
¿Qué
hacer para prepararnos para esos tiempos? Primeramente, reconocer que ya
vivimos en ellos. Hoy ya no se sabe cuando vendrá la primavera o el otoño. Ya
no contamos con los meses de frío y de calor. Ya no sabemos cuándo habrá lluvia
o hará sol.
Después,
es importante quedarse en silencio, vigilando y observando las señales que
indican la aceleración de los procesos de cambio. Y sobre todo es
imprescindible convertirse, cambiar de hábitos de vida, un cambio personal,
profundo y definitivo. Solo entonces estaríamos en condiciones morales de pedir
a otros que hicieran lo mismo. Pero, como en tiempo de los profetas, pocos
oirán, algunos escarnecerán y la mayoría se mantendrá indiferente permitiéndose
toda suerte de libertades como en los tiempos de Noé.
Deberíamos
también volver a las raíces, volver a empezar, como tantas veces lo hizo la
humanidad arrepentida, reconociendo que somos apenas criaturas y no Creador,
que somos compañeros y no señores de la naturaleza; que para ser felices es
indispensable someternos a las grandes leyes de la vida y oír con atención la
voz de nuestra conciencia. Si obedecemos a esas leyes mayores, recogeremos los
frutos de la Tierra y la alegría del alma. Si las desobedecemos, heredaremos
una civilización como esta en la que estamos viviendo, llena de avidez, guerras
y tristezas.
Para
los tiempos de carestía que vendrán es fundamental recuperar las artes y
técnicas ancestrales de plantar, recoger, comer; cuidar de los animales y
servirse de ellos con respeto; hacer utensilios y herramientas con arte y
tecnología local; seleccionar y plantar las hierbas que curan y los granos que
nutren; recoger para tejer; preservar las fuentes de agua, encontrar los
lugares apropiados para cavar los pozos y aprender a guardar las aguas de
lluvia. Es entrar en la facultad de la economía de la escasez, de la sobriedad
compartida y de la belleza despojada. De ese saber recuperado y enriquecido
surgiría la civilización del contentamiento, una biocivilización, la Tierra de
la buena esperanza.
Después
de esa larga temporada de lágrimas y esperanzas, superaremos esa estúpida
guerra de religiones, esa intolerable disputa de dioses. Más allá de los
profetas y tradiciones, más allá de las morales y liturgias, quien sabe,
volveremos a adorar bajo múltiples nombres y formas al único Creador de todas
las cosas y Padre-Madre de todos los vivientes en el gran Espíritu que une e
inspira todo, entrelazados amorosamente en una única fraternidad universal. Y
podremos en fin organizar verdaderamente la unión de todos los pueblos del
mundo y un auténtico parlamento de todas las religiones».
Waldemar
Boff se graduó en filosofía y sociología en Estados Unidos, anima el SEOP
(Servicio de Educación y Organización Popular) en la Baixada Fluminense.
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