El pueblo brasilero:
un pueblo místico
y religioso
Leonardo Boff
El
pueblo brasilero es espiritual y místico, le guste o no a la intelectualidad
secularizada, en general con poca o ninguna organicidad con los movimientos
populares y sociales.
El
pueblo no ha pasado por la escuela de los maestros modernos de la sospecha que,
en vano, han intentado deslegitimar la religión. Para el pueblo, Dios no es un
problema sino la solución de sus problemas y el sentido último de su vivir y de
su morir. Siente a Dios acompañando sus pasos, lo celebra en las expresiones de
lo cotidiano, como “mi Dios”, “gracias a Dios”, “Dios le pague”, “Dios lo
acompañe”, “Dios lo quiera” y “Dios lo bendiga”. Habitualmente mucha gente se
despide por teléfono diciendo “queda con Dios”. Si no tuviese a Dios en su
vida, ciertamente no habría resistido con tanta fortaleza, humor y sentido de
lucha a tantos siglos de ostracismo social.
El
cristianismo ayudó a formar la identidad de los brasileros. En el tiempo de la
Colonia y del Imperio entró por la vía de la misión (iglesia institucional) y
de la devoción a los santos y santas (cristianismo popular). Modernamente está
entrando por la vía de la liberación (círculos bíblicos, comunidades de base y
pastorales sociales) y por el carismatismo (encuentros de oración y de
curación, grandes celebraciones-espectáculo de curas mediáticos).
Fundamentalmente el cristianismo colonial e imperial educó a las clases
señoriales sin cuestionarles su proyecto de dominación y domesticó a las clases
populares para que se ajustasen al lugar que les cabía en la marginalidad. Por
eso la función del cristianismo fue extremadamente ambigua pero siempre
funcional al statu quo desigual e injusto. Raramente fue profético. En
el caso de la esclavitud fue claramente legitimador de un orden inicuo.
Solamente
a partir de los años 50 del siglo pasado, sectores importantes de la
institucionalidad (obispos, curas, religiosos y religiosas, laicos y laicas)
comenzaron un proceso de desplazamiento de su lugar social desde el centro
hacia la periferia donde vivía el pueblo. Surgió el discurso de la promoción
humana integral y de la liberación socio-histórica cuya centralidad es ocupada
por los oprimidos que ya no aceptan su condición de oprimidos. Por el hecho de
ser simultáneamente pobres y religiosos, sacaron de su religión las
inspiraciones para la resistencia y para la liberación rumbo a una sociedad con
más participación popular y más justicia. Y surgió un cristianismo nuevo,
profético, liberador y comprometido con los cambios necesarios.
Pero
la mayor creación cultural hecha en Brasil está representada por el
cristianismo popular. Puestos al margen del sistema político y religioso, los
pobres, indígenas y negros dieron cuerpo a su experiencia espiritual en el
código de la cultura popular, que se rige más por la lógica del inconsciente y de
lo emocional que por lo racional y lo doctrinario. Elaboraron así una rica
simbología, en las fiestas de sus santos y santa importantes, un arte lleno de
colorido y una música cargada de sentimiento asociada a la noble tristesse.
Este cristianismo popular no es decadencia del cristianismo oficial, sino una
forma diferente, popular y sincrética de expresar lo esencial del mensaje
cristiano.
Las
religiones afrobrasileñas, el sincretismo urdido de elementos cristianos,
afrobrasileros e indígenas, representan otra creación relevante de la cultura
popular. Con excepción de algún fundamentalismo evangélico, el pueblo en
general no es dogmático ni obcecado en sus creencias. Es tolerante, pues cree
que Dios está en todos los caminos y todos los caminos terminan en Él. Por eso
es multiconfesional y no se avergüenza de tener varias pertenencias religiosas.
La síntesis se hace dentro de su corazón, en su espiritualidad profunda. A
partir de ahí compone el rico tejido religioso. El antropólogo Roberto da Matta
lo expresó acertadamente: «En el camino hacia Dios puedo juntar muchas cosas.
Puedo ser católico y umbandista, devoto de Ogum y de San Jorge. El lenguaje
religioso de nuestro país es, pues, un lenguaje de relación y de religación. Un
idioma que busca el término medio, el camino medio, la posibilidad de salvar a
todo el mundo y de encontrar en todos los lugares alguna cosa buena y digna» (O
que faz o brasil Brasil, Rocco, Rio de Janeiro 1984, 117).
Especialmente
importante es la contribución civilizatoria traída por las religiones afro
(nagô, camdonblé, macumba, umbanda y otras) que a partir de sus propias
matrices africanas elaboraron aquí un rico sincretismo. Cada ser humano puede
ser un incorporador eventual de la divinidad en beneficio de los otros. Negada
socialmente, despreciada políticamente, perseguida religiosamente, las
religiones afrobrasileñas devolvieron autoestima a la población negra, al
afirmar que los orixás africanos los enviaron a estas tierras para ayudar a los
necesitados y para impregnar de axé (energía cósmica y sagrada) los aires de
Brasil. A pesar de ser esclavos cumplían una misión transcendente y de gran
significado histórico.
Fueron
los negros y los indígenas quienes confirieron y confieren una marca mística al
alma brasilera. Todos se saben acompañados por los santos y santas importantes,
por los orixás por el Preto Velho (umbanda) y por la mano providente de
Dios que no deja que todo se pierda y se frustre definitivamente. Para todo
existe solución y una salida buena. Por eso hay levedad, humor, sentido de
fiesta en todas las manifestaciones populares.
El
futuro religioso de Brasil no será probablemente su pasado católico. Será,
posiblemente, la creación sincrética original de una nueva espiritualidad
ecuménica que convivirá con las diferencias (la tradición evangélica en
ascenso, el pentecostalismo, el kardecismo, las religiones orientales) pero en
la unidad de la misma percepción de lo Divino y de lo Sagrado que impregna el
cosmos, la historia humana y la vida de cada persona.
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