sábado, 29 de marzo de 2014

Se ahogó la gacela

Isabel Gómez Acebo



Se acaba de publicar en Italia un libro de Giuseppe Catozzella, Non dimi che hai paura, (No digas que tienes miedo), que narra la biografía de Samia, una muchacha somalí nacida para correr, que vive en una parte del país ocupada por los integristas musulmanes y donde las mujeres tienen que ir totalmente cubiertas.
En la familia de Samia, su padre que también es un fervoroso musulmán no piensa de esta manera y constantemente le dice a su hija. “Verás un día en el que las mujeres abandonarán la esclavitud actual y tú serás la guía de muchas compañeras camino de su liberación”. Su forma de pensar tampoco es contraria a que su hija corra pues comprende que tiene una disposición innata. Samia corre por las calles, corre en estadios vacíos para que nadie se escandalice, pasa miedo porque lo hace sola y sin preparadores físicos. A veces un compañero de juegos la acompaña y se queda mudo ante su velocidad: ¿no serás un varón disfrazado Samia? pregunta imposibilitado para creer que una mujer pueda tener esas cualidades.
A los 17 años consigue ir a la olimpiada de Pekín donde queda la última pero se ha convertido en noticia de todas las TV y diarios del mundo. Ha corrido con una camiseta vieja, unos pantalones por debajo de la rodilla, un velo blanco y unos indescifrables zapatos. Un atuendo muy distinto a las de todas las atletas que corrieron a su lado con las mejores marcas deportivas.
Mientras tanto la guerra de Somalia diezma a su familia pues su padre herido acaba muriendo y su adorada hermana, Hodan, decide huir a Europa en manos de los traficantes de seres humanos y desde Finlandia, la llama gracias a internet. En su país no es bien vista, los clérigos musulmanes no consideran que correr sea una actividad femenina. Por otro lado, recibe cartas de feministas, de musulmanas y de atletas del mundo entero, ofreciendo su ayuda.
Al final decide marchar para reunirse con Hodan, un viaje que supone atravesar el desierto africano en autobús o en jeep y cruzar infinitos pueblos y aldeas de la mano de los diferentes traficantes que exigen dinero en cada esquina. La meta es llegar a la costa africana donde encontrar una mísera embarcación con la que cruzar el Mediterráneo. Son muchos meses de sacrificios que se soportan con la esperanza de un tiempo mejor. Pero Samia no tuvo suerte, su barco naufragó en 2012 a pocas millas de Sicilia y encontró la muerte en ese mar con el que tanto había soñado.
Reconozco que cuando pongo un nombre y una historia detrás de cada inmigrante que intenta cruzar la valla de Ceuta o Melilla, su situación se me hace más sangrante. Veo el rostro de Samia en todos ellos, veo una luz de esperanza en sus ojos que una simple valla cercena

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