miércoles, 19 de marzo de 2014

col faustino

Jn 4, 5-42
El pasaje del evangelio nos narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana que llega a sacar agua a un pozo. Igual que Jesús le dijo a la Samaritana "dame de beber", nos dice hoy lo mismo desde los sedientos del mundo: "dame agua, dame pan, dame justicia, dame amor, dame fraternidad, dame acogida, dame comprensión.
El agua es alimento, es vida, es limpieza. Sin ella es imposible la vida. El agua es el primer alimento imprescindible para vivir. La necesitamos a diario.
Pero unos 2.400 millones de personas, un tercio de la población mundial, continuará sin tener acceso a agua potable y saneamientoadecuado en el año 2015, informa la OMS.
Cerca de 2 millones de niños se mueren cada año en el mundo por falta de agua potable. En octubre del año pasado 87 personas, la mayoría mujeres y niños, murieron de sed en el desierto del Niger intentando llegar a Argelia, huyendo del hambre.
No solo las personas, sino que también miles animales se mueren de sed, como los 19 elefantes y 2 rinocerontes que han muerto en el Parque Nacional de Hwange, en 2012, al Oeste de Zimbabue, a causa de la sequía que azotaba la zona y dejó a los animales sin agua.
El agua dulce es un bien escaso. Y al paso que vamos va a tener mucho más valor el agua que el oro o los diamantes.
Jesús nos dice: "venid benditos de mi Padre a tomar posesión del Reino de los Cielos porque... tuve sed y me disteis de beber... Cuando lo hicisteis a mis hermanos más necesitados a Mi me lo hicisteis".
Dios no necesita nada para si mismo. Atender a los seres humanos en sus necesidades es el verdadero culto a Dios, que no se le da ni en los montes, ni en los templos, ni con celebraciones teatrales, sino en cada persona, que es el templo vivo de Dios (1ª Corintios 3,16-17). Esto es adorar a Dios en espíritu y en verdad.
Por eso todas las religiones deberían olvidarse de sus dogmatismos, fanatismos, ritualismos... y ponerse de acuerdo en los grandes valores que necesita todo ser humano para vivir dignamente: la justicia, el respeto mutuo, la solidaridad, el valor y la dignidad de la persona, la paz, la igualdad, la fraternidad universal, la opción por los pobres, enfermos y discapacitados, el cuidado de la Madre Tierra.
Deben unirse todas, urgentemente, en la lucha y el compromiso por estas grandes finalidades, por ejemplo, para que cuanto antes no haya un solo ser humano que no tenga acceso a agua potable, uno de los Objetivos del Milenio...
Así nos haremos dignos de habitar en esta tierra, dignos del agua que salta hasta la vida eterna, que nos anuncia Jesús como plenitud de vida para todos y toda la creación.


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