martes, 18 de marzo de 2014

comentario editorial

"¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!" (Papa Francisco)
23 de marzo, III domingo de Cuaresma
Jn 4, 5-42:
"Le contestó Jesús:-El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, pues el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna".
Este encuentro de Jesús con la gentilidad –y de la gentilidad con Jesús- abre las barreras del opresor y sofocante soliloquio religioso al esponjoso y liberador ecumenismo espiritual. El diálogo empieza a tener sentido cuando, olvidándose de sus orígenes, ambos se ponen al mismo nivel. La samaritana le pide ayuda en la necesidad de un cambio en su forma de vivir, y el judío le anuncia que en el futuro el culto a Dios –hechos concretos de la vida- no estará vinculado a lugares sino a las personas: "ni en ese monte ni en Jerusalén".
No estaban equivocados los discípulos comentando si alguien le habría traído de comer. El Rabí abre su mente a la de la aldeana; apunta que en el mar todo son rutas, y la autoriza a repetir las palabras de Rob Col a Ibn Sain en la Madrassa: "Me enseñasteis a dudar de cualquier certeza, incluso de las vuestras". El ilustre Maestro persa de Hispahan, como el galileo de Nazareth, tenía clara su misión de galeno: "No tratamos las enfermedades, sino las personas que sufren enfermedades".
Con este bello pasaje Jesús ha hecho que las ciudades vuelvan a tener nombres. En ellas, como en la película de Vadil Perelman, Casas de arena y niebla, se resuelven choques de cultura, se aúnan voluntades y el amor triunfa en la piel universal de sus protagonistas. La propuesta de hacer que brote el manantial dando vida eterna, es invitación a que obreros -y señores- prestemos atención y nos comprometamos con la faena evangélica:"...observad los campos clareando ya para la cosecha".
Los místicos como Javier Melloni, han amasado harina fermentada de este reto social en abundancia, y entonan que
"Se nos da el ser
para que aprendamos a ser
y repletos del ser,
entreguemos nuestro ser"
De este modo lo interpretó el citado aprendiz de El Médico y se comprometió de corazón con ello: "Alabaré al Señor en su gloria sirviendo a su creación". La mejor manera de hacer resucitar nuestro lado más humano, la del costado de toda la Humanidad.
La del costado de Jesús ya resucitado por la que –como la de Tomás- penetra en él la mano incrédula del mundo entero, coronada con cinco continentes. Todos crédulos –no conversos- porque la fe de Jesús es libre, como el Espíritu que la alimenta. Y sacia plenamente porque es manantial que, quien bebe de su agua, no tendrá sed jamás.
Un manantial generoso y tolerante a quien no importa el formato cultural por el que sus aguas, siempre por naturaleza puras, tengan que discurrir. En su espejo se miran por igual –y de igual a igual- y sin recelos, el caluroso sol de mediodía y la estrella polar de toda la noche.

SED DE SER

"La sed de Ser
es la paradoja del agua que tiene sed de acuidad.
¿Será acaso que somos agua congelada en algún glaciar remoto,
procedente de nubes que vinieron del Océano
para que, tras el deshielo,
podamos recorrer la distancia que separa
las cumbres solitarias
de las mansas playas de arena?

Tenemos sed del Océano
porque el agua que somos en estado de hielo
tiene impreso el recuerdo de haber sido parte
de su Azul fluido e inmenso.

Se nos da el ser
para que aprendamos a ser
y repletos del ser,
entreguemos nuestro ser"

Javier Melloni SJ

Vicente Martínez

No hay comentarios:

Publicar un comentario