martes, 18 de marzo de 2014

El ayuno que yo quiero

José Arregui
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Querido Miguel: 
Una vez más he vuelto a releer tu vibrante carta de otoño, de un otoño hermoso y frío, según escribes. Como la sociedad misma: hermosa cuando nos detenemos a contemplar la belleza siempre emergente en el ámbito de la creación, y en la vida misma de la humanidad. Pero también fría, dura, hasta ser inhóspita para muchos, demasiados, con una violencia e indigencia de todo género.

Una sociedad, la humana, donde la persona se ahoga en una viva contradicción, y a la que describes con expresiones tan fuertes como
 en esta sociedad no valen lujos, coches blindados, justicias compradas, fortunas enormes, cremas y operaciones de estética, playas tropicales, corrupciones asquerosas, ni banquetes exquisitos. Todos, todos, todos, seremos carne muerta, gusanos y polvo. Aunque yo, como decía Bécquer, quiero ser polvo enamorado. Todo, en un momento, te será arrancado. Pero yo quiero ser polvo enamorado…

Pero hay otra versión de esta misma sociedad: la indigencia, la miseria, no disponer de agua potable, hacer centenares de kilómetros hasta dar con vallas que les cierran el paso a la esperanza de una vida digna, los espacios abigarrados de concentraciones humanas, lejos de la familia o la patria, situaciones inhumanas, verdaderos campos de concentración, en la espera de una vida nueva que no llega; desahucios, comedores sociales...
Una sociedad a quien se le ha entregado esta casa hermosa de la creación para cuidarla provisionalmente, y hacerla más hermosa, pero donde nacen y crecen con vigor dos sociedades crecientemente antagónicas.

Y en el centro vivo y dramático de este escenario emergiendo también una pregunta: ¿Dónde está Dios? ¿dónde, el Creador de esta casa?
Quizás nos puede hacer bien recordar los versos de Salvador Espriu:
Despierta, es un nuevo día,
la luz
del sol levante, viejo guía
por los apacibles caminos del humo.
No dejes nada
para caminar, y mirar hasta poniente.
Porque todo, en un momento
te será arrancado.

Despierta es el grito del poeta. Todo es efímero. En un momento todo lo perderás. Polvo y ceniza. Despierta, antes de perderlo todo. Quizás en el despertar podemos encontrar la luz de unas respuestas a nuestros interrogantes de angustias y desconcierto.
Despertaos, convertíos, es también el grito de la Palabra de Dios; rasgad los corazones, es el grito cuaresmal el camino para encontraros con Dios, y encontrar respuestas. El cristiano debe negarse a sí mismo, sea con el ayuno o de algún otro modo, para poner en claro su participación en el misterio de nuestra sepultura con Cristo, para resucitar con él a una vida nueva, para encontrarnos con Dios. Esto no puede ser meramente cuestión de “actos interiores” y “buenas intenciones”, “comer pescado los viernes…

Y si la Cuaresma debe llevarnos a un encuentro con Dios, debemos primer escucharle a él que sabe el verdadero camino, que él mismo es el Camino:
Mirad: el ayuno que yo aprecio es éste: abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, no cerrarte a tu propia carne. Entonces, se encenderá en tu vida una luz como la del amanecer, se curaran tus heridas, te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces llamarás al Señor y te responderá. Gritarás y te dirá: aquí estoy. Porque yo, el Señor tu Dios, soy misericordioso (Is 58)
Este es el camino de una auténtica Cuaresma. Este es el camino de Pascua. El camino de un hombre nuevo y una humanidad nueva. Este es un camino de reconciliación, reconciliación o encuentro con Dios, y reconciliación y encuentro de amistad, de fraternidad, de comunión con los hermanos, con cualquiera que junto a ti tiene necesidad de que le tiendas la mano, o recibas con el mismo sentimiento la suya.
Solamente este camino puede hacer que se desvanezcan esas dos sociedades antagónicas que están emergiendo con un abismo cada día más profundo entre ellas.
Evidentemente plantearse este camino es aceptar un desgarro interior, el desgarro que es ruptura del corazón. Pero solamente esta ruptura puede dejar entrar la alegría en nuestra casa.

El desgarramiento del corazón del que nos habla el profeta Joel, al inicio de la Cuaresma, escribe Merton, es ese “desgajarse” de nosotros mismos y de nuestra vetustas, la “vejez” del anciano fatigado por el aburrimiento y el esfuerzo de una existencia indiferente, para que nos volvamos a Dios y probemos su misericordia en la libertad de Sus hijos.
Cuando nos volvemos a él ¿qué encontramos? Que es gracioso y misericordioso, paciente y rico en misericordia. Incluso nos habla con sus propias palabras diciendo: Mira, te enviaré trigo y vino y aceite y te llenarás de ello: y ya no haré más de ti un reproche entre las naciones. Esta esperanza está al comienzo del ayuno de 40 días. Pero al final todo será polvo. Pero el polvo enamorado levanta la mirada a la fiesta de Pascua, y espera cantando la sinfonía de Mahler:
¡Resucitarás, sí, resucitarás,
polvo mío, tras breve descanso!
¡Vida inmortal
te dará quien te llamó!
¡Para volver a florecer has sido sembrado!

Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación
Feliz camino a la fiesta de Pascua. Un abrazo

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