martes, 18 de marzo de 2014

Rovirosa y la crítica 

del sistema capitalista

Hilari Raguer


El pasado 20 de febrero se hizo memoria deGuillermo Rovirosa, el fundador de la HOAC, con motivo del 50º aniversario de su fallecimiento. Una de las idees más originales de Guillermo Rovirosa es su crítica radical al sistema capitalista, según el cual alguien, sin trabajar, solo porque aporta un capital, percibe la parte del león de la riqueza producida.

Recordaba Rovirosa que en el Antiguo Testamento estaba prohibido prestar a interés, y la Iglesia, al principio, asumió esta prohibición y condenaba como pecado la usura, o sea cobrar por el uso del dinero. Pecunia pecuniam non parit, “el dinero no engendra dinero”, decían los moralistas. Pero al cabo de unos mil años la Iglesia pactó con el capitalismo naciente y redujo el pecado de usura a exigir un interés muy elevado o en condiciones “leoninas” (abusivas).
¿Por qué – se preguntaba Rovirosa – es pecado exigir un interés, aun módico? ¿Qué es lo que se cobra? No el dinero prestado, porque se devuelve íntegro. Lo que se cobra es el tiempo, y el tiempo es de Dios, y el castigo que nos manda Dios por cobrar el tiempo – concluía Rovirosa - es que en nuestra sociedad capitalista cada vez tenemos menos tiempo.
Parecería que con el desarrollo económico y la industrialización necesitaríamos menos tiempo para producir lo necesario y tendríamos más tiempo libre, pero ha sucedido todo lo contrario: en los países más desarrollados, y en las personas más ricas de todos los países, falta cada vez más tiempo. Los pobres pueden morir de hambre, pero los ricos mueren de infarto provocado por el estrés debido a la falta de tiempo.
Es poco conocido que en la redacción definitiva de la constitución Gaudium et spes, la que se votó, se aprobó y se promulgó, la comisión redactora había eliminado la expresión “doctrina social de la Iglesia” reemplazándola por “enseñanza social”. El P. M.-D. Chenu, dominico, miembro eminente de la comisión, ha explicado que se hizo así porque la expresión “doctrina social de la Iglesia” está asociada en la mente de todos a las encíclicas sociales de los últimos Papas, y en ellas no todo procede de la Biblia.
En síntesis, la doctrina de las encíclicas es que el socialismo-comunismo es intrínsecamente perverso, mientras que el capitalismo tiene aún remedio, con algunas reformitas. Esta es una opinión sostenible, pero la comisión creyó que no la podía proclamar un concilio ecuménico, obligatorio para todos los católicos. Pero monseñor Pericle Felice, que como secretario general del concilio había favorecido constantemente a la minoría conservadora y obstruccionista, posteriormente reintrodujo las palabras “doctrina social de la Iglesia” en la edición definitiva y oficial (editio typica) de los documentos del Vaticano II. El P. Chenu se atrevió a calificar de “fraudulenta” aquella edición (véase M.-D. Chenu, La “doctrine sociale” de l’Église comme idéologie, Cerf, París, 1979). Aquí hablaba Chenu de “ideología” en el sentido de sistema conceptual montado para justificar una situación injusta.
La tesis “revolucionaria” de Rovirosa y de la auténtica constitución Gaudium et spes ha sido asumida vehementemente por el Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG). Cierto que utiliza algunas veces la expresión “doctrina social”, sobre todo cuando cita a los Papas anteriores o el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, pero el subtítulo de la sección sobre el Magisterio social es La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales (EG 182).
Antes, en el capítulo segundo, “En la crisis del compromiso comunitario”, a propósito de “Algunos desafíos del mundo actual” (EG, núms. 52 y ss), lanza un “no a una economía de exclusión”, la economía que excluye a los pobres (EG 53), y un “no a la nueva idolatría del dinero” (EG 55). No es solo que el capitalista perciba unos intereses o dividendos, sino que se ha llegado a una “economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (EG 55), y por “la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera” (EG 56) éstos tienen más poder que los pequeños ahorradores o inversores, que los Estados supuestamente soberanos y aun que los supremos organismos internacionales: “De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas” (EG 56).
“¡El dinero debe servir y no gobernar!”, grita el Papa Francisco. Pero de todo este capítulo de EG, tan duro de lenguaje, creo que lo más contundente es cuando, a propósito de que la injusticia engendra violencia, afirma que “(este) sistema social y económico es injusto en su raíz” (EG 59). Es decir: no en las ramas o aplicaciones, sino en la raíz misma. No es que el sistema capitalista tenga defectos puntuales o marginales, remediables con parches, sino que es todo él, desde su raíz, que, como dijo Pío XI del socialismo-comunismo, es “intrínsecamente perverso”.
Tal vez, pues, tendríamos que invertir la doctrina social de la Iglesia tradicional y decir que el sistema económico actual es “intrínsecamente perverso”, mientras que es posible un colectivismo humano y católico. Pienso en las “reducciones” jesuíticas del Paraguay, de economía totalmente colectiva, y que nadie se ha atrevido a calificar de heterodoxas (si se suprimieron fue por vergonzosas razones políticas, como aparece en la famosa película “La misión”). O en los pueblos primitivos, que nosotros calificamos de salvajes, que comparten la propiedad colectiva de la tierra. O también, aunque no alcance a toda la sociedad, en el “cooperativismo integral” (Copin) de Rovirosa.
Por todo lo dicho me atrevería a concluir que la crítica de Rovirosa al capitalismo se adelantó al texto auténtico de la constitución conciliar Gaudium et spes y a las atrevidas enseñanzas del Papa Francisco.

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