martes, 11 de marzo de 2014

hombre-no-econom

Antes de que existiera la llamada "civilización", el tipo de ser humano que existía era el denominado "hombre-no-económico"(Marshall Sahlins).
Los humanos eran cazadores nómadas. Lo que entrañaba una consecuencia, que diferenciaba radicalmente al hombre "no-civilizado" del "civilizado". Esto llevaba consigo la referida consecuencia, que a nosotros ahora nos desconcierta: lo que para nosotros es "riqueza", para aquellos hombres era un "estorbo".
La vida instalada, segura y sedentaria necesita "riqueza". La vida itinerante, insegura, no instalada, sólo es posible en el "despojo". La conclusión, que de todo esto deduce el conocido crítico de la economía ortodoxa, Karl Polany, es una conclusión tremenda: "Ningún móvil específicamente humano es económico" (cf. María Daraki).
Esto supuesto, no hay que pensar mucho para llegar derechamente a esta sencilla y fuerte reflexión: el progreso técnico y económico es necesario. Pero con tal que ese progreso se pudiera hacer para mejorar el bienestar de todos, no para que los poderosos acumulen a costa del sufrimiento de los demás. ¿Se pudieron hacer las cosas de otra manera más humana y equitativa?
Hay un hecho patente, que clama al cielo: el proceso del que surgió la civilización ha demostrado que la evolución tecnológica y la evolución social se divorciaron, hace miles de años. Y divorciadas siguen. Es más, no sólo están separadas, sino que van creciendo en sentido inverso: en la medida en que la evolución tecnológica crece como progreso, en esa misma medida la evolución social crece como degradación. Por eso hoy nos encontramos con esta aterradora situación mundial: menos de cien personas (los que mandan en el mundo) acumulan más riqueza que más de dos mil quinientos millones de criaturas (los esclavos de la tierra).
Conclusión: la riqueza está asociada a una minoría de canallas, los notables, los selectos, los que tienen todas las puertas abiertas. Todas, menos una: la puerta que da acceso a la humanización de este mundo, a la felicidad de los más desgraciados, y a la esperanza de quienes han perdido ya toda esperanza.
Entiendo, pues, por qué este papa, que nos ha salido sin esperarlo, resulta incómodo, molesto, un hombre del que dicen no pocos que sólo sirve para hacer en público gestos llamativos, pero ineficaces.
¿Que este papa no va a servir para arreglar los problemas de la Iglesia? Si, al menos, sirve para enfrentarnos a todos con el enorme problema, que todos tenemos que afrontar y resolver, el problema que consiste en que el "homo sapiens" ha degenerado en "homo necans", y de ahí en "homo in-humanus", entonces podemos asegurar que Francisco está poniendo los cimientos de la Iglesia que encaja con el Evangelio.
¿O es que queremos otra Iglesia? ¿Qué Iglesia? ¿Qué sociedad? ¿Qué ser humano? A ver si nos aclaramos.

José M. Castillo

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