lunes, 31 de marzo de 2014

Celebración comunitaria de la penitencia en el Vaticano

José Manuel Bernal


A todos nos sorprendió hace años el gesto de Juan Pablo II entrando en un confesionario de la basílica de San Pedro dispuesto a oír las confesiones de los fieles. Era un gesto sorprendente, inusual. Nunca habíamos visto al papa confesando en la basílica vaticana. Lo que estos días hemos contemplado, sin embargo, es aún más sorprendente; la imagen era verdaderamente insólita; el papa Francisco arrodillado ante un confesor en un confesionario de la basílica.

El gesto del papa Juan Pablo II estaba orquestado por la insistente campaña, promovida entonces desde las más altas instancias eclesiásticas,invitando a pastores y fieles a la práctica del sacramento de la penitencia en su versión privada e individual. Esta fue declarada como la forma normal y privilegiada de recibir el sacramento del perdón. De hecho, en la mayor parte de las iglesias, se puso el acento en la atención pastoral del confesionario y casi no se prestó atención a las celebraciones comunitarias de la reconciliación. En comunidades más sensibilizadas, sin embargo, se vinieron programando celebraciones comunitarias de la penitencia con una cierta regularidad, reservadas sólo a circunstancias muy especiales, en los tiempos fuertes del año litúrgico.
Si tuviera que declarar aquí cuál es mi opinión, yo diría que la práctica de este sacramento, en todas sus formas, vive una crisis alarmante. Lamento reconocer que, en este momento, las celebraciones comunitarias de la penitencia, en las que el Concilio puso tanto iterés, apenas si han llegado a cuajar en la experiencia pastoral de nuestras iglesias.
En este contexto, me resulta significativo y esperanzador, no tanto el gesto sorprendente del papa Francisco arrodillado a los pies del confesor, sino el contexto litúrgico en el que sucede este gesto. Es justamente en el marco de una celebración penitencial presidida por el papa, promovida por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización llamada “24 horas por el Señor”. En ella él mismo pronuncia una breve homilía invitando a los fieles a reconocerse pecadores ante Dios, a revestirse del hombre nuevo y a confiar en la poderosa misericordia del Padre.

Me sorprende gratamente esta iniciativa. Me sorprende que en la basílica vaticana, donde en años anteriores solo habíamos visto la práctica del viejo confesionario, haya sido promovida una celebración comunitaria del perdón. Es un paso más. Es una aceptación muy significativa de una forma de celebrar la penitencia, que sufrió tantos contratiempos en el proceso de su aceptación y que, en el fondo, pretendía ser una forma de ir superando el viejo modo individualista de practicar el sacramento de la penitencia, evitando la pervivencia de ese curioso mueble llamado confesionario y de ofrecer, al mismo tiempo, una visión teológica del sacramento desvinculada de esa desafortunada imagen del “santo tribunal de la penitencia”.
A mí me gustaría que esta iniciativa, promovida en la basílica de san Pedro, sirviera de estímulo pastoral en nuestras iglesias; que las celebraciones comunitarias del perdón se convirtieran en una oferta abundante para nuestras comunidades cristianas; que nuestros fieles volvieran a tomar conciencia de la importancia insustituible del sacramento de la reconciliación; que esta nueva forma de celebrar al Dios compasivo y misericordioso nos abriera una visión más ajustada y positiva del sacramento del perdón, abiertos a la acción de un Dios, no justiciero y castigador, sino de un Dios Padre amoroso, que nos perdona siempre y nos acoge con los brazos abiertos.

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