jueves, 28 de febrero de 2013


Martín Gelabert Ballester, OP 
La cruz de Cristo, reflejo de Dios 



Desde el presupuesto creyente de que quién ha visto a Jesús ha visto al Padre, surge la pregunta por el Dios que se revela en la Crucifixión de Cristo. Una respuesta bastante corriente dice que en la cruz de Cristo se revela un Dios que, para salvar a la humanidad pecadora, necesita una satisfacción. La cruz forma parte del plan de Dios que, si no ha enviado él mismo a su Hijo a la cruz, al menos ha previsto este tipo de muerte, que él acepta como reparación por los pecados del mundo. Algunos han visto ahí la imagen de un Dios sádico, que mata a su Hijo más querido para aplacar su cólera.
  

Otra respuesta es posible: Jesús acepta su muerte ignominiosa porque es el mejor, sino el único modo de revelar, quién es su Padre. No un Dios que castiga, pide cuentas y exige reparaciones, sino un Dios todo Amor, solo Amor y nada más que Amor. La cruz de Cristo cambia la imagen de un Dios todo-poder por la de un Dios todo-amor. El Dios que su Hijo crucificado revela no es un Dios que todo lo controla y pide sacrificios, sino un Dios que todo lo perdona y se manifiesta impotente frente a la violencia, porque ella es la negación del amor. Dios es el que se sacrifica, se despoja, se vacía para que el hombre viva.
  

El poder de Dios no se manifiesta donde piensa el mundo, en el prestigio, el honor y la fuerza, sino en aquellos lugares donde nadie esperaría encontrarle: en la pobreza, la humillación, la impotencia, la vulnerabilidad. Y lo hace en primer lugar solidarizándose con las víctimas, y luego ofreciendo su perdón y su amistad a los verdugos. Dios estaba en la cruz de Jesús sosteniéndole para que manifestase su verdadero poder. Este poder crucificado cuestiona el orden del mundo y nos llama a buscar un orden nuevo basado en la solidaridad, el perdón y el amor.
  

Los hombres, como Adán, llevamos dentro el deseo de ser como dioses. De ser dioses desde la prepotencia y la codicia. De ser dioses, en definitiva, imitando una falsa imagen de Dios. Jesús, según la carta a los filipenses, siendo imagen de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se vació, se humilló hasta la muerte de cruz. Mostró así como es la verdadera imagen de Dios: vaciarse para que otros se llenen, entregarse para que otros vivan. Jesús, con sus palabras y obras, había ofrecido una primera imagen de Dios. En la cruz esta imagen encontró su perfección, porque no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Y sus amados son todos los seres humanos.

Argentina, Córdoba: 
“Malvinas Argentinas sufrirá las consecuencias de los pueblos fumigados”
 Ximena Cabral 


El presidente del Instituto de Salud laboral y Medio Ambiente (ISLyMA-CTA), Eduardo Ahamendaburu, manifestó que la localidad cordobesa “es el enclave donde Monsanto planea radicar su planta”, con todo lo que ello implicará para la salud de sus habitantes.

 La radicación de la Planta de acondicionamiento de semillas de maíz de Monsanto en la localidad de Malvinas Argentinas sigue generando denuncias por el cuidado del ambiente y la salud pero también advierte sobre la precariedad de las condiciones de trabajo en esta actividad.

 El presidente del Instituto de Salud laboral y Medio Ambiente (ISLyMA-CTA), Eduardo Ahamendaburu habló sobre esta compleja problemática

 -Desde la perspectiva de la salud y el cuidado del medio ambiente de trabajo, ¿cuáles son las implicancias de la radicación de Monsanto en Malvinas Argentinas?

 - Las implicancias han quedado claras a partir del informe presentado en el Hospital de Clínicas: Malvinas es el enclave donde Monsanto planea radicar su planta y es un pueblo que sufrirá las consecuencias de los pueblos fumigados.

 Entonces, al castigo de ser una ciudad fumigada le agregamos las consecuencias de la instalación de esta planta de tratamiento de semillas bajo la mentira que va a generar fuentes de empleo genuinos.

 Monsanto se radica en los sectores más desposeídos, mas desintegrados de esta sociedad.

 -¿Qué características tiene la promesa de empleo por parte de Monsanto para los pobladores de Malvinas?

 - Los empleados que puede tomar Monsanto, según lo demostrado en el Aviso de proyecto, son trabajadores precarios que se van a llevar la precariedad a su casa. No tienen condiciones mínimas para poder cambiar su ropa. Como bien señalan en los informes, lavan su ropa junto con la de los niños en su casa.

 Además el plan de incorporación de empleados a la planta laboral es un plan que se extiende a lo largo del tiempo. Prometen una dotación de 400 empleados pero en un proceso a largo plazo. Después de esta primera etapa, que es la etapa de obra civil de apertura de la planta, la dotación de trabajadores de Malvinas que pueden encontrar trabajo allí es una cantidad bastante chica.

 - En la nueva Ley de Riesgos de trabajo ¿está contenida este tipo de actividad?

 - La ley de riesgos de trabajo no es una ley de salud. Es una ley de seguros. Está más vinculada a la legislación de seguros que a la salud de los trabajadores. Ya no hablamos de Monsanto sino del trabajador de la construcción, al trabajador rural, es una ley que asegura al empleador. El trabajador no tiene derechos salvo en el caso que tenga un trabajo registrado, que el empleador pague la alícuota de la ART, es después del infortunio, cobrara un resarcimiento limitado, parcial, sin posibilidad de acceso a lo que establece el derecho de daños.

 - En el encuentro sobre salud laboral en Villa Constitución, hace dos años, se mencionaba la falta de posibilidad de registro y control ante el crecimiento de nuevas formas de extractivismo, el trabajo precario y la incorporación de plaguicidas cada vez más potentes que son parte de los instrumentos de trabajo. ¿Cómo viene desarrollándose esa tendencia y qué medidas se toman al respecto?

 - Desde el punto de vista oficial no se ha avanzado nada. En las actuales condiciones laborales de la Argentina daría la impresión que nadie se enferma ni se muere. Los trabajadores rurales se mueren en el trabajo de “accidentes” no hay registros epidemiológicos de que se enferman ni de que se mueren los trabajadores argentinos. Ni hablemos de los impactos de las nuevas tecnologías, porque ni aun en las tecnologías más clásicas tenemos un conocimiento cabal.

 La Superintendencia de Riesgos de trabajo da una cifra promedio anual de alrededor de ochocientos cincuenta muertes. En realidad, estudios estadísticos basados en la experiencia internacional, nos dicen que las cifras de muerte por experiencias de trabajo se aproximan a los 7500.

 Esta cifra de la Superintendencia se basa en la muerte evidente, la que no se puede ocultar, por accidentes. Ninguna de las muertes allí contabilizadas es por enfermedades. En Argentina somos el país más sano, desde el punto de vista que nadie se muere ni nadie se enferma en el trabajo, todo el mundo se accidenta.

Ximena Cabral es periodista y editora de la revista “umbrales” del Cispren.

Pbro. Diego Fenoglio
Tercer Domingo de Cuaresma – Ciclo C 2013

“No bastan las palabras...”


Un hombre se fue a jugar cartas un viernes santo y perdió todo lo que tenía; volvió triste a su casa y le contó a su mujer lo que le había pasado. La mujer le dijo: «Eso te pasa por jugar en viernes santo; ¿no sabes que es pecado jugar en viernes santo? ¡Dios te castigó y bien merecido que lo tienes!» El hombre se volvió hacia su señora y con aire desafiante le dijo: «¿Y qué te piensa tú, que el que me ganó jugó en lunes de pascua o qué?»


Generalmente no vemos las cosas como son sino que vemos lo que suponemos que debemos ver. Estamos llenos de prejuicios y aplicamos nuestros esquemas para leer la realidad. Es imposible desprenderse totalmente de los prejuicios, pero por lo menos vale la pena estar atentos frente a ellos. La historia con la que comenzamos revela un prejuicio religioso, pero así como éste, hay miles de prejuicios políticos, raciales, culturales... Un prejuicio muy extendido es el que supone que detrás de lo que nos pasa está Dios castigándonos o premiándonos por nuestro comportamiento moral. Quién no ha pensado alguna vez que lo que le ha pasado, bueno o malo, tenía que ver con su comportamiento anterior. Dios no anda por ahí castigando y premiando a la gente. No podemos echarle la culpa a Dios de todos los males ni pensar que nos está premiando por portarnos bien…Lo que nos pasa es siempre una llamada para volvernos a Dios...


Vivimos en sociedades llamadas cristianas. "Occidental y cristiana" se decía, y los frutos fueron torturas, desapariciones, asesinatos, delaciones, miedo, desesperanza... y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de salud y vivienda, desesperanza... y "por los frutos se conoce el árbol". Hoy, muchos llamados cristianos siguen viviendo su fe muy lejos de los frutos de amor y justicia que nos pide el Evangelio….."Dios mío: quiero pedirte perdón hoy por haberme olvidado de lo más importante: que eres mi Padre; Señor, nunca más quiero tenerte miedo, soy tu hijo y no tu esclavo. Desde hoy en adelante quiero que estés contento conmigo. Quiero demostrarte con hechos, y no con meras palabras, que te quiero... quiero amarte en cada hombre que me salga al encuentro, porque ésa es tu voluntad. Quiero sufrir con mis hermanos que están sin trabajo, quiero sentir como mía la angustia de miles y miles de jubilados... Haz, Señor, que como Tú, pase por la vida desparramando amor" (Carlos Mugica).


No bastan las palabras. Un pueblo redimido por Cristo, debe edificar, con su vida un Reino que dé frutos de verdad, de justicia y de paz, de libertad, de vida y de esperanza.... Estamos lejos, ¡muy lejos! de lograrlo. En comunidades hay también frutos muy vivos de solidaridad, de paz, de oración, de justicia y de vida, de celebración y de esperanza... y podríamos multiplicar los frutos que vemos en las comunidades; pero todo lo anterior también es cierto. Faltan muchos frutos que dar, falta mucha vida que cosechar y alegría que festejar. Jesús nos enseña la “dinámica del fruto” para aprender a reconocer allí un Dios que sigue hablando y que nos sigue llamando a la conversión. No para una conversión individual y personal, sino que dé frutos para los hermanos, para la historia y para la vida. Y la Cuaresma es tiempo oportuno para empezar a darlos...

miércoles, 27 de febrero de 2013


Fidelidad al ministerio petrino 
(Carta al papa en el día de su elección)
José I. González Faus





(Este artículo fue publicado, en 2005, en El País, ante la elección de Benedicto XVI. Por su indudable interés y actualidad, lo reproducimos).


 Querido hermano en el Señor Jesús: 
Al entrar en el cónclave del que saliste elegido, juraste ser fiel al "ministerio petrino". Este es uno de los rasgos que me parecen más importantes de toda la parafernalia de estos días pasados, aunque los medios de comunicación casi no lo subrayaran. 

Juraste ser fiel al ministerio de Pedro, no al de Pío o Gregorio o Alejandro... Seguramente, el ministerio de Pedro necesita hoy una restauración parecida a la de las pinturas de Miguel Angel en la capilla sixtina, para recuperar la frescura de su color primitivo. 

Aunque no solo el ministerio de Pedro: nuestros políticos han olvidado ya que la palabra ministerio significa etimológicamente servicio. Y ello me brinda la oportunidad de comentar contigo algunos rasgos bíblicos de ese servicio.

1.- Pedro no fue un jefe de estado. Por pequeño que sea, el estado confiere un rango y unos poderes que no son en absoluto evangélicos (piensa en Mónaco o en Andorra que también son estados minúsculos). 

Creo que, en este punto, deberías parecerte más a Pedro que a muchos de sus sucesores, para no merecer el reproche que hace ya casi diez siglos dirigía san Bernardo a tu antecesor Eugenio III: "en muchas cosas no pareces sucesor de Pedro sino de Constantino".

2.- Pedro fue muy querido en la Iglesia primera: cuando estuvo en la cárcel se rezó por él continuamente. Pero nunca quiso convertir ese aprecio en un nimbo de sacralidad. 

No se hizo llamar Santidad, ni santo padre, ni vicario de Cristo, sino que, a imitación de Jesús, se despojó de su rango y procuró "presentarse como un hombre cualquiera" (Fil 2,7). Y, cuando alguien se quiso postrar ante él, se lo impidió diciéndole: "levántate, también yo soy un hombre" (H 10,26)

3.- Pedro ejerció su servicio de manera conciliadora: se encontró pronto con una facción de derechas en Jerusalén, capitaneada por Santiago, hermano del Señor, y con un ala liberadora apiñada en torno a Pablo. 

A pesar de los fervores iniciales, los enfrentamientos fueron de tal magnitud, que san Lucas, propenso a idealizar, no puede menos de reconocer que hubo "altercados violentos" (H 15,2). 

Pedro actuó como mediador entre ambas iglesias, dejó que se reuniera una asamblea y en ella se limitó a preguntar a la facción más integrista: "¿por qué tentáis a Dios imponiendo sobre el cuello de los discípulos un yugo, que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?" (H 15,10).

4.- Todavía en ese conflicto, Pedro, con Santiago y Juan, dieron plena confianza al sector "liberal" de Pablo poniéndole como única condición "que no se olvidara de los pobres" (Gal 2,10). 

La causa de los pobres pasó a ser así, a la vez, criterio de la verdadera libertad y factor de unidad para la Iglesia. Creo que estaremos de acuerdo en que éste es uno de los rasgos mas bellos del ministerio petrino. 

5.- Pedro fue en algunos puntos más allá de donde había ido el mismo Jesús: abrió a todo el mundo las puertas judías de la Iglesia, pese a que Jesús había dicho que Él solo se sabía enviado a "las ovejas perdidas de la casa de Israel". 

Pero Pedro recordó que la vida del Maestro estaba llena de gestos que hacían saltar ese criterio, y actuó convencido de que no traicionaba al Maestro sino que se dejaba guiar por Su Espíritu (H 10).

6.- Por actuar así, Pedro fue criticado por los primeros cristianos de Jerusalén. Pero no los excomulgó por ello, sino que se reunió a conversar con ellos y les explicó sus temores humanos y sus razones creyentes: "el Espíritu me dijo que fuese con ellos dejando toda vacilación" (H 11,1 ss). 

Aquella audacia salvó a la Iglesia, mientras que el miedo la habría esterilizado para siglos.

7.- Pedro tuvo sus vacilaciones: era intuitivo e impulsivo, pero cobarde. Y en algún momento, por evitarse líos, traicionó el paso hacia los no judíos que había dado anteriormente. 

Pablo, el ciclón, le criticó públicamente por ello. Y Pedro dio una gran lección de humildad aceptando esa crítica y no privando de la palabra a Pablo por ella. Tú ya recordarás lo que más tarde comentó San Agustín: "me atrevo a decir que, aún más ejemplar que la valentía de Pablo fue la humildad de Pedro".

8.- Pedro plantó cara a las autoridades afirmando que es menester obedecer a Dios antes que a los hombres (H 5,29). 

Esta frase tan fuerte como peligrosa (por lo que podemos manipularla los humanos), tiene un significado mucho más serio cuando la dice una persona investida de autoridad, que cuando la esgrime un simple soldado raso. 

Por eso te pediría que no la olvides nunca: porque hoy es imposible ejercer un servicio cristiano sin plantar cara a los poderes de este mundo; y porque es muy posible también que algunos de tus fieles crean que deben acogerse a ella para decirte algo. Y entonces será otra vez el momento de buscar todos juntos la voluntad de Dios.

9.- Pedro fue instruido por el Resucitado para que supiera respetar el carisma y no anduviera queriendo controlar a aquel discípulo amado, que parecía ir a veces por libre y encarnar el aviso del Señor de que "el Espíritu sopla donde quiere" (y no donde quiere la autoridad). 

Recuerda cómo a la pregunta intranquila de Pedro ("¿y este qué"?) el Señor le respondió: "¿qué más te da a ti? Tú ven y sígueme" (Jn 21,21). 

Amar más y seguir más es lo fundamental del ministerio petrino.

10.- En sus discursos, Pedro anunció primaria y casi exclusivamente la vida entregada, el asesinato y la Resurrección de Jesús y que, a través de esa vida, Dios perdonaba incluso a sus verdugos y se reconciliaba irrevocablemente con toda la humanidad (H 2 y 3), porque "Dios no es aceptador de personas" (H 10,34). 

Otros problemas de índole práctica (como por ejemplo la circuncisión o la vigencia de la Ley antigua), no quiso resolverlos él en seguida sino que dejó que fueran resueltos por el contacto entre las diversas iglesias.

11.- Según el evangelista Mateo, la Iglesia está fundada sobre la fe de Pedro. Cuando esta fe miraba a Jesús desde Dios, fue calificada por el Señor como "roca". 

Pero también Pedro es tildado por Jesús nada menos que de "Satanás", cuando piensa de Dios en términos de poder y de triunfo, y no en términos de vida entregada (Mt 16, 18 y 23).

12.- El mismo poder de atar y desatar que recibe Pedro (Mt 16,19), lo reciben también los apóstoles inmediatamente de Jesús (Mt 18,18). Pedro pues no es nada sin el colegio apostólico del que es cabeza, pero al que no suplanta.

13.- La historiografía confirma que el ministerio de Pedro no tuvo en sus comienzos una presencia y una proyección tan universal y constante como hoy, pese a que la Iglesia era más joven y más frágil.

Pedro era, ante todo, el obispo de Roma. Y fue el ejemplo de la iglesia romana, en la pureza de su fe, en su interés por los pobres y en su relación con las demás iglesias, lo que hizo que éstas mirasen cada vez más hacia Roma. La pérdida de ese ejemplo fue más tarde causa de separaciones absurdas entre las iglesias, que son contrarias a la voluntad de Dios. 

El ministerio de Pedro es ministerio de unidad, que no puede soportar esa división y debería recuperar su imagen primera.

14.- Tú sabes bien que, a lo largo de la historia, Pedro ha negado a Jesús más de tres veces. Pero sabes también que esto no es razón para el desánimo sino sólo para "llorar amargamente" (Lc 22,62) y tratar de amar más al Señor. 

Es así como "confirmarás a tus hermanos en la fe" (Lc 22,32). Y esto es lo más grandioso del ministerio petrino.

15.- Finalmente, Pedro el pescador inculto de una aldea perdida, tuvo el valor de dejar la capital religiosa del momento, para irse hasta la capital del futuro, cosmopolita y desconocida para él. No sé bien lo que eso podría significar hoy; pero sospecho que algo puede decirnos.

Hermano Pedro: A mi pobre entender, estas son algunas de las cosas a las que has jurado fidelidad. La hora actual del cristianismo, por difícil que sea, no es más seria ni más complicada que la de la iglesia primera. 

Todos los que tenemos la fortuna inmensa de creer en Jesucristo queremos salirte al encuentro con aquella oración incesante de la iglesia primera, que consiguió que a Pedro "se le cayeran las cadenas de las manos" (H 12, 5.7). Dominus tecum.

martes, 26 de febrero de 2013


Sicología de peluquería
Frei Betto



Desconozco si alguien, sicólogo o científico social, ya se tomó la molestia de investigar la sicología de los salones de belleza.

Desde mi infancia hasta la adolescencia fui cliente de Vicente, en el barrio Savassi de Belo Horizonte. ¿Vivirá todavía Vicente? Era un gran tipo. Alto, atlético, moreno, era un dechado de paciencia y de sonrisas. Extendía una tabla entre los brazos de la silla (forrada de auténtico cuero), para poner la cabeza del niño al alcance de su ágil tijera.

Mis hermanos más jóvenes dejaban su pelambrera al cuidado de Pedrito, en la calle Mayor Lopes (a dos cuadras de la casa de Dilmita, la hoy presidenta del país). Vicente permaneció siempre en su salón de la calle Pernambuco; Pedrito, más emprendedor, poco a poco estableció una red de peluquerías, con sillas automáticas para que los niños se imaginasen que conducían un auto de fórmula 1.

La conversación en una peluquería de adultos resulta siempre amena. Todo peluquero es un conciliador nato. Con voz pausada, mientras desliza el peine, hace bailar la tijera o maneja la navaja, va sacándole al cliente comentarios y confidencias.

Va a llover, dice el de la barba. Sí, por el aspecto del cielo parece que viene agua, murmura el profesional con la brocha de afeitar en la mano. Acto seguido afirma el que está preparado para que le arreglen las patillas: Ya no hay quien aguante esta sequía. Por el aspecto de momento no va a caer ni una gota de agua. Con la navaja afilada el peluquero reduce dos centímetros las patillas y reafirma: por donde yo vivo pronto va a faltar el agua hasta para beber.

No es fácil descubrir dos cosas en un peluquero: de qué equipo es fanático y qué partido político prefiere. Se sienta el greñudo, abrigado por el impoluto paño blanco, pero, diga lo que diga, el profesional nunca le contradecirá.

Nunca he visto un altercado en una peluquería por discordancias políticas. ¡Por suerte, dada la abundancia de tijeras y navajas que hay allí! Con el fútbol pasa lo mismo: el peluquero casi siempre va a favor del equipo del cliente. Tiene usted razón, el Corinthians se precipitó al comprar a Pato. ¡Sí, doctor, nosotros los del Santos estaremos peor el día en que vendan a Neymar!

Un comentario por aquí, una observación por allá, y sigue la conversación en tanto la lluvia de cabellos cortados va oscureciendo el paño.

Hay otra dimensión, ésta sí, que es un plato apetecible para los sicólogos. Es la secreta motivación que lleva a muchos clientes al acolchado sillón móvil. Tuve un vecino que cada mañana iba a la barbería. Un día le pregunté si era la pereza la que le impedía arreglar su barba. Felizmente casado, padre de varios hijos, sin embargo ni dudó en decirme: voy a la barbería porque me hace bien el cariño del barbero. Y añadió: no me malinterprete. Esas manos suaves, la nube de espuma con las pasadas de la brocha, el perfume, todo ello me hace recordar el tiempo de mi niñez, cuando mi padre me ponía en su cuello y con el revés de las manos me acariciaba la cara. ¿Qué mujer tiene la paciencia para hacer algo así?

Otro amigo, resplandeciente calvo, con unos cuantos pelitos entre las orejas y la nuca, me hizo esta confidencia cuando le pregunté por qué iba cada semana a la barbería. Disfruto sentándome en la silla, sintiéndome abrazado por el paño blanco, recorriendo con la mirada las revistas antiguas, escuchando el leve ruido metálico de la tijera cortando un pelito acá y otro allá, con la navaja dejando reluciente el cuero cabelludo y finalmente la sacudida de los pelos cortados, el rociado de colonia…

Quien tiene dinero o prestigio se da el lujo de llamar al peluquero a su casa. Me acuerdo de un diputado que, sentado en el balcón, dejándose rasurar, revestido de toallas que le hacían parecer una novia gorda, insistía a cada momento en interrumpir la danza del peine y la tijera para hablar por teléfono, cuyo cable se extendía desde la sala de visitas. Un día, sin querer, el peluquero hirió levemente a su excelencia y fue despedido en el acto.

Al mes siguiente fue llamado de nuevo a la casa del diputado. Dudó en ir. El cliente se puso al teléfono, le pidió disculpas y le duplicó el pago. Doctor, voy a volver, dijo el profesional, pero con una condición: nada de teléfono. El diputado aceptó. En medio de su trabajo el barbero le preguntó por qué le había vuelto a llamar. Porque, admitió el político, tengo una imagen que preservar y ninguno me deja el cabello tan de mi agrado como tú.

Total, que muchos clientes mantienen fidelidad capilar a un peluquero, como un perro a su dueño. Eso es porque la barba y el cabello son las únicas cosas que, con frecuencia, cambian el punto de residencia de nuestra identidad: en el rostro. Un cambio brusco en uno u otro produce siempre desconcierto.

Martín Gelabert Ballester, OP 
Documentos secretos muy públicos 



La dimisión del Papa ha provocado una cascada de noticias nada ejemplares que implican a personas e instituciones importantes del entramado institucional eclesiástico y, sobre todo, vaticano. ¿Todo esto, blanqueo de dinero, corrupción, escándalos sexuales, luchas de poder, es verdad? ¿Será verdad que el Papa ha dimitido porque el entorno ha podido con él? Y si así fuera, ¿por qué no lo dice claramente y se limita a hacer un gesto que cada uno interpreta en función de su propia ideología? Por otra parte, ¿cómo es posible que unos documentos tan secretos, sean tan públicos? Cierto: dice el Evangelio que no hay nada oculto que no llegue a saberse, pero lo más probable es que la palabra evangélica solo encuentre su plena verdad en la escatología.


 “No vamos a responder a todas las fantasías y opiniones”, ha declarado el P. Federico Lombardi. Cierto. Pero es preocupante un río que suena tanto, lleve agua o no la lleve. La Iglesia está llena de pecadores. Esto es una evidencia y un consuelo. Porque Dios acoge a los pecadores y Jesucristo no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. No es menos cierto que el pecado de la Iglesia le resta credibilidad. Y hace daño a los débiles en la fe. También es cierto que el pecado es más llamativo, siempre hace más ruido que el bien, aunque sea el bien mucho más abundante. De hecho, en la Iglesia y fuera de ella, hay más bien que mal, porque si no fuera así, este mundo sería una selva en la que no se podría vivir.


 Si repasamos la historia de la Iglesia encontraremos un montón de episodios poco ejemplares. Pero también encontraremos a grandes santos, profetas, teólogos, misioneros que, apoyados en su fe, han denunciados tales episodios. Mientras el Papa Alejandro VI tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas, y la gran mayoría de los sacerdotes vivían en concubinato, San Francisco de Sales recorría Suiza calificando los escándalos del clero de “asesinato espiritual”, pero advirtiendo que los que permitían que el escándalo destruyera su fe eran culpables de un “suicidio espiritual”.


 Ese es el consejo que yo me doy a mi mismo: no te suicides espiritualmente. Pase lo que pase, tu fe se apoya en Jesucristo. El es la causa, el motivo, la razón de tu fe. Toma buena nota de lo que veas y oigas. Pero clasifica las notas en dos columnas: en una, pon aquello que te resulta estimulante y merece ser imitado; en otra, pon aquello que no debes repetir.

Unos celebran la pascua y otros la padecen
José Manuel Bernal




Ya hemos entrado en la cuaresma. En el horizonte se yergue la pascua, la gran solemnidad, el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte, el gran acontecimiento liberador. Para ambientar nuestra mirada voy a ofreceros unos apuntes que nos pueden ayudar a entender y asumir la pascua en toda su grandeza, en toda su dimensión y con todas sus exigencias.

Vamos a situarnos en el siglo II, en el contexto de la llamada contienda de Laodicea. Tercian en esta contienda personajes tan relevantes como Hipólito de Roma, Apolinar de Hierápolis, Clemente de Alejandría y otros. A todos ellos hay que situarlos a caballo entre el siglo II y el siglo III. La contienda, de contenido complejo, acaba enfrentando a un conjunto de iglesias del Asia Menor con la gran iglesia. Digo que el contenido de la controversia es complejo y difícil de definir. Sin embargo, el historiador Eusebio de Cesarea nos ofrece en su «Historia Eclesiástica» algunos apuntes que pueden dar luz sobre el tema. Pero aquí no voy a descender a esos detalles. Solo voy a prestar atención al planeamiento de algunos autores, seguidores de la cronología de Juan, según los cuales Jesús, el año en que murió, no “comió” la pascua sino que la “padeció”. No la comió, es decir no la celebró ritualmente a través de la cena pascual. En el evangelio de Juan la última cena que Jesús comió con sus discípulos, a juzgar por los datos ofrecidos, no fue una cena pascual sino una comida de despedida.

De forma taxativa asegura uno de esos autores que lo que Jesús quiso, no fue tanto “comer” la pascua, sino “padecerla”. Establecen una clara distinción entre comer la pascua y padecerla; es decir, entre celebrarla ritualmente y vivirla, sufrirla, padecerla. Más aún, según ellos, Jesús atribuye una clara primacía a la pascua padecida sobre la pascua celebrada. Desde una clara interpretación teológica, la pascua celebrada tiene sentido en la medida en que es expresión de la pascua padecida. Sin pascua padecida no hay pascua celebrada. Sólo quienes padecen la pascua tienen derecha a celebrarla. La cena del jueves sólo tiene sentido desde la pasión del viernes. Sin la cruz del viernes la cena del jueves carecería de contenido y de significado.

Damos un paso más y pensamos en nuestra situación. Estoy seguro de que quienes leemos estos escritos y compartimos estas reflexiones somos los que “celebramos” la pascua. Dicho sin tapujos, somos los grandes expertos de la “pascua celebrada”. Cuidamos las celebraciones, las preparamos, confeccionamos las moniciones y textos a utilizar en las liturgias pascuales, pensamos en los cantos, en los ritos especiales, en los momentos de silencio; en suma, proyectamos y programamos todo el desarrollo de las solemnidades pascuales. No hay duda. Somos los expertos, los animadores, los representantes más idóneos de la “pascua celebrada”. No lo critico, por supuesto. Constato un hecho.

Pero ¿dónde están los que padecen la pascua? ¿Dónde los protagonistas de la “pascua padecida”? Porque es más importante padecerla que celebrarla. Porque si celebramos la pascua y no la padecemos, estamos adulterando el sentido más profundo de la fiesta. Insisto: ¿dónde están los que la padecen? Porque Jesús asumió sobre sus espaldas todo el dolor, todo el padecimiento de todos los dolientes de la historia. Ellos, los siervos dolientes y humillados, los que son víctima de las injusticias y de los egoísmos y de las ambiciones de los poderosos: ellos, en los que Cristo está presente de forma especial; ellos son los que, junto con el Jesús de la cruz, son los grandes protagonistas de la “pascua padecida”. El gran escándalo sería que nosotros, los liturgos, pusiéramos todo nuestro entusiasmo en preparar unas celebraciones brillantes y consiguiéramos una liturgia pascual sentida, solemne, emocionante; mientras otros, los siervos dolientes de este mundo, fueran los protagonistas de la pascua sufrida, los expertos en padecerla. Mientras unos la celebran, otros serían los que la padecen. ¡Que escándalo!

Ahora hay que terminar con una llamada. Los que cuidamos de las celebraciones no debemos desanimarnos. Corremos un peligro: el de quedarnos desconectados de la vida. Lo sabemos. Hay que superar este riesgo. No debemos renunciar a ser, al mismo tiempo y con toda coherencia, los protagonistas de la pascua celebrada y de la pascua padecida. Lo seremos en la medida en que seamos capaces de solidarizarnos con los pequeños, con los que sufren, con los humillados de la sociedad. Hay que dar a nuestras liturgias una mayor proyección, una mayor exigencia de compromiso, una decidida dimensión de arraigo en los sectores más marginados de nuestra sociedad. Celebrar y compartir; hacer liturgia y comprometernos solidariamente; unidos con Cristo en la cena y agarrados a su cruz en la pasión. Esa debe ser nuestra consigna.

lunes, 25 de febrero de 2013


Providencia y azar
Ciencia y religión (VI)
El "autobús frívolo" y el "cíngaro desamparado" frente al Dios "poeta del mundo" y "gran compañero".
Andrés T. Queiruga 
Encrucillada


El título del apartado remite a consecuencias que son especialmente relevantes. Sólo podrán ser tratadas de modo muy breve y alusivo, atendiendo a dos contrastes principales: a) la ciencia, como fuente de sentido o sinsentido para la existencia y b) la ciencia, como vía al ateísmo o camino a Dios.

6.1. Resulta sorprendente la diferencia llamativa del modo como en los últimos tiempos se presentó el resultado que para la existencia humana significa el llamado ateísmo científico. Los "jóvenes ateos" se presentan con una seguridad entusiasta, con una increencia optimista, como un nuevo evangelio de luz y felicidad: "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida".

En cambio, no hace mucho, en 1970, Jacques Monod, premio Nobel en biología, escribía Le hasard et la nécessité, una dura requisitoria atea contra toda idea de creación o providencia. Pero su conclusión era desoladora:

Si acepta este mensaje en su entera significación, le es muy necesario al Hombre despertar de su sueño milenario para descubrir su soledad total, su radical foraneidad. Él sabe ahora que, como un Cíngaro, está al margen del universo donde debe vivir. Universo sordo a su música, indiferente a sus esperanzas, a sus sufrimientos y a sus crímenes" .

Antes de él, en 1918, Bertrand Russell había llegado a conclusiones no menos escalofriantes:

(...) el hombre es el producto de las causas que no tenían previsión ninguna del fin que estaban realizando; que su origen, su crecimiento, sus esperanzas y miedos, sus amores y sus creencias no son más que el resultado de posiciones accidentales de átomos; que ningún fuego, ningún heroísmo, ninguna intensidad del pensamiento y sensibilidad pueden preservar una vida individual más allá del sepulcro; que todos los trabajos de las edades, toda la dedicación, toda la inspiración, todo el brillo cenital del genio humano están destinados a la extinción en la vasta muerte del sistema solar, y que el entero templo de los logros humanos tendrá que ser inevitablemente enterrado bajo los escombros de un universo en ruinas - todas estas cosas, si no absolutamente incontrovertibles, son, no obstante, casi tan seguras, que ninguna filosofía que las rechace puede esperar sostenerse .

John Hick, de quien tomo las citas, comenta que, ciertamente, "una interpretación naturalista del universo es muy mala noticia (very bad news) para la humanidad en su conjunto, mientras que una interpretación religiosa, de ser verdadera, es [...] una muy buena noticia (very good news) para la humanidad en su conjunto" .

Los corchetes indican que en esta última cita he omitido las palabras "con las excepciones que se anotarán a continuación". Porque no pretendo ni que la visión atea deba convertirse siempre en pesimismo existencial ni que la fe religiosa induzca necesariamente una visión optimista. Tampoco dejo de tomar nota de la alerta -que deberíamos tomar muy en serio- contra las deformaciones de un cristianismo que demasiadas veces cultivó una pastoral del miedo; pastoral que obedece a una mentalidad que bien puede estar en la base más culpable de la grave queja del Vaticano II, cuando lamenta que en el nacimiento del ateísmo "pueden tener parte no pequeña" las malas presentaciones de los creyentes .

A lo que sí pretendo aludir con el "autobús frívolo" es a la escandalosa ligereza con que los nuevos ateos, envolviéndose en una retórica cientificista con pretensiones filosóficas, violan las normas más elementales de una lógica seria, demostrando tanto un desconocimiento asombroso de las cuestiones religiosas que pretenden criticar, como una impenitente y continua transgresión de la racionalidad científica hacia el campo filosófico y teológico. Para no hablar de la flagrante intransigencia y dogmatismo que late bajo los repetidos manifiestos de tolerancia, pacifismo y espíritu de diálogo.

Comprendo que corro el riesgo de dejarme contagiar por el mismo tono que estoy criticando. Pero tampoco se debe callar ante el intolerable abuso de marketing publicitario con que se trata de impresionar y seducir a la opinión pública. Ni, menos aún, ante el recurso a malas artes, cuando se ataca con saña a quien no entra en su juego. Basta con ver el tipo de descalificaciones a que acudieron contra un intelectual tan serio y honesto como Anthony Flew, cuando este, después de pasar la vida argumentando filosóficamente que era imposible demostrar la existencia de Dios, manifestó haber llegado a la convicción de que Dios existe.

Cambió por motivos estrictamente intelectuales y con una cuidadosa atención a los nuevos datos científicos, explicándose además de manera clara y expresa. Pero R. Dawkins, por ejemplo, decretó que el cambio suponía una tergiversación, insinuando que era fruto de la edad ("cuando era un anciano"), y no tuvo pudor en interpretar cómo "compensación" (se supone que económica) el premio Templeton ni en hablar de su ignominiosa decisión de aceptar, en 2006, el premio Phillip Y. Johnson para la libertad y la verdad" (se supone que por el grave delito de tratarse de una asociación católica). Todo en una nota, sin la mínima argumentación ni, por supuesto, el menor intento de diálogo .

6.2. Hay que reconocer que, aun sin caer nunca tan bajo, ni el mismo Russell escapó siempre a estos defectos. Sus ataques en el conocido Porque no soy cristiano , por ejemplo, sólo tienen validez contra una visión decimonónica del cristianismo, sin preocuparse de analizar las presentaciones actualizadas, como exigía una confrontación verdaderamente crítica. Son restos que ya Unamuno había calificado de odio "anti-teológico" y rabia "cientificista" . Por fortuna, el caso Flew muestra como un estudio científicamente bien informado acerca de los nuevos descubrimientos cosmológicos y sobre todo biológicos, por un lado, y filosóficamente riguroso, por el otro, puede -no digo que deba ser necesariamente y para todos- encontrar en la existencia de Dios la mejor explicación para el ser del mundo y el sentido del destino humano.

Con todo, acaso resulte más significativo el caso de Alfred North Whitehead quien, después de escribir junto con Russell, en 1910-1913, los tres tomos monumentales de los Principia mathematica, siguió una trayectoria distinta. Abandonó el positivismo cientificista, iniciando una trayectoria filosófica -la Process Philosophy, "Filosofía del proceso"- con un atento estudio del problema de Dios. Sus conclusiones, que aún hoy alimentan una buena parte de la teología en lengua inglesa, dando origen a la Teología del proceso, están bien sintetizadas en el pequeño libro Religion in the Making (1926).Su fundamentación filosófica la expone sobre todo en Process and Reality (1929), un libro amplio y complejo, de nada fácil lectura.

A ese libro pertenecen dos entre las más bonitas definiciones que, en mi parecer, se han dado de Dios. La primera se refiere sobre todo a la profunda y constructiva racionalidad de la realidad cósmica y biológica, que él ve fundada y amorosamente atraída y orientada por Dios. De ahí que lo considere como "el poeta del mundo, que con amorosa paciencia lo guía mediante su visión de la verdad, belleza y bondad" .

La otra remite más inmediatamente a la realidad humana, atenta al gran problema del mal y del sufrimiento, inevitables en un mundo en proceso, pero donde Dios aparece como el "gran Compañero, el camarada en el sufrimiento, que comprende" . Escogí estas expresiones magníficas paro el titulo del presente apartado, porque por sí mismas resultan tan significativas que permiten ahorrar muchas reflexiones .

Las expresiones son nuevas, pero enlazan con una ancestral percepción de la cultura humana, admirada, a pesar de todo, por la racionalidad cósmica y la belleza natural: "los cielos proclaman la gloria de Dios", canta en la Biblia el salmista. Y, cuando se ve con esta perspectiva, incluso la evolución, que después de Freud muchos proclaman como una de las grandes humillaciones del ser humano, puede mudarse en lo contrario. Gracias a ella, para el creyente, el proceso cósmico y la evolución biológica se revelan no como fruto del azar y la necesidad, sino nacidos de una decisión libre y amorosa del Creador. Y en todo caso, para todos, constituyen la larga gestación de la humanidad, que aparece así como la flor de la creación.

Hoy, escarmentados por tantos abusos cometidos por los humanos, hay reservas instintivas ante afirmaciones de este tipo. Pero cuando se observa el proceso en su dinamismo más íntimo y auténtico, lejos de llamar a un "antropocentrismo" o "especiecentrismo" insolidarios, se ilumina por dentro como la maravilla de la fraternidad cósmica, donde el mundo y en él cada piedra, cada planta y cada animal aparecen formando parte del propio cuerpo de la humanidad. En realidad, sólo se comprende el sentido de ese proceso, cuando hace ver que nunca nos esforzaremos bastante en tratar con el máximo cariño, respeto y cuidado posibles a todas y cada una de las realidades gracias a las cuales nosotros podemos vivir y progresar.

No se trata de novedades románticas, sino de la verdad de una creación que lleva dentro de sí la "bendición original", que, a través de todas las limitaciones y dificultades, trata de conducirla a su más auténtica y plena realización. Tal vez nada resulte más expresivo para intuir la hondura y la luz de un universo entrañablemente animado por el amor divino, que acudir a la poesía de san Juan de la Cruz, uno de los grandes videntes de la esencia de lo real:

Siente el alma allí como un grano de mostaza muy mínimo, vi¬vísimo y encendidísimo, el cual de sí envía en la circunferencia vivo y encendido fuego de amor; el cual fuego, naciendo de la sus¬tancia y virtud de aquel punto vivo donde está la sustancia y virtud de la yerba, se siente difundir sutilmente por todas la espiritua¬les y sustanciales venas del alma según su potencia y fuerza, en lo cual siente ella convalecer y crecer tanto él ardor, y en ese ardor afinarse tanto el amor, que parecen en ella mares de fuego amoroso que llega a lo alto y bajo de la máquinas, llenándolo todo el amor; en lo cual parece al alma que todo el universo es un mar de amor en que ella está engolfada, no echando de ver término ni fin donde se acabe ese amor, sintiendo en sí, como habemos dicho, el vivo punto y centro del amor .

"La propia Iglesia tiene que anunciarse a sí misma el Evangelio"
Felicísimo Martínez 
"Ojalá cardenales y obispos empezaran también a renunciar"
"Si nos olvidamos de los pobres, en la Iglesia no hay Evangelio"


José Manuel Vidal
Felicísimo Martínez es un teólogo grande pero humilde, dominico, profesor catedrático del Instituto Superior de Pastoral de la Pontificia en Madrid, y con una extensa obra. Sus últimos libros versan sobre antropología teológica y sobre la misión de la Iglesia en tiempos de crisis. 
Es un hombre profundo, crítico, lúcido y ponderado, al que avala su recorrido.

Sobre la renuncia de Benedicto XVI, comenta que "nos parecía que el Papa tenía que ser papa hasta la muerte por dogma, ahora sabemos que no es por dogma, sino por tradición o disciplina", y añade que "ojalá cardenales y obispos empezaran también a renunciar, porque el liderazgo de la Iglesia tiene que bajar la edad".

En cuanto a la sociedad actual, el Padre Felicísimo apunta: "tengo la impresión de que la soledad se está convirtiendo en una verdadera enfermedad social", y concluye afirmando que "si nos olvidamos de los pobres, en la Iglesia no hay Evangelio".

¿Qué te ha parecido la renuncia papal?

No me ha parecido un bombazo tan grande. Ya al final del pontificado de su predecesor Juan Pablo II hubo una especie de debate público sobre si su sufrimiento era bueno para el magisterio de la Iglesia y para el testimonio, o si no lo era. El entonces cardenal Ratzinger ya adelantó que no estaría fuera de tono que un papa pudiera renunciar por motivos de salud.

¿En el momento en que se estaba haciendo el panegírico y la loa del sufrimiento de la cruz?

Exactamente, lo hizo cuando unos creían que el sufrimiento (patente ante las cámaras) de Juan Pablo II era el gran testimonio de la Iglesia para el mundo, mientras que otros intentaban distinguir claramente lo que es un testimonio de lo que es un gobierno, la gestión de la Iglesia.

¿Hay que distinguir entre gobernar y reinar? Porque está claro que Juan Pablo II no pudo gobernar durante sus cinco últimos años.

Claro.

Sin embargo, Benedicto XVI ha decidido gobernar y no reinar.

En mi opinión personal, en este sentido estoy sumamente impresionado, positivamente, por la renuncia de Benedicto XVI. Creo que es un gesto con muchas ventajas, porque es un gesto testimonial de él (en el sentido de que, para gobernar la Iglesia, se necesita cierta calidad incluso física), y por otra parte demuestra el coraje y la valentía que ha tenido de desmitificar ciertas tradiciones que no son Tradición, aunque llevaran 6 siglos de acumulación. Y me parece que esto es extraordinario, un símbolo de salud para la Iglesia. Y, en tercer lugar, a mí me parece que es muy importante distinguir el testimonio personal de lo que es el gobierno. El gobierno requiere lucidez, fuerza, dominio de la situación... Y el testimonio también tiene validez cuando un papa renuncia, con un gesto de humildad.

¿Dos salidas completamente distintas?

Sí, y las dos tienen su parte positiva, pero yo, desde el punto de vista del gobierno, estoy más con ésta que con la anterior. El testimonio es siempre un valor enorme en la Iglesia, pero desde el punto de vista de lo que es un gobierno (porque el Papa es el que de alguna forma tiene a sus espaldas el gobierno de la Iglesia), se requiere lucidez. Si a esto añadimos que la Iglesia, como cualquier grupo, también tiene su componente institucional, sociológico, con sus conflictos y fuerzas de poder interno, con mucha más razón, quien gobierna la Iglesia tiene que estar en condiciones de gestionarla.

¿Le echó la Curia? ¿Cree que fue determinante que le hayan traicionado desde tan cerca?

No me atrevería a decir nada de eso, porque para eso hace falta estar dentro, no lo sé. Lo que sí me parece es que las características de este papa eran más bien intelectuales, de pensamiento, pero en el gobierno hay dos cosas: las ideas, y los conflictos de poder. Yo creo que este papa estaba mucho más de parte de la reflexión, de las pautas teológicas de la Iglesia... Y es posible que, en el ámbito interno de la Curia, no tuviera todo bajo control.

¿Se puede evitar esos conflictos de poder en una institución "humano-divina"?

No. Siempre habrá. Yo soy dominico y por tanto me muevo en el ámbito comunitario, en micro-escala, y tengo que decir, sin ningún rubor, que en nuestras pequeñas comunidades el ámbito de conflicto está siempre presente. A veces se procesa evangélicamente, y entonces podríamos decir que el conflicto es motivo de crecimiento cristiano; y a veces no tan evangélicamente, y esto es lo que preocupa. A mí no me preocupa en absoluto que en la Iglesia haya conflicto, sino cómo se procesan esos conflictos. El Evangelio está lleno de conflictos, y Jesús no es ajeno, ni mucho menos, al conflicto. El tema es cómo se gestiona. Yo creo que hay dos formas de gestionar el conflicto. En los conflictos de fidelidad, no hay más remedio que seguir adelante, a pesar del conflicto. Y luego están los conflictos de poder, y esos sí que creo que son anti-evangélicos. La cuestión es por qué hay conflicto, y de qué calibre es.

¿Y no cree que, en este caso, el Papa se ha encontrado con un conflicto de fidelidad, y también con un conflicto de poder?

Sí, ésta es la situación, aunque no estoy dentro de la Curia y siempre lo tengo que poner como una hipótesis. Pero ésta ha sido su decisión, y a mí me parece que es muy digna. Creo que Benedicto tenía claro que es necesario depurar ciertos borrones y puntos negros de la Iglesia en este momento: temas económicos, de abuso sexual, manipulaciones en la Curia... Y que, por motivos de salud o por los motivos que sean, cree que no está en condiciones de enfrentarse a ellos. Me parece lógico que quiera que venga alguien más joven, con más fuerza y con mejores condiciones físicas y mentales para enfrentarlo.

Habló de cansancio físico, pero también de "cansancio espiritual". ¿Cómo interpreta usted eso?

Probablemente lo interpretaría como que hay un momento en que al agotamiento en el gobierno tiene que ser enorme, sobre todo cuando uno trata de insuflar espíritu evangélico o categoría cristiana en la gestión, y ve que fuerzas externas (o internas) se oponen. Entonces, creo que en ese momento aparece la expresión de "no puedo más, que lo haga quien pueda", de optar por el retiro y la oración por la Iglesia, sin hacer interferencia.

¿Será el Papa de la renuncia, o deja más legado?

No sé lo que quedará de este Papa, porque hay un contraste grande entre la imagen del cardenal de la Congregación de la Fe (que no ha desaparecido, ni siquiera el papado la ha borrado), y después la figura de un papa que no se corresponde (en su actuación, en su pose, en su postura...) con aquel estereotipo. Entonces, no sé qué va a prevalecer.

¿El papado dulcificó su imagen?

Sí, dulcificó el estereotipo del hombre prepotente de la ortodoxia, perseguidor de herejes, etc. Pero resulta que después, en sus poses mediáticas y en su discurso parece que no ha aparecido este estereotipo, sino que ha dado la imagen de un hombre humilde. Entonces, creo que van a prevalecer algunos apuntes frente a los grandes problemas que tiene la Iglesia en el ámbito de la política, de la economía y de la moralidad, porque, frente a estos tres ámbitos, él si ha tenido declaraciones de valentía. Que después haya podido enfrentarlas o no en el gobierno, no lo sé. Y creo que quedará la renuncia como un gran bien ofrecido.

¿Va a marcar un antes y un después?

Sí. No va a quedar solamente la renuncia, pero desde luego que va a ser "el papa que renunció".

¿Puede que el gesto descienda en la jerarquía? Es decir, que muchos obispos y cardenales empezaran a renunciar también.

Ojalá, porque es un clamor generalizado que el liderazgo de la Iglesia tiene que bajar la edad. No es un clamor solamente de no creyentes, agnósticos o ateos, y no es un simple agravio comparativo con la sociedad civil, que tiene un gobierno con edades mucho más bajas; es un clamor también interno, a nivel de Iglesia. En este sentido, creo que la renuncia puede ser un espaldarazo grande para que la propia Iglesia considere que no es cuestión de resistir hasta la muerte (esa expresión que se ha sacralizado demasiado), sino resistir mientras uno es útil al Evangelio.

Tras la continuidad de Juan Pablo II y Benedicto XVI (que fue su ideólogo), ¿empieza una nueva época en el papado? ¿Podría ser el momento de un papa africano, latinoamericano o asiático?

No creo que empiece una nueva época. Generalmente, cuando llega un cónclave, al cónclave llegan los electores que han configurado la etapa anterior.

¿Porque han sido nombrado por los dos anteriores?

Claro. En ese sentido, es difícil pensar que en la Iglesia aparezca una ruptura de la noche a la mañana. Otra cosa es que cambie un poco la dirección.

¿Se contentaría usted con un cambio así?

Yo igual no. Yo me contentaría con una decisión como la de Juan XXIII, que de la noche a la mañana convocó un Concilio y sorprendió a todo el mundo. Pero estoy hablando de lo que suele acontecer, no de lo que me gustaría.

¿Eso sí fue una absoluta ruptura?

Sí, sorprendente. Una ruptura que no fue preparada a base de nombramientos, sino una ruptura que salió de un anciano profeta que actuó con el Espíritu Santo. En ese sentido, creo que hay una diferencia notable entre lo que puede suceder en un cónclave al que llegan electores que han sido nombrados por el período anterior, y lo que sucedió con Juan XXIII que, para sorpresa del mundo entero, convocó el Concilio.

¿Está la Iglesia preparada para asumir un papa latinoamericano o un papa negro?

Creo que sí, que la Iglesia está totalmente preparada para que el papa, ni tenga que ser italiano, ni tenga que saber latín. De lo que no estoy seguro es de que el hecho de que un papa sea blanco o negro condicione notablemente la naturaleza del papado. Tampoco estoy convencido de que el hecho de que un papa sea de África o de Estados Unidos condicione totalmente el papado. Hoy en día, dentro del episcopado, hay muchos cardenales en los que prevalece la lealtad institucional sobre su condición nativa.

¿O sea que el problema no es el papa, sino el papado?

Sí, el papado tal y como está pensado, y el tono en que el papa desarrolla ese ministerio (que, ciertamente, estará condicionado por todas las pequeñas tradiciones que influyen en él). Por eso a mí me parece tan positivo que este papa haya roto una de esas tradiciones pequeñas, de que el papa no podía renunciar, en libertad y públicamente.

¿Se desinfló en las Conferencias Episcopales la colegialidad pedida por el Vaticano II?

Está a media asta, sí. Creo que es una de las asignaturas pendientes del Vaticano II, que no ha conseguido madurar. Es una fruta todavía verde.

¿Ni siquiera el Sínodo de los obispos ha cambiado un poco eso?

Es una cosa pendiente, como que la mayor parte de los cuerpos en vez de ser decisivos y deliberativos son consultivos, con lo cual, siempre la decisión queda pendiente de la cabeza. La promesa del Vaticano II a las iglesias locales ha quedado también pendiente.

¿Ha pasado algo parecido en las órdenes religiosas, o seguís funcionando con la misma democracia interna?

Yo soy dominico y estoy muy contento de serlo, como supongo que los demás también están muy contentos de ser jesuitas o claretianos. Ciertamente, una de nuestras características es la agilidad con la que se cambian los gobiernos o dimiten las personas, y la facilidad con la que se mueven las instituciones. En este sentido, es verdad que no hay tanta sacralidad de los cargos como acontece en la Iglesia institucional. Por ejemplo, tuvimos un maestro general que terminó y se fue a cuidar a su madre en Irlanda.

¿Planteas en tu libro cómo puede la Iglesia volver a conectar con el mundo moderno?

Sí. El libro está pensado no sólo para la comunidad cristiana, sino para cualquier hombre o mujer de buena voluntad. En este sentido, la gran pregunta hoy día no es solamente cómo gestiona la Iglesia el trabajo con sus asambleas y grupos, sino cómo gestiona el trabajo pastoral frente a los alejados, los no creyentes... la gente que está buscando sentido en las religiones, la sabiduría o lo que sea. El libro está pensado en esa dirección, y en ese sentido, una de las preocupaciones pasa por saber si la Iglesia tiene oído suficiente para escuchar al mundo. Escuchar al mundo no significa ni aplaudirle, ni perseguirle inquisitorialmente, sino colocarse neutralmente a ver qué dicen las personas, la cultura, el mundo. Por qué lo dice y cuáles son los valores que propone, etc. No ver sus errores o cuáles son sus herejías.

¿No está la jerarquía católica como encapsulada, sin demasiado contacto con la realidad como para poder escuchar? ¿No parece a veces que incluso los párrocos viven en otro mundo?

Si nos dejamos encapsular completamente es imposible escuchar, porque lo único que escucharemos, en todo caso, serán los ecos del mundo transmitidos por la gente que nos rodea, y que normalmente nos tiene una cierta lealtad, y no se atreverán a decirnos las aristas y estridencias que vienen de fuera.

¿Aduladores?

Sí, en muchas ocasiones. Ahora bien, también hay otra forma de ser párroco o ser obispo. Por ejemplo, me da la sensación que cuando habla Carlos Amigo, sí responde a algo que ha dicho el mundo, no que ha escuchado en el palacio episcopal o en la catedral. Esto, lo que nos muestra, es que depende claramente de las actitudes personales. De a quién se escucha.

¿Les falta ir al mercado, ir en metro, hablar con sus sobrinos... y ese tipo de cosas que son las que te hacen vivir la experiencia de los comunes mortales?

Efectivamente. Les falta escuchar. Creo que hay dos formas de estar en la familia, dos formas de presencia de los sacerdotes en su propia familia: los que modestamente se colocan y escuchan a los sobrinos, y los que magisterialmente van a enseñarlos. Ésta segunda postura es la que provoca, lógicamente, la reacción negativa. Escuchar significa estar callado y dejar que el otro hable. Y, si uno no entiende bien, en lugar de condenar, preguntar.

En tu libro dices también que necesitamos conversión. ¿Qué necesitamos convertir: estructuras, personas, todo?

Todo. Yo tengo un compañero sociólogo que siempre me dice que soy demasiado espiritual y que no acabo de leer sociológicamente los problemas. Por ejemplo, cuando yo hablo del individualismo en la vida religiosa, no es que hable de pecado, pero siempre lo atribuyo un poco a la falta de dimensión teologal. En cambio, él dice que es un rasgo cultural. En ese sentido, puede ser que yo exagere algo, pero me parece que el problema de fondo de la Iglesia de hoy, sigue siendo un problema teologal. El gran problema es la falta de experiencia directamente evangélica, de fe en hondura. Sin confundir la fe con la piedad ni con el sentimiento religioso. La fe como una lectura creyente del mundo, de la vida y de la historia. En este sentido, creo que el debilitamiento de la fe es el gran problema de la Iglesia. No de los ateos o de los agnósticos, sino de la propia Iglesia.
En este sentido, a mí me ha satisfecho una idea que apareció en el reciente Sínodo de los obispos, y que de alguna forma resaltaba esto: que la Nueva Evangelización tiene que estar dirigida, primero que todo y antes de nada, a la propia Iglesia. La propia Iglesia tiene que anunciarse a sí misma el Evangelio. Si no se enfrentan conversiones estructurales mayores, es porque faltan experiencias teologales mayores (a nivel personal y de vida religiosa).

¿Tienen miedo a que se hunda, y por eso se enrocan?

Sí. El Evangelio deja clarísima la coincidencia entre la falta de fe y el miedo. A mí me llama la atención que en el Evangelio, Jesús casi nunca reclama a los discípulos otra cosa que el "¿por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?". A mí me parece que eso es clave. Que es una lección de sabiduría humana y de antropología. Es más: creo que a veces la prepotencia y las actitudes dictatoriales son el disfraz que asume el miedo, que nunca se atreve a presentarse con pecho descubierto. Entonces, en la medida en que la Iglesia y todos los que la conformamos estuviéramos sustentados en una fe profunda, probablemente no tendríamos miedo a los cambios ni a romper tradiciones. Estoy convencido de ello.

El tercer paso que apuntas es la colaboración, como oferta de sentido y de comunidad.

Sí. Hay tres núcleos que cada vez me están resultando más urgentes, sobre el aporte que tiene en definitiva que hacer la Iglesia en el mundo actual, que ha crecido en democracia, en pensamiento crítico, en ilustración... Cada vez voy concentrando más mi atención en torno a estos tres núcleos, que se corresponden con las tres demandas fundamentales del mundo actual. Una es la demanda de sentido, en este mundo en el que, pese a la crisis económica, la mayoría de las personas tenemos las condiciones materiales suficientes para no lamentarnos ni quejarnos. Ciertamente yo me pregunto por qué tantas personas con las condiciones materiales propicias para ser felices no acabamos de serlo. ¿Qué pasa? ¿Por qué no crece la felicidad? El sentido de la satisfacción, en el sentido más sano de la palabra, tampoco crece. Yo defiendo que el problema del sentido es el problema central del ser humano, y a este respecto me parece que el Evangelio de Jesús es una oferta de sentido extraordinaria.

¿Y por qué en este momento tanta gente busca ese sentido vital en otras cosas? ¿Se busca espiritualidad, pero no religión?

Probablemente porque el Evangelio ha quedado atrapado por adherencias, escorias o cáscaras institucionales que no permiten ir hasta el fondo. Y puede ser también que haya cáscaras institucionales que dentro no tengan nada. Yo soy rural, y siempre utilizo imágenes muy rurales, y una nuez buena es igualita por fuera a una que no tiene nada dentro. Esto puede acontecer en determinados rituales o tradiciones religiosas: que no tengan dentro el Evangelio.

¿Por eso nuestros hijos buscan espiritualidad pero rechazan la Iglesia?

Sí. Sin embargo, cuando somos capaces de testimoniar el Evangelio en una conversación, en un diálogo tolerante, comprendiendo y sin censurar, acaban diciendo: ¡así sí, así da gusto! Cuando aparece el Evangelio, aunque sea poquito.

¿Y también ante el testimonio directo, por ejemplo, de la entrega de un misionero?

Sí. En este sentido, yo entiendo perfectamente que, hoy día, hay ofertas muchos más inmediatas y a veces mucho más vitales o existenciales, más próximas a la sensibilidad de la gente. Y entonces, quizá una celebración con cantos alegres es mejor que todos los domingos juntos como hermanos. Escuchar al mundo significa, precisamente, entender qué es lo que está pidiendo cuando pide sentido. El Evangelio es capaz de modificarnos todas nuestras preguntas, rectificarlas y ponerlas en el verdadero sentido. Yo tengo la impresión de que la soledad se está convirtiendo en una verdadera enfermedad social. Si te sientas junto a alguien en un parque y te atreves a saludar, puedes encontrarte con una persona que te esté hablando toda la mañana. Entonces, uno dice: "será que esta persona vive sola". Pero resulta que no, que esta persona tiene pareja formal, hijos, familia... y sin embargo, siente una soledad enorme. En ese sentido, me parece que faltan en la sociedad actual micro-ambientes o micro-climas comunitarios. Las instituciones se han fortalecido a nivel político, económico y bancario, tenemos todo reglamentado... Pero faltan comunidades cálidas (no en el sentido flojo, de sentirse muy a gusto, sino de saber con quién cuento y quién cuenta conmigo).

¿No implica eso una revolución en nuestras parroquias, que se han funcionarizado?

Totalmente. Esto supone afirmar que decir "comunidad parroquial" es frecuentemente un autoengaño, porque es un grupo, una institución, pero no una comunidad.

Si ya está hecho el diagnóstico, ¿por qué no hemos entrado a modificar esa dinámica?

En algunos ámbitos falta convicción, aceptación de que esto es verdad. La capacidad que tenemos los seres humanos de cegarnos es enorme. Por eso a mí me encantan los milagros de los ciegos en los Evangelios (no lo que tienen de espectacularidad, sino de meta mensaje: el abrir los ojos como tema fundamental). Entonces, hay muchas personas convencidas de que la parroquia es una comunidad, y de que somos todos hermanos y hermanas (sin sabernos los nombres, sin conocernos, y dándonos la paz sin mirarnos a la cara). Puede ser que no lleguemos a crear estos ámbitos comunitarios porque no estamos convencidos. Y hay otras personas que igual estamos convencidas, pero que no tenemos la capacidad, o tenemos miedo. Es mucho más fácil funcionar con la rutina que con la creatividad. De hecho, todo agente pastoral comienza con ilusión, con fervor, con trabajo, creando grupos... hasta que llega el momento de cansancio, también espiritual, como decíamos antes.
Y luego, a mí me parece que la Iglesia tiene una hipoteca grande sobre sus espaldas, en el sentido de que laicos y mujeres especialmente han sido por mucho tiempo un elemento pasivo. Y el elemento pasivo normalmente no es considerado como sujeto comunitario, sino como sujeto paciente. Entonces, esto requeriría, en la Iglesia y en el trabajo pastoral, una recomposición completa de lo que es la comunidad cristiana: todos iguales, horizontalmente, y cada uno con su ministerio. Porque nadie es más que nadie.

¿No va la dinámica de los curas jóvenes precisamente en la dirección contraria?

Eso dicen algunos miembros de algunas parroquias, y a mí claro que me gustaría que fueran en otra dirección, en la del Espíritu del Concilio. Porque creo que uno de los ministerios que tiene la Iglesia que ofrecer a las personas y al mundo actual serían precisamente ámbitos de comunidad, donde la gente pudiera sentirse como en casa (en todo el Nuevo Testamento la palabra casa es fundamental) y sentirse a gusto. Esa sería una oferta extraordinaria. Un gran testimonio, no de perfección moral, sino de calidad solidaria.

¿Y la oferta de justicia y compasión con las víctimas?

Pablo VI dijo en la ONU que la Iglesia debería ser experta en humanidad. Y la experiencia de la humanidad solamente la aprendemos desde el sufrimiento. A mí me entusiasma mucho que una parábola tan evangélica como la del samaritano se esté convirtiendo en una especie de lema aconfesional. Porque esta parábola aparece en debates actuales entre personas no creyentes, que piensan que simboliza la clave de lo que significa crecer en humanidad. Y que fuera del sufrimiento no hay posibilidad de humanización. Cuando se excluye el sufrimiento, se excluye a los pobres y a la injusticia. Ya en sus cartas a los gálatas, San Pablo contaba que él, por haber sido perseguidor de la Iglesia, algunos dudaban de él como testigo de Jesús, y hasta él mismo comenzaba a dudar de si estaría predicando el Evangelio de verdad. Al parecer fue a chequearse con Pedro a Jerusalén, que le dijo que sí, que él predicaba el Evangelio, pero añadió un detalle impresionante: que no se olvidara de los pobres. Dando a entender que, en definitiva, éste es el criterio para verificar la autenticidad del Evangelio. Si nos olvidamos de los pobres, en la Iglesia no hay Evangelio. Hoy en día, entre tantos descréditos que padece la Iglesia, lo que la acredita siempre son aquellos ámbitos en los que los pobres no son olvidados. Cáritas y el trabajo que está haciendo en estos tiempos de crisis y paro, los misioneros que se quedan hasta cuando todos se van... O simplemente la cantidad de voluntarios, laicos y laicas, religiosos y religiosas, que están atendiendo a quienes lo necesitan.

¿Y por qué este discurso se ve dentro de la Iglesia como algo "progre" que ronda el marxismo, que olvida la verticalidad por la "demasiada" horizontalidad?

Creo que hay dos criterios para enjuiciar las cosas: uno el que es "franciscanamente evangélico", y otro, que está muy contaminado ideológicamente. Y el tema de los pobres, que es tan franciscanamente evangélico, es uno de esos temas que ha sido enormemente contaminado ideológicamente, no solamente por parte de quienes lo juzgan desde fuera, sino también a veces por parte de quienes enarbolan la imagen de los pobres. Porque no es lo mismo acercarse al pobre evangélicamente, que utilizarlo. Creo que esta contaminación ideológica es la que hace que se hayan creado tantas sospechas frente al tema de los pobres, lo cual es muy triste, porque si algo hay patente en el Evangelio, es que los pobres son los privilegiados, los primeros que tienen derecho a acceder al Evangelio y a beneficiarse de él. La contaminación ideológica ha llevado a armar toda una serie de argumentos ficticios, como que la opción por los pobres lleve a la exclusión de los ricos, como piensan las personas más tradicionales. Y los pobres son los preferidos, pero no los únicos. El Evangelio abarca a toda la humanidad. Pero, lo cierto es que, si te pones donde los pobres, puedes abarcar toda la humanidad; mientras que, si te pones arriba, sólo podrás abarcar la cúpula.

¿Esa contaminación ideológica ha afectado también a la imagen pública de la Iglesia?

Tristemente sí. El factor más visible siempre es el de la institución, el de las cúpulas. Y lo menos visible son las bases, los miles y miles de hermanos laicos, voluntarios, mujeres... que están extendidos por todo el mundo haciendo una obra eclesial extraordinaria a favor de la justicia. Esos nunca aparecen en la pantalla.

¿Pero eso no responsabiliza más a las cúpulas, que quizá no saben jugar con esa dinámica mediática ineludible, para que realmente transmita la imagen de toda la institución?

Sí, está claro que la responsabilidad no es sólo de los medios, sino también de quien se presenta a los medios y sabe lo que tiene que guardar y lo que tiene que enseñar. Y esto da una imagen deformada de la Iglesia, que es más evangélica de lo que a veces parece por la prensa.

En tu libro haces una alarma sobre el lenguaje y sobre las mujeres. ¿Sobre qué quieres alertar?

El lenguaje me parece fundamental porque soy dominico, y el nombre de nuestra orden es "orden de predicadores", así que estoy muy identificado con la causa y parte de mi tiempo lo dedico a eso. Yo, que me considero una persona de buena voluntad, siento los límites de mi propio lenguaje, y soy consciente también de que es una alarma para la Iglesia no tener un lenguaje para comunicarse. Porque si se bloquea la comunicación, se bloque la evangelización y la predicación.

¿Te refieres a la falta de lenguaje que conecte con la gente de hoy?

Sí, con la gente joven y no tan joven, con la gente ilustrada y crítica, con la gente moderna y postmoderna. Para que todos puedan saber lo que está diciendo. Uno de los problemas que uno advierte cuando se pone a predicar el Evangelio los domingos es que parece que tienes que salirte del vocabulario de la calle, de la acera, y entrar al de la Iglesia.

¿O sea que tendríamos que traducir términos como "sacramento", por ejemplo?

Claro. Ese término en la calle no existe. Cuando, después del Concilio, se puso tan de moda la vigilia pascual y la pascua como centro de la liturgia, hice la prueba a ver a qué le sonaba eso a la gente. Y la pascua aquí en España suena a hacer la pascua. Es decir, una expresión absolutamente trasmutada en su sentido. Y hay otras que no significan nada. Confieso que un ejercicio enorme que hago antes de la predicación es preparar las palabras, expresiones que no sean condicionales, que no se den ya por conocidas... Porque creo que tenemos un problema enorme de lenguaje.

Pero ese trabajo lo llevan haciendo los pastoralistas hace ya tiempo. ¿Por qué no ha cuajado?

Creo que no se ha conseguido del todo porque hay una cierta pereza en los evangelizadores. Predicar el Evangelio siempre de nuevo requiere un esfuerzo enorme, mientras que repetir la misma parábola todos los años no requiere ninguno. Entonces, aunque se hayan creado condiciones para un nuevo lenguaje (al menos a un 50%), lo que falta es que cada individuo haga un ejercicio práctico de superar convencionalismos, expresiones hechas, etc. Y luego, creo que el tema no es solamente con el lenguaje oral o escrito, sino también visual. Así como por ejemplo durante siglos las paredes de las iglesias fueron una catequesis extraordinaria, en este momento las paredes se nos han quedado desnudas. Ya solamente se alimenta el oído (mal, como acabamos de decir), y la vista queda huérfana. Y todo el cuerpo queda también un poco huérfano cuando no hay un ambiente celebrativo que complemente la liturgia. Creo que la liturgia también ha quedado un poco huérfana de significación.

¿No ha incidido mucho en eso Benedicto XVI, en dignificar el misterio, lo que significa el retablo...?

Sí, mucho. Y en recuperar un poco la dimensión estética como una parte de la experiencia religiosa.

¿No le duele reconocer estas cosas, verdad?

No, a mí no. Se puede estar en la Iglesia frente a los que no piensan como tú, y pensar que esa "otra línea" está equivocada, y que peor para ellos (y aunque el mundo entero se vaya por otro camino, "yo estoy en la verdad"). Pero otra forma de estar es la que piensa que, si todo el mundo cuestiona y pregunta algo, alguna duda tendremos que procesar. Me parece que las personas abiertas son las que siempre están dispuestas a repensar las cosas. Y así como, en un momento determinado, ese sector más abierto en la Iglesia eliminó santas y santos de los altares, ahora podemos pensar que igual no estábamos totalmente en lo cierto, porque la gente también se alimenta con la vista y con el tacto.

¿Le parece un pecado la situación de la mujer en la Iglesia?

Últimamente es que a la palabra pecado le tengo miedo, me suena fuerte, pero sí creo que es uno de los temas pendientes en la Iglesia, que resulta más escandaloso porque la sociedad civil lleva una velocidad muy superior en lo que es la reivindicación del estatuto igualitario de la mujer respecto al varón. Cuanto más nos adelantan por la derecha, más escandaloso resulta. Me parece que hay que ir deshaciendo ciertos argumentos a los que se les ha dado carácter dogmático, y que tienen un carácter meramente disciplinar. Igual que nos parecía que el Papa tenía que ser papa hasta la muerte por dogma, ahora sabemos que no es por dogma, sino por tradición o disciplina. Lo mismo sucede con que las mujeres no puedan acceder al ministerio presbiteral.

¿Ganará mucho la Iglesia en ese momento?

Mucho, sí. Lo estamos viendo ya en distintos ámbitos, por ejemplo, en el de la teología, donde ya ha comenzado la presencia de la mujer. Uno lee teología hecha por una mujer, y encuentra una riqueza diferente, no porque el varón fuera más inteligente o menos, simplemente porque ella es mujer y él es varón. También han empezado a hacerse presentes en el ámbito de la espiritualidad, y resulta que la espiritualidad cristiana crece y se enriquece; o en la evangelización directa, donde de pronto hay comunidades que dicen "¡qué bonito el sermón de la hermana!". Es muy interesante como se están empezando a eliminar prejuicios en los pequeños ámbitos, donde a la vez se está experimentando un enriquecimiento de la experiencia cristiana. El tema institucional es otro, el muro es más fuerte.

¿Hay esperanza para el hombre moderno en crisis?

A corto plazo, a mis sobrinos que están en el paro, yo no me atrevo a hablarles de esperanza alegremente, porque casi es un insulto cuando se ven atrapados y sin salida en esta crisis. Pero, después de todo, tienen una familia que les está cobijando, y eso es un mundo de sentido impresionante. Es decir, hay esperanza, a pesar de la crisis, cuando hay una concepción de la vida que va más allá del mercado, más allá de la economía o de las necesidades materiales. Esos ámbitos que pueden venir en tu ayuda incluso cuando esta problemática inmediata falla. Yo creo que el Evangelio apunta a que, en esas situaciones, aparezcan otras concepciones de la humanidad que hagan posible que incluso los problemas más inmediatos no sean tan absolutos.



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