miércoles, 4 de julio de 2012
A vueltas con la nueva evangelización
Hilari Raguer
¿Se puede esconder un peligro en la campaña por la nueva evangelización, tal como se está llevando? Me temo que sí, en un doble aspecto. Ante todo, temo que esa llamada nueva evangelización esconda una nostalgia medievalizante.
El nombre dado a la campaña, lanzada desde Roma y dotada hasta de un dicasterio vaticano específico, presupone una evangelización antigua de Europa, que había dado lugar a la llamada cristiandad, esto es, una sociedad tan impregnada de evangelio que el cristianismo daba su color a toda la vida social, a las leyes, al pensamiento y a las artes, y a la Iglesia le daba un prestigio y un poder.
La cristiandad imperó en Europa durante siglos, pero después, tras la revolución filosófica de la Ilustración y la política y social de la Revolución, Europa se descristianizó. El peligro radicaría en perseguir ahora no tanto la proclamación del evangelio y la conversión de las almas como la recuperación del papel social que en siglos pasados tuvo la institución eclesiástica, con la tentación, tantas veces planteada en la historia del cristianismo, de convertir al pueblo desde el poder. No fue este el modo como evangelizó Jesús.
El segundo peligroso no es tanto sobre el fin como sobre los medios. Habría que evitar presentar la campaña por la nueva evangelización como una operación de marketing, como las que en el mercado se programan para el lanzamiento de un producto nuevo, fiándose más de los modernos medios de comunicación que de la fuerza de la Palabra, y contabilizando los resultados, como si el gran objetivo fuera remontar el porcentaje los que se declaran católicos practicantes, de la asistencia a la misa dominical y de cruces en la declaración de renta.
Sería entonces cuestión de recordar las palabras de Jesús: “¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para ganar un solo prosélito y, cuando lo tenéis, lo hacéis merecedor del infierno el doble que vosotros” (Mt 23,15).
También en este segundo aspecto hay que tener muy presente el estilo de evangelización de Jesús, que anunciaba la buena nueva, ante todo, compadeciéndose de los que sufrían, más que imponiendo prácticas y obligaciones.
La punta de flecha de la evangelización de nuestra Iglesia son los y las que tienen compasión de los que más sufren, sin contrapartida, sin exigirles que se apunten a las prácticas oficiales católicas. Esto, en todo caso, vendrá después, de añadidura.
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