LEONARDO BOFF
Insuficiencias conceptuales de la Río+20
2012-07-06
Decir que la Río+20 fue un
éxito no corresponde a la realidad, pues no se llegó a ninguna medida
vinculante, ni se crearon fondos para la erradicación de la pobreza ni
mecanismos para el control del calentamiento global. No se tomaron decisiones
para hacer efectivo el propósito de la Conferencia que era crear las
condiciones para el «futuro que queremos». En la lógica de los gobiernos está
no admitir fracasos, pero no por eso dejan de serlo. Dada la degradación
general de todos los servicios ecosistémicos, no progresar significa
retroceder.
En
el fondo se afirma: si la crisis se encuentra en el crecimiento, entonces la
solución se obtiene con más crecimiento todavía. Esto concretamente significa
más uso de los bienes y servicios de la naturaleza, lo que acelera su
agotamiento, y más presión sobre los ecosistemas, ya en sus límites. Datos de
los propios organismos de la ONU informan que desde la Río 92 ha habido una
pérdida del 12% de la biodiversidad, 3 millones de metros cuadrados de bosques
y selvas fueron derribados, se emitió un 40% más de gases de efecto invernadero
y cerca de la mitad de las reservas mundiales de pesca han sido agotadas.
Lo
que sorprende es que ni el documento final ni el borrador muestren ningún
sentido de autocrítica. No se preguntan por qué hemos llegado a la situación
actual, ni perciben, claramente, el carácter sistémico de la crisis. Aquí
reside la debilidad teórica y la insuficiencia conceptual de éste y, en
general, de otros documentos oficiales de la ONU. Enumeremos algunos puntos
críticos.
Los
que deciden continúan dentro del viejo software cultural y
social que coloca al ser humano en una posición adánica, sobre la naturaleza,
como su dominador y explotador, razón fundamental de la actual crisis
ecológica. No entienden al ser humano como parte de la naturaleza y responsable
por el destino común. No han incorporado la visión de la nueva cosmología que
ve la Tierra como viva y al ser humano como la porción consciente e inteligente
de la propia Tierra, con la misión de cuidar de ella y garantizarle
sostenibilidad. La Tierra es vista tan solo como un depósito de recursos, sin
inteligencia ni propósito.
Acogieron
la «gran transformación» (Polanyi) al anular la ética, marginalizar la política
e instaurar como único eje estructurador de toda la sociedad la economía. De
una economía de mercado hemos pasado a una sociedad de mercado, separando la
economía real de la economía financiera especulativa, ésta dirigiendo a aquella.
Confundieron
desarrollo con crecimiento, aquel como el conjunto de valores y condiciones que
permiten el la realización de la existencia humana, y éste como mera producción
de bienes a ser comercializados en el mercado y consumidos. Entienden la
sostenibilidad como la manera de garantizar la continuidad y la reproducción de
lo mismo, de las instituciones, de las empresas y de otras instancias, sin
cambiar su lógica interna y sin cuestionar los impactos que causan sobre todos
los servicios ecosistémicos. Son rehenes de una concepción antropocéntrica,
según la cual todos los demás seres solamente tienen sentido en la medida en
que se ordenan al ser humano, desconociendo la comunidad de vida, también
generada, como nosotros, por la Madre Tierra. Mantienen una relación
utilitarista con todos los seres, negándoles valor intrínseco y por eso calidad
de sujetos de respeto y de derechos, especialmente al planeta Tierra.
Por
considerar todo bajo la óptica de lo económico que se rige por la competición y
no por la cooperación, abolieron la ética y la dimensión espiritual en la
reflexión sobre el estilo de vida, de producción y de consumo de las
sociedades. Sin ética ni espiritualidad, nos hicimos bárbaros, insensibles a la
pasión de millones y millones de hambrientos y miserables. Por eso impera un
individualismo radical; cada país busca su bien particular por encima del bien
común global, lo que impide, en las Conferencias de la ONU, consensos y
convergencias en la diversidad. Y así, contentos y alienados, vamos al
encuentro de un abismo, cavado por nuestra falta de razón sensible, de
sabiduría y de sentido transcendente de la existencia.
Con
estas insuficiencias conceptuales, nunca saldremos bien de las crisis que nos
asolan. Este era el clamor de la Cúpula de los Pueblos que presentaba
alternativas de esperanza. En la peor de las hipótesis, la Tierra podrá
continuar, pero sin nosotros. Que no lo permita Dios, porque es «el soberano
amante de la vida», como afirman las Escrituras judeocristianas.
Página
de Boff en Koinonía
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