viernes, 13 de julio de 2012


col aleixandre

Como en la película de Hitchcock, negros cuervos y otros pajarracos sobrevuelan el Vaticano provocando la alarma eclesial. Lo de la alarma es normal pero lo que de ahí pase (escándalo, consternación o asombro de que en la Iglesia ocurran cosas semejantes...), no es más que una pérdida de tiempo: estábamos avisados.
Bien se encarga el final del evangelio de Mateo de recordárnoslo: en la escena de la despedida de Jesús leemos: "Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado. Al verlo, lo adoraron pero algunos dudaron" (Mt 28,17).
Así que, de entrada, ya no eran aquella primera docenita, lustrosa y redonda, sino un colectivo incompleto, mellado y desportillado. Y encima, todos postradísimos pero algunos dudando, como cuando Abraham se inclinaba ante el Señor mientras por dentro se partía de risa ante la promesa de que iba a tener un hijo.
Las postraciones es lo que tienen, que no dejan claro si son un signo de rendida aceptación o una manera de disimular que, en ese mismo momento, algunos estaban ya en la cosa del consistorio, los camarlengos y la sastrería vaticana.
Y sin embargo Jesús ni se inmuta, ni se lamenta, ni les regaña y se marcha tan tranquilo dejando a semejante pandilla el encargo de evangelizar al mundo mundial.
A fuerza de estar junto a nosotros se había acostumbrado a nuestras traiciones y desatinos y había aprendido también que, a veces, debajo de las alas del cuervo más negro se esconden los latidos de un pequeño corazón asustado.

Dolores Aleixandre

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