BIBLIA PARA LA
IGLESIA Y EL MUNDO
El
tema del pasado Sínodo de los obispos (2008), “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”, es
extraordinariamente importante no solo para la vida cristiana, sino también
para la presencia de la fe y de la Iglesia en el mundo actual. Y es una
cuestión viva, tan viva o más que cuando se presentó en el Concilio Vaticano
II. En los más de 40 años de posconcilio han surgido temas muy distintos de los
que presentaba la Dei Verbum, que eran fundamentalmente temas intraeclesiales.
Hoy los creyentes tenemos delante urgencias nacidas de temas centrados en el
mundo. La relación con el mundo y con el hombre de hoy es un elemento
fundamental para comprender el significado de la Biblia para la Iglesia de
nuestros días.
¿Cuál es el mensaje de la Biblia para un
mundo que se debate entre radicalismo fundamentalista y racionalismo religioso,
consumismo y pobreza, hedonismo y ansiedad, un mundo manipulado por los medios
de comunicación controlados por el poder económico? Desarrollo y
liberación, feminismo y ecología pertenecen ahora a la agenda bíblica. En cierta manera el paisaje bíblico actual
depende tanto de la Gaudium et Spes como de la Dei Verbum: ambas constituciones
deben cruzarse, como en el inmediato posconcilio se cruzaron la Gaudium et
Spes y la Lumen Gentium. Conviene ampliar las perspectivas y presentar un
mensaje significativo en un mundo en busca de reconciliación y de paz. De ahí
que sigamos preguntándonos ¿Cuáles son las dificultades reales que tiene la Biblia
para ser leída en nuestra cultura: el secularismo consumista, el relativismo,
la indiferencia religiosa, el pluralismo religioso y cultural, que tanto
aparecen en boca de la jerarquía?
¿O
son otras, provenientes del cautiverio babilónico en el que los eclesiásticos
han tenido a los libros santos? ¿Cómo pueden aquellos que no creen en el
carácter religioso de la Escritura
entrar
en contacto con la palabra de Dios?
En
el contexto de esta batería de preguntas encontramos que las corrientes restauracionistas del
posconcilio se manifiestan también en el debate reverdecido sobre la
metodología científica, concretamente el método histórico-crítico, al que ahora
no pocos niegan el pan y la sal, al que considera insuficiente, por ejemplo,
para conocer a Jesús; que tiene que ser superado y completado por la llamada
“lectura canónica” o “exégesis canónica” del Nuevo Testamento, es decir,
mediante el recurso a la tradición de la fe. ¿Qué hay de válido en esta
corriente, qué problemas plantea?
¿Es
o no es la Biblia un libro analizable como cualquier otro? O con otras palabras:
¿la exégesis ha de ser teología? ¿Se aplica o no a la Biblia y de qué forma los
conceptos y criterios de la hermenéutica actual?
La
corriente restauracionista insiste en el papel del magisterio como guía de los
fieles en la interpretación correcta de la Escritura, afirmando que con aquel
no solo se logra una más profunda comprensión del texto, sino mayor apertura de
la acción pastoral de la Iglesia a la palabra de Dios. Esa insistencia
corresponde a una línea que afirma el papel del magisterio eclesial como
criterio legitimador último, no controlado por nada más, lo cual parece
difícilmente compatible con las formulaciones de la Dei Verbum.
Las
cuestiones enunciadas no son meramente técnicas o teóricas; tienen una
repercusión directa en el uso de la palabra de Dios como inspiradora de la vida
de la Iglesia. La Biblia en su contenido preciso ha de ser el centro inspirador
del funcionamiento de todas las dimensiones de la Iglesia: la confesión de fe,
la celebración de la fe, el compromiso de la fe, la comunión en la fe. Para
ello es preciso y urgente unificar la exégesis científica de la Escritura y la
vida real de la comunidad cristiana (catequesis, liturgia, predicación,
caritas, compromiso cívico-político, etcétera): ¿es posible llenar el vacío
existente y cómo? Los pastores necesitan un cierto conocimiento de la
investigación, si se quieren obtener resultados positivos para la acción
pastoral. El problema está en cómo establecer una unidad de método entre la
exégesis científica contemporánea y su comprensión y uso eclesial. El biblista
que sostiene que la fe es la base de su trabajo, no debe sentirse obligado a
maquillar lo más mínimo los resultados de la investigación bíblica, pero ha de
intentar construir un puente entre su investigación y la aplicación eclesial.
Una cierta tensión es insoslayable. ¿Cómo la exégesis ofrece a la comunidad cristiana
el significado y los elementos religiosos de un texto estudiado con la
autonomía científica y académica exigida?
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