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a la Iglesia de los pobres
(Jon Sobrino, Teólogo)
El 16 de noviembre de 1965, poco antes de la
clausura del Concilio Vaticano II, cerca de 40 obispos celebraron una misa en
las catacumbas de santa Domitila. Al terminar, firmaron “el pacto de las
catacumbas”, donde se comprometían a llevar una “vida de pobreza” y a ser una
Iglesia “servidora y pobre”, como lo quería Juan XXIII, a rechazar todos los
símbolos o privilegios de poder, y a colocar a los pobres en el centro de su
ministerio pastoral.
El texto tuvo un fuerte influjo en la teología
de la liberación. Uno de los propulsores del pacto fue Dom Helder Camara. Como
homenaje a su persona publicamos a continuación el texto.
“El pacto de las catacumbas: una Iglesia servidora y pobre”
Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio
Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza, nos
comprometemos a lo que sigue:
1. Procuraremos vivir según el modo ordinario
de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a
todo lo que de ahí se desprende. Cfr. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.
2. Renunciamos para siempre a la apariencia y
la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas,
colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser,
ciertamente, evangélicos). Cfr. Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata.
3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles,
ni tendremos cuentas en el banco, etc, a nombre propio; y, si es necesario
poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o
caritativas. Cfr. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.
4. En cuanto sea posible confiaremos la
gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos
competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos
administradores y más pastores y apóstoles. Cfr. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.
5. Rechazamos que verbalmente o por escrito
nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia,
Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de
Padre. Cfr. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.
6. En nuestro comportamiento y relaciones
sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios,
primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en
banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Cfr. Lc 13, 12-14; 1
Cor 9, 14-19.
7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la
vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por
cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus
dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la
acción social. Cfr. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.
8. Daremos todo lo que sea necesario de
nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y
pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles
y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la
diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el
Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y
el trabajo. Cfr. Lc 4,
18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.
9. Conscientes de las exigencias de la
justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar
las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la
justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a
los organismos públicos competentes. Cfr. Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.
10. Haremos todo lo posible para que los
responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y
pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son
necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de
todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden
social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s;
4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.
11. Porque la colegialidad de los obispos
encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las
mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos
comprometemos:
* a compartir, según
nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las
naciones pobres;
* a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
* a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
12. Nos comprometemos a compartir nuestra
vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes,
religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero
servicio. Así,
* nos esforzaremos para
“revisar nuestra vida” con ellos;
* buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
* procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
* nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. Cfr. Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3, 8-10.
* buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
* procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
* nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. Cfr. Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3, 8-10.
13. Cuando regresemos a nuestras diócesis
daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos
ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles.
Leído hoy el pacto, llama la atención que, en lo fundamental, trata un solo
tema: la pobreza. Pero por ser ése el quicio alrededor del cual giraba todo
-no, por ejemplo, la administración de los sacramentos-, el pacto de las
catacumbas produjo frutos importantes en Medellín y, poco a poco, en otras
Iglesias.
Todo eso llegó a El Salvador, y Monseñor
Romero lo puso a producir y lo bendijo, junto a la novedad salvadoreña de los
mártires.
Monseñor conoció en Puebla a aquellos obispos
del pacto y de Medellín y regresó muy contento. “Me acuerdo de una de las
primeras noches de la reunión de Puebla, cuando conocí a Monseñor Helder Cámara
y a Monseñor Proaño y al Cardenal Arns del Brasil. Cuando supieron que yo era
el arzobispo de San Salvador me decían: ‘Usted tiene mucho que contarnos. Sepa
que lo sabemos y que ese pueblo es admirable, y que sigan siendo fieles al
Evangelio como han sido hasta ahora’”. Es evidente la admiración que sentían
por Monseñor, y la que Monseñor sentía por ellos.
En la actualidad también hay “pactos”. Pedro
Casaldáliga en es su portavoz más elocuente. En su circular del 2009 escribe:
“pacto”.
Dom Hélder Câmara era uno de los principales
animadores del grupo profético. Hoy, nosotros, en la convulsa coyuntura actual,
profesamos la vigencia de muchos sueños, sociales, políticos, eclesiales, a los
que de ningún modo podemos renunciar. Seguimos rechazando el capitalismo
neoliberal, el neoimperialismo del dinero y de las armas, una economía de
mercado y de consumismo que sepulta en la pobreza y en el hambre a una gran
mayoría de la Humanidad.
Y seguiremos rechazando toda discriminación
por motivos de género, de cultura, de raza. Exigimos la transformación
sustancial de los organismos mundiales (ONU, FMI, Banco Mundial, OMC…). Nos
comprometemos a vivir una “ecológica profunda e integral”, propiciando una
política agraria-agrícola alternativa a la política depredadora del latifundio,
del monocultivo, del agrotóxico. Participaremos en las transformaciones
sociales, políticas y económicas, para una democracia de “alta intensidad”.
Como Iglesia queremos vivir, a la luz del Evangelio, la pasión obsesiva de Jesús, el Reino. Queremos ser Iglesia de la opción por los pobres, comunidad ecuménica y macroecuménica también. El Dios en quien creemos, el Abbá de Jesús, no puede ser de ningún modo causa de fundamentalismos, de exclusiones, de inclusiones absorbentes, de orgullo proselitista.
Como Iglesia queremos vivir, a la luz del Evangelio, la pasión obsesiva de Jesús, el Reino. Queremos ser Iglesia de la opción por los pobres, comunidad ecuménica y macroecuménica también. El Dios en quien creemos, el Abbá de Jesús, no puede ser de ningún modo causa de fundamentalismos, de exclusiones, de inclusiones absorbentes, de orgullo proselitista.
Ya basta con hacer de nuestro Dios el único
Dios verdadero. “Mi Dios, ¿me deja ver a Dios?”. El diálogo interreligioso no
sólo es posible, es necesario. Haremos de la corresponsabilidad eclesial la
expresión legítima de una fe adulta.
Exigiremos la plena igualdad de la mujer en la
vida y en los ministerios de la Iglesia. Estimularemos la libertad y el
servicio reconocido de nuestros teólogos y teólogas. La Iglesia será una red de
comunidades orantes, servidoras, proféticas, testigos de la Buena Nueva: una
Buena Nueva de vida, de libertad, de comunión feliz. Una Buena Nueva de
misericordia, de acogida, de perdón, de ternura, samaritana a la vera de todos
los caminos de la Humanidad.
Seguiremos haciendo que se viva en la práctica
eclesial la advertencia de Jesús: “No será así entre vosotros” (Mt 21, 26). Sea
la autoridad servicio. El Vaticano dejará de ser Estado y el Papa no será más
Jefe de Estado. La Curia habrá de ser profundamente reformada y las Iglesias
locales cultivarán la inculturación del Evangelio y la ministerialidad
compartida. La Iglesia se comprometerá, sin miedo, sin evasiones, en las
grandes causas de la justicia y de la paz, de los derechos humanos y de la
igualdad reconocida de todos los pueblos. Será profecía de anuncio, de
denuncia, de consolación.
UCA de San Salvador
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