lunes, 9 de julio de 2012
Nueva Evangelización: Atreverse a andar por nuevos senderos hacia la Comunión
José Antonio Vázquez Mosquera
Todo se está viniendo abajo. Vivimos los tiempos terroríficos y fascinantes de un cambio de época en la humanidad; así lo decía, hace más de un año, en la Universidad Francisco de Victoria, Monseñor Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización: “nos encontramos no ante un cambio de cultura… sino en un verdadero cambio epocal”. Ya hace unos años E. Morin, el promotor de un nuevo paradigma científico y epistemológico llamado “pensamiento complejo”, decía que estábamos viviendo en un Titanic cultural y social, sin rumbo y rodeados de icebergs. Ahora parece que estamos viviendo el hundimiento de ese Titanic.
Hay una sensación generalizada de decadencia del modelo vigente y de anhelo de algo nuevo. Por todas partes, se habla de la necesidad de un nuevo paradigma diferente y más integrador que el actual. Marx, Nietzsche y Freud, ven confirmados (con todas correcciones necesarias) sus análisis críticos de la civilización actual: Una civilización con un fuerte componente de represión, odio a la vida y al ser humano, explotación e injusticia.
Desde los ámbitos laicos más lúcidos se habla de la necesidad de salir de un modelo de civilización que ya lleva unos seis mil años de vigencia, la civilización patriarcal, una civilización basada en el control racionalista, la dominación de unos sobre otros, la guerra, la tecnocracia, la idolatría económica, el desprecio al cuerpo y las emociones, la represión de la mística, el sometimiento de la mujer y la agresión a los niños mediante una educación autoritaria, la explotación de la naturaleza, el individualismo extremo…
En el mundo eclesial tampoco se ve que el actual modelo tenga mucha vitalidad, al contrario, los “lineamenta” del próximo sínodo de los obispos dedicado a la Nueva Evangelización señalan “el clima cultural y la situación de cansancio en la que se encuentran varias comunidades cristianas”.
Nuestro mundo se está muriendo y algo nuevo debe nacer, si bien no estemos muy seguros cual debería ser el camino y la dirección a seguir para que lo nuevo nazca. Esta desorientación puede parecer un desastre, si bien, probablemente es la mejor garantía de que lo que nazca sea nuevo de verdad y no algo controlado y diseñado por nosotros, como solemos estar acostumbrados a hacer desde los parámetros del viejo paradigma. Como señala el biólogo chileno H. Maturana, otro de los científicos renovadores actuales, la clave para que haya un cambio es querer que este se produzca y ponerse manos a la obra. R. Panikkar habla de la necesidad de recuperar una nueva inocencia o una nueva confianza en la realidad y en el otro a pesar de que todo invite a la desconfianza. Necesitamos fe para que nazca lo nuevo. Recuperar esa fe es ya dar a luz el mundo nuevo pues el viejo se ha construido sobre la base de la desconfianza en la realidad y en los demás, hasta el punto de necesitar dominarlos y controlarlos para poder resistir la angustia que este miedo ha generado. La clave pasa, pues, por recuperar la fe, fe en la realidad y en el ser humano; los cristianos descubren esa fe en el encuentro con Cristo. De ahí que un cristianismo que recupere su fe puede ser hoy una fuerza transformadora y progresista, un buen aliado para quienes desde el mundo laico buscan ese cambio hacia una mayor humanización. La clave hoy está en la fe o en la falta de fe y no tanto en que la cultura haga referencia a Dios o no. La mayoría de los imperios históricos han justificado su comportamiento “infiel” y cruel haciendo referencia a Dios. No es la teocracia o la laicidad el problema ni la solución.
La iglesia propone hoy como camino, para alcanzar esa fe, vivir una “Nueva Evangelización”, que según nos dicen los lineamenta es “una actitud, un estilo audaz”, «consiste en el coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio. (...) Es la capacidad de hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los primeros cristianos, de los primeros misioneros». «el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su anuncio y a su testimonio, en correspondencia con los fuertes cambios actuales».
Podríamos así decir que hoy lo mejor de la cultura laica y de la espiritualidad cristiana coinciden en el deseo de un cambio humanizador que nos haga salir del marasmo y la injusticia en los que nos encontramos. Sería, pues, un error hacer que la Nueva Evangelización se convirtiera un proyecto restauracionista que buscara devolver el poder y al influencia a la Iglesia sobre la sociedad. La Nueva Evangelización no debería ser un proyecto realizado a la contra (intentando la conquista) de la cultura laica sino en alianza con lo mejor de ella contra toda forma de injusticia, mentira, violencia, dominación, reduccionismo o fragmentación, contra toda deshumanización que se dé tanto dentro del ámbito laico como del ámbito religioso. Así lo señalaba el actual Papa, en el año 2000 cuando decía: “Nueva evangelización no podría significar atraer… con nuevos y más refinados métodos a las grandes masas alejadas de la Iglesia… no queremos aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones” (La Nueva Evangelización: Construcción de la civilización del amor, 12 Dic. 2000).
Hablar de una iglesia que vive una Nueva Evangelización es hablar de una iglesia que quiere superar todo posible eclesiocentrismo para convertirse en signo e instrumento de la presencia del Reino en medio de la humanidad, como nos recuerda la Lumen Gentium n.5.
En el año 2000 el entonces Cardenal Ratzinger decía, en este sentido, que “la nueva evangelización debe someterse al misterio del grano de mostaza y no pretender producir rápidamente el gran árbol” (el nuevo renacer eclesial, el nuevo mundo, la nueva humanidad). Es decir, habría que huir de todo triunfalismo y “osar de nuevo con la humildad del pequeño grano dejando a Dios el cuándo y el cómo crecerá (cf. Mc 4, 26 - 29)”.
Creo que algo que ayudaría a evitar cualquier posible triunfalismo o eclesiocentrismo es dar un peso muy importante al diálogo ecuménico, interreligioso y con la laicidad como vía de evangelización hoy, diálogo que comienza con la Escucha.
En este sentido, primero escuchar y luego manifestar el mensaje cristiano es la metodología que proponía Joseph Ratzinger para la Nueva Evangelización en el documento citado: “El diseño trinitario… muestra la forma de vida del verdadero evangelizador – aún más, evangelización no es simplemente una forma de hablar sino una forma de vivir: vivir en la escucha y hacerse voz del Padre”.
Esta metodología es también la que propone el documento “Diálogo y Anuncio” del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso: “un diálogo que es la primera parte de la misión, cuya segunda parte es el anuncio (nº 66)”.
De este modo, la Iglesia, a la vez que evangeliza, es evangelizada manteniéndose a la Escucha de todos los signos de Dios, algo fundamental si quiere evangelizar a otros, así lo decía Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi n.15: “Comunidad de creyentes… tiene necesidad de escuchar sin cesar…la iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio”.
Otra de las dimensiones fundamentales en esta Nueva evangelización, para que fuera realmente nueva, consistiría en poner el acento en la experiencia más que en la doctrina, asegurar, así, las condiciones que faciliten una nueva experiencia práctica y vivencial de encuentro del hombre de hoy con Cristo, más que el centrarse en transmitir unas doctrinas, una moral o la asistencia convencional a unos ritos religiosos. Un Cristianismo vivencial y práctico más que doctrinal es la orientación que más fecundidad puede tener, por ser la más fiel a la naturaleza de lo que el cristianismo es. En esta dirección se expresaba el Papa Juan Pablo II en el año jubilar: “El cristianismo… no puede ser reducido a doctrina, ni a simples principios, porque Cristo, centro del cristianismo, está vivo y Su Presencia constituye el evento que renueva constantemente a las creaturas humanas y al cosmos”. Por eso, en Novo Millenio Ineunte n. 29 dirá que para presentar el rostro de Cristo de nuevo al mundo no hay que “inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste.” Y en el número 38 del mismo documento señala que hay que “trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria… respetar un principio esencial de la visión cristianan de la vida: la primacía de la gracia. …Ciertamente Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, “no podemos hacer nada” (Jn 15,5).”
Ahora bien, la nueva evangelización no puede reducir el cristianismo a una práctica espiritualista, privatizada e intimista, la fe cristiana tiene una indudable trascendencia pública y política, la inhibición política hoy sería una connivencia con el viejo orden establecido. La justicia, la solidaridad, la opción por los pobres son valores centrales del Reino de Dios por eso nos recordaba Pablo VI en Evangelii Nuntiandi n. 30 que “la Iglesia… tiene el deber de anunciar la liberación… de ayudar a que nazca esa liberación… de hacer que sea total. Esto no es extraño a la evangelización”.
Una Nueva Evangelización que primase la práctica de la Escucha y del diálogo con los otros, la dimensión experiencial de la fe y se centrase en la oración y el compromiso de liberación y transformación del mundo según los valores del Reino para lograr la comunión con Todo y todos, sin exclusiones y sin confusiones, respetando el pluralismo y la unidad de lo real, sería una evangelización que primara la dimensión monástica.
Monje es precisamente el que anhela la experiencia de encontrarse con Todo y todos al encontrarse con el Misterio, con Cristo, sin dejar de ser él mismo; el que busca la unidad en sí mismo para lograr la unidad y la comunión en todo. Monje es quien reconoce dentro de sí al otro y se descubre también en el otro, sin confundirse con él, de modo que siente que la liberación fundamental es la liberación de la ilusión de toda separación, origen de toda exclusión y de toda injusticia.
Si esto fuera así, el católico que naciera de esta Nueva Evangelización se sentiría católico viviendo en plenitud el significado de dicho término (universal), es decir, sentiría que, sin dejar su identidad, también habitaban dentro de él todas las otras identidades humanas, pudiendo actualizar algunas de ellas además de la católica, sin dejar de identificar la identidad católica como su identidad fundamental.
En este sentido me gustaría concluir recordando a dos figuras que pueden ser modelos de esta nueva evangelización que culmina en la experiencia de la comunión:
- Thomas Merton que decía: “Cuando uno trata de afirmar su unidad negando que tenga que ver con cualquier otro, negando a todos los demás del universo hasta que llega a uno mismo ¿Qué queda por afirmar?... cuanto más capaz soy de afirmar a otros, de decirles sí en mí mismo, de descubrirles a ellos en mí mismo, y a mí mismo en ellos, tanto más real soy”.(conjeturas de un espectador culpable).
- Y Raimon Panikkar que también expresaba idéntica experiencia: “Quisiera ser fiel a la intuición buddhista, no apartarme de la experiencia cristiana y no desconectarme del mundo cultural contemporáneo...Sigo siendo cristiano e hindú, aunque me doy cuenta de que aquí no acaba mi peregrinación... ¿Por qué levantar murallas y mantener celosamente las separaciones?... No hace falta diluir las propias convicciones religiosas para poder aceptar las de otros.” (Iglesia Viva n. 237)
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