¿Cuál es el lugar de
lo religioso en el mundo?
Leonardo Boff
Por
más que la sociedad se mundanice y, en cierta forma, se muestre materialista,
no podemos negar que en los tiempos actuales se está dando una vuelta vigorosa
de lo religioso, de lo místico y de lo esotérico. Tenemos la impresión de que
existe cansancio del exceso de racionalización y funcionalización de nuestras
sociedades complejas. La vuelta de lo religioso solamente revela que en el ser
humano existe una búsqueda de algo mayor. Hay un lado invisible en lo visible
que nos gustaría sorprender. Quién sabe si allí se encuentra un sentido secreto
que sacia nuestra búsqueda incansable de algo que no sabemos identificar. En
ese horizonte no confesional quizás tenga sentido hablar de lo religioso o de
lo espiritual. Sufrió todo tipo de ataques pero consiguió sobrevivir. La
primera modernidad lo veía como algo premoderno, un saber fantástico que debía
dar lugar al saber positivo y crítico (Comte). Luego fue leído como una
enfermedad: opio, alienación y falsa conciencia de quien todavía no se ha
encontrado o si se ha encontrado, se ha vuelto a perder (Marx). Después, fue
interpretado como la ilusión de la mente neurótica que busca pacificar el deseo
de protección y hacer soportable el mundo contradictorio (Freud). Más adelante,
fue interpretado como una realidad que por el proceso de racionalización y de
desencanto del mundo tiende a desaparecer (Weber). Por fin, algunos lo tenían
como algo sin sentido, pues sus discursos no tienen objeto verificable ni
falsificable (Popper y Carnap).
Estimo
que el gran equívoco de estas distintas interpretaciones reside en el hecho de
situar lo religioso en un lugar equivocado: dentro de la razón. Las razones
comienzan con la razón. La razón en sí misma no es un hecho de razón. Es una
incógnita. Ya rezaba la sabiduría de los Upanishad: «aquello por lo cual todo
pensamiento piensa, no puede ser pensado». Tal vez en este «no pensado» se
encuentra la cuna de lo religioso, es decir, de aquellas instancias exorcizadas
por la racionalidad moderna: la fantasía, el imaginario, aquel fondo de deseo
del cual irrumpen todos los sueños y las utopías que pueblan nuestra mente,
entusiasman los corazones, encienden la espoleta de las grandes
transformaciones de la historia. Su lugar reside en aquello que el filósofo
Ernst Bloch llamaba principio esperanza.
Es
propio de estas instancias –de lo utópico, de la fantasía y del imaginario– no
adecuarse al dato racional concreto. Antes bien, contestan el dato, pues
sospechan que el dato es siempre hecho; tanto el dato como el hecho no son todo
lo real. Lo real es aún mayor. A lo real pertenece también lo potencial, lo que
todavía no es pero puede llegar a ser. Por eso, la utopía no se antagoniza con
la realidad; revela la dimensión potencial e ideal de esta realidad. Ya decía
el sabio E. Durkheim en la conclusión de su famosa obra Las formas
elementales de la vida religiosa: «la sociedad ideal no está fuera de la
sociedad real; es parte de ella». Y concluía: «solamente el ser humano tiene la
facultad de concebir lo ideal y añadirlo a lo real». Yo diría, de detectarlo
dentro del dato real, haciendo que este real en el cual está lo ideal, sea
siempre mayor que el dato que tenemos en nuestra mano.
Es
en el interior de esta experiencia de lo potencial, de lo utópico, donde
irrumpe el hecho religioso. Por eso decía Rubem Alves, quien mejor ha estudiado
en Brasil el “enigma de la religión” (título de su libro): «La intención de la
religión no es explicar el mundo. Ella nace justamente de la protesta contra
este mundo que puede ser descrito y explicado por la ciencia. La descripción
científica, al mantenerse rigurosamente dentro de los límites de la realidad
instaurada, sacraliza el orden establecido de las cosas. La religión, por el
contrario, es la voz de una conciencia que no puede encontrar descanso en el
mundo así como es y tiene como proyecto trascenderlo».
Por
esta razón, lo religioso es la organización más ancestral y sistemática de la
dimensión utópica, inherente al ser humano. Como bien decía Bloch: «donde hay
religión, hay esperanza» de que no todo está perdido. Esta esperanza es un amor
por aquello que todavía no es, “la convicción de realidades que no se ven” como
dice la Epístola a los Hebreos (11,1), pero que son el fundamento de lo que se
espera.
Quien
vio con lucidez esta singularidad de lo religioso fue el filósofo y matemático
Ludwig Wittgenstein que dijo: en el ser humano no existe solo la actitud
racional y científica que siempre indaga cómo son las cosas y para todo
busca una respuesta. Existe también la capacidad de extasiarse: «extasiarse no
puede expresarse por una pregunta; por eso tampoco existe ninguna respuesta».
Existe lo místico: «lo místico no reside en cómo es el mundo, sino en el
hecho de que exista». La limitación de la razón y del espíritu científico
reside en el hecho de que ellos no tienen nada sobre lo cual callar.
Lo
religioso y lo místico terminan siempre en el noble silencio, pues no existe en
ningún diccionario la palabra que lo pueda definir.
Hasta
aquí hemos hablado de lo religioso en su naturaleza sana. Pero puede enfermar y
ahí nace la enfermedad del fundamentalismo, del dogmatismo y de la exclusividad
de la verdad. Como toda enfermedad remite a la salud, lo religioso debe ser
analizado a partir de su salud y no de su enfermedad. Entonces lo religioso
sano nos hace más sensibles y humanos. Su retorno sano es urgente hoy, pues nos
ayuda a amar lo invisible y a hacer real aquello que todavía no es, pero puede
ser.
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