VAYAMOS EN POS DE LA ESTRELLA
Pequeño manual de astronomía
JUAN
V. FERNÁNDEZ DE LA GALA
La Navidad es un tiempo extraño: nos
miramos los unos a los otros con algo menos de indiferencia y, juntos, nos
sentimos invitados a compartir la alegría, incluso bajo las incertidumbres de
esta crisis. La vacilante luz de una estrella, perdida en la inmensidad del
cielo, es capaz de guiar la sabiduría de tres magos. El Dios de la pobreza se
encarna en la sencillez de un pesebre, mientras que el dios de la riqueza, al
que solemos adorar con la misma devoción, se materializa en las calles
comerciales, bajo la fría luz de los escaparates. Al igual que hacemos hoy con
tantas familias de desplazados y desheredados, en aquellos días decidimos
cerrar nuestra puerta a la familia de Belén. Ahora le concedemos solo un lugar
simbólico entre pastorcillos de plástico y comidas excesivas, al amable arrullo
de la calefacción.
Vivir
la Navidad no requiere preparativos superfluos. Es, sobre todo, una disposición
del ánimo: significa que debemos estar especialmente atentos a los signos de
esperanza de que están dotados los acontecimientos y las cosas que nos rodean,
a cualquier destello de luz que pueda iluminar nuestras tinieblas personales.
Desde la oscuridad de nuestra vida, como los Magos de Oriente, también nosotros
estamos invitados a seguir la estrella. No es fácil. Se requieren cualidades de
astrónomo, pero merece la pena intentarlo.
Aquí van algunas pistas:
En primer lugar: es preciso sentir
nuestra propia oscuridad y reconocerla. Solo quien se sabe necesitado de la luz
de Dios puede ponerse en camino de búsqueda. Quienes creen tenerla metida ya en
un cofre y asegurad bajo llave no necesitan a Dios; se bastan a sí mismos. Así pues, para empezar hace falta llevar consigo
cierta actitud de búsqueda.
Segundo: Intentemos ver más
allá. Lástima de quienes piensan que la bombilla de su casa es la estrella que
están buscando. Desgraciadamente, se están perdiendo la eterna amplitud que
separa las galaxias. Si queremos encontrar la estrella, busquemos más allá de
nosotros mismos, más allá de nuestro ombligo, más allá de nuestra ventana, más
allá de nuestros prejuicios.
Tercero: Seamos más
optimistas. Hay quienes nunca buscan porque parten ya de la desalentada
convicción de que no van a encontrar nada nuevo. No seas incrédulo, pega el ojo
al telescopio y escruta la noche de los astros. Busca especialmente cerca de
los sinsentidos y las desolaciones, porque son lugares pródigos en estrellas.
Solo un buen astrónomo conoce el enorme tamaño de una estrella, aunque no
parezca más que un punto vacilante en mitad de la noche. “Grande” y “pequeño”
son términos muy relativos. No hay nada grande para un universo, no hay nada
pequeño para un Dios.
Cuarto: Seamos
perseverantes. Cuando encuentres tu estrella, síguela sin dudarlo. El camino
puede llevarte largos años e incluso la mayor parte de tu vida. A veces nos
parecerá una travesía inútil, porque habrá noches de niebla o porque, a cada
paso que damos en su búsqueda, la estrella parecerá alejarse de nosotros otro
tanto y, mientras más anhelemos su luz, más lejos nos parecerá estar. Pero si
aprendemos a mirar al horizonte de una estrella, podremos cruzar con esperanza
hasta el desierto más inhóspito. Para eso están las estrellas, para alentarnos
a caminar.
Y quinto: Una vez que tu
estrella te muestre el camino, aprende, como los Magos, a dejarte sobrepasar
por el misterio, a adorar en silencio y a reconocer que hay enigmas tan grandes
que enmudecen el alma. Cuando esto suceda, no digas nada. Solo contempla en
silencio. Y ofrece luego, como los Magos, lo mejor que honestamente guardes en
tu corazón
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