jueves, 16 de enero de 2014

J.M. Castellet, 

"La hora del lector" y la salmodia cristiana

Hilari Raguer
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El reciente fallecimiento de mi condiscípulo y amigo Joseph M. Castellet, destacado escritor, crítico literario y editor, me lleva a recordar lo que hace años me sugirió una obra suya genial. Muchos críticos literarios sostienen que cuando un escritor ha publicado una obra, ésta deja ya en cierta manera de ser suya, porque cada lector la puede entender de un modo personal. Esto sucede muy particularmente con la poesía, que por la ambigüedad y pluralidad de sentidos del lenguaje metafórico se presta mucho más que la prosa a varios sentidos.
Cuando apareció la primera edición, en 1957, de “La hora del lector”, de Castellet (edición definitiva, Península, Barcelona, 2001), Umberto Eco afirmó que era un “libro profético”. Castellet sostenía que el dueño del texto es el lector, más que el autor. Hablaba de “la idea de lectura como creación”, porque “no hay obra de arte acabada sin que haya existido antes la recepción de la obra por el lector. El autor necesita al lector, y el lector al autor. Explicaba Castellet que la evolución de la literatura moderna hace que el autor se difumine y en cambio el lector tome más importancia: “el lector se ha convertido en protagonista activo de la creación literaria. Y nuestro tiempo, en el tiempo del lector”. Con mucha más razón podremos decir nosotros que “es la hora del salmista”, refiriéndonos no a David o a quien compuso los salmos sino a nosotros, que los rezamos.
Es ya un tópico, en el teatro, la novela y el cine, el caso del actor que se compenetra tanto con el personaje representado que lo transporta a su vida real. Recuerdo la vieja película El Judas, del director Iquino, en la que el que hacía el papel de Judas en una representación popular de la Pasión acaba siendo traidor y asesino en su vida real.
Aplicación a la salmodia
Decía Castellet que la “hora del lector” es, en realidad, “la hora del equilibrio entre dos hombres [autor y lector] que se descubren iguales en una tarea común”. Y aunque en el caso de los salmos, y de toda la Biblia, el equilibrio tendrá que ser no entre dos hombres, sino entre el autor divino y el lector humano, subsiste la complicidad. Dentro de las Sagradas Escrituras, esta personalización es naturalmente más fácil en los salmos, porque el género poético basado en las metáforas, invita de suyo a las transposiciones. Por eso, si entre los judíos la parte principal de la Biblia era, y es, la Torà, la Ley, que es prosa, para los cristianos desde los comienzos adquirieron mayor importancia los profetas y los salmos, que son poesía.
La salmodia cristiana no consiste sólo en recitar o cantar el texto de los salmos, sino en, mientras pronunciamos aquellas palabras sagradas, “bordarlas” con sentimientos o afectos personales que el mismo salmo suscita aquí y ahora en cada uno. Si no se da este plus de actualización y personalización, la salmodia no es oración. Esta es la condición, y a la vez la riqueza, de la oración litúrgica comunitaria: podemos cantar o pronunciar todos el mismo texto, pero haciendo de él una oración personal.
Es grave error contraponer oración litúrgica y oración personal, porque la oración litúrgica ha de ser a la vez personal; de lo contrario no sería oración. Cuando aparecieron los salmos de Ernesto Cardenal me entusiasmaron, porque mostraban la vigencia actual de la oración sálmica, proyectada con gran fuerza poética sobre la problemática humana y cristiana de América Latina, pero me pareció excesivo que en algunas comunidades se adoptaran en la Liturgia de las Horas en vez de los salmos canónicos, porque aunque al principio resultaban muy sugestivos, al repetirlos se caía en un gran empobrecimiento. Aquellos salmos de Cardenal mostraban que la Palabra de Dios puede tomar infinitas direcciones, pero encajonaban los salmos siempre en una misma dirección: denuncia de la opresión, del imperialismo yanqui, del capitalismo, del consumismo, etc. Todo esto ya se podía sentir y decir rezando con esta intención los salmos inspirados, sin reducirlos a un solo sentido.
La regla de oro de la salmodia, según la experiencia de los monjes del desierto recogida por Juan Casiano, era “rezar los salmos como si fueras tú el autor”. En mis comentarios a los salmos empiezo siempre por explicar el sentido literal, histórico, o sea lo que aquel salmo decía a los israelitas. Después paso a la relectura cristiana: qué añade Jesucristo a aquel salmo, qué sentía Jesucristo al rezarlo que no sentían los judíos, lo cual puede hacerse “cristificando por abajo” (poniendo a Jesús en el yo del salmo: él lo dirige al Padre) o “cristificando por arriba” (poniendo a Jesús en el tú del salmo: nosotros se lo decimos a Cristo glorificado).
Después busco aplicaciones actuales, que son libres e infinitas, y si apunto alguna es sólo a modo de ejemplo, para invitar al lector a ser atrevido. Finalmente invito al lector a encontrar aplicaciones personales. Tanto la relectura cristiana como las aplicaciones actuales y personales han de ser coherentes con la interpretación histórica y literal, sin hacer violencia al texto sino dejándose llevar de él.
Jesús dijo que no había venido a abolir la Ley, sino a llevarla a su plenitud, y lo mismo pudo decir de los salmos. En las dos primeras etapas (interpretación histórica y literal y relectura cristiana) podemos marchar juntos, pero las aplicaciones personales serán generalmente íntimas y difíciles de compartir. Por eso la salmodia comunitaria, como toda celebración litúrgica, pide contención emocional, un pudor espiritual que se traduce en un cierto hieratismo, que esconde una fuerte vivencia personal sin exteriorizarla. Sólo así podremos orar juntos, sin que por esto nuestra celebración deje de ser verdadera oración.

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