Martín Gelabert Ballester, OP
El amor:
praxis y fuerza unitiva
En este mundo no hay amores puros y desinteresados. Estos amores son, en todo caso, escatológicos. Eso no quita que, en este mundo, podamos purificar cada día nuestros amores, a fin de hacerlos más desinteresados y generosos y, si somos cristianos, hacerlos cada día más parecidos al amor que en Jesús se manifiesta.
El amor es una fuerza unitiva. Une los cuerpos, las mentes, los espíritus y las voluntades; une a las personas y a las sociedades, no más allá de sus diferencias, sino precisamente con sus diferencias. El amor convierte la diferencia en riqueza. El amor también une a las personas con Dios. El amor llena de sentido la vida. Allí donde falta el amor, las personas se sienten vacías y se separan cada vez más unas de otras. Lo más grave es que allí donde falta el amor se corre un serio peligro de muerte. No sólo porque la soledad produce tristeza, sino porque la falta de amor conduce a la rivalidad, a la enemistad, al odio. El odio es una fuerza tan poderosa como el amor, pero en vez de engendrar perdón, reconciliación y unidad, conduce a la venganza y a la aniquilación del otro.
El amor es también una praxis. Podemos discutir sobre lo que significa y supone el amor. Pero me parece que podemos estar de acuerdo en que el amor va más allá de los buenos sentimientos. Implica una actitud y un comportamiento. En este sentido los gestos del Papa Francisco, visitando los barrios pobres de Rio de Janeiro, haciéndose presente allí donde los inmigrantes africanos reclaman una entrada en Europa, respondiendo a personas concretas que solicitan su comprensión y su ayuda, teniendo palabras de consuelo y de misericordia con personas que se sienten heridas, incluso por la propia institución eclesiástica, son gestos que van en la buena dirección y marcan un camino.
Benedicto XVI dedicó la segunda parte de su encíclica Deus caritas est a la práctica del amor por parte de la Iglesia. Porque si todo se queda en discursos o hermosas exhortaciones estamos negando de hecho aquello mismo que pretendemos afirmar. La Iglesia, decía Benedicto XVI, es una comunidad de amor. De ahí la importancia de la actividad caritativa de la Iglesia. “La Iglesia, en cuanto comunidad, ha de poner en práctica el amor”. En esta praxis los cristianos no tenemos la exclusiva. Como tampoco tenemos la exclusiva, dicho sea de paso, en ninguna de las instituciones del amor, incluido el matrimonio. La marca cristiana del amor no está en la praxis, sino en la conciencia de la presencia de Dios en nuestros amores. El cristiano sabe que todo acto de amor tiene un alcance divino. Eso no cambia al acto, pero ofrece un sentido a la vida y debería llenarla de alegría.
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