El funesto imperio mundial
de las corporaciones
Leonardo Boff
Los
buenos deseos de un año feliz son rituales. No pasan de ser simples deseos,
pues no consiguen cambiar el curso del mundo donde los superpoderosos siguen su
estrategia de dominación global. Sobre esto necesitamos pensar y hasta rezar,
pues las consecuencias económicas, sociales, culturales, espirituales y para el
futuro de la especie y de la naturaleza pueden ser nefastas.
Muchos
como J. Stiglitz y P. Krugman esperaban que el legado de la crisis de 2008
sería un gran debate sobre qué tipo de sociedad queremos construir. Se
equivocaron de medio a medio. La discusión no se dio. Al contrario, la lógica
que provocó la crisis ha sido retomada con más furor. Richard Wilkinson, uno de
los mayores especialistas sobre el tema desigualdad, estuvo más atento y
dijo hace ya tiempo en una entrevista al periódico Die Zeit de Alemania:
“la pregunta fundamental es ésta: ¿queremos o no queremos realmente vivir según
el principio de que el más fuerte se apropia de casi todo y el más débil se
queda atrás?
Los
super-ricos y super-poderosos decidieron que quieren vivir según el principio
darwinista del más fuerte, y que los mas débiles se aguanten. Pero comenta
Wilkinson: «creo que todos tenemos necesidad de mayor cooperación y
reciprocidad, pues la personas desean una mayor igualdad social». Este deseo es
negado intencionadamente por esos epulones.
Por
lo general, la lógica capitalista es feroz: una empresa se come a otra
(eufemísticamente se dice que se fusionaron). Cuando se llega a un punto en que
sólo quedan algunas grandes, cambian de lógica: en vez de guerrear, hacen entre
sí una alianza de lobos y se comportan mutuamente como corderos. Así
articuladas detentan más poder, acumulan con más seguridad para sí y para sus
accionistas, sin tener en cuenta para nada el bien de la sociedad.
La
influencia política y económica que ejercen sobre los gobiernos, la mayoría de
ellos mucho más débiles que ellas, es extremadamente coercitiva, interfiriendo
en el precio de las commodities, en la reducción de las inversiones
sociales, en la salud, educación, transporte y seguridad. Los miles de personas
que ocupan las calles en el mundo y en Brasil intuyeron esa dominación de un
nuevo tipo de imperio, cuyo lema es: «la avaricia es buena» (greed is good)
y «devoremos lo que podamos devorar».
Hay
excelentes estudios sobre la dominación del mundo por parte de las grandes
corporaciones multilaterales. Es conocido el de David Korten Cuando las
corporaciones rigen el mundo (When the Corporations rule the World) . Pero
hacía falta un estudio de síntesis, y éste ha sido realizado por la Escuela
Politécnica Federal Suiza (ETH), en Zurich, en 2011, que se cuenta entre los
más respetados centros de investigación, compitiendo con el MIT. El documento
ha implicado a grandes nombres, es corto, no más de 10 páginas, y otras 26
sobre su metodología, para mostrar la total transparencia de los resultados. Ha
sido resumido por el Prof. de economía de la PUC-SP Ladislau Dowbor en su
página web (http://dowbor.org). Nos
basamos en él.
De
entre los 30 millones de corporaciones existentes, el ETH seleccionó 43 mil
para estudiar mejor su lógica de funcionamiento. El esquema simplificado se
articula así: hay un pequeño núcleo financiero central que tiene dos lados: de
un lado están las corporaciones que componen el núcleo y del otro, aquellas que
son controladas por él. Tal articulación crea una red de control corporativo
global. Ese pequeño núcleo (core) constituye una super-entidad (super
entity). De él emanan los controles en red, lo que facilita la reducción de
los costos, la protección de los riesgos, el aumento de la confianza y, lo que
es principal, la definición de las líneas de la economía global que deben ser
fortalecidas y dónde.
Ese
pequeño núcleo, fundamentalmente de grandes bancos, detenta la mayor parte de
las participaciones en las otras corporaciones. La cúpula controla el 80% de
toda la red de corporaciones. Son apenas 737 actores, presentes en 147 grandes
empresas. Ahí están el Deutsche Bank, el J.P. Morgan Chase, el UBS, el
Santander, el Goldman Sachs, el BNP Paribas (entre otros muchos). Al final
menos del 1% de las empresas controla el 40% de toda red.
Este
dato nos permite entender ahora la indignación de los Occupies y de
otros que acusan al 1% de las empresas de hacer lo que quieren con los recursos
procedentes del sudor del 99% de la población. Ellos no trabajan ni producen
nada. Solamente hacen más dinero con el dinero lanzado en el mercado de la
especulación.
Fue
esta absurda voracidad de acumular ilimitadamente la que gestó la crisis
sistémica de 2008. Esta lógica profundiza cada vez más la desigualdad y hace
más difícil la salida de la crisis. ¿Cuánto de inhumanidad aguanta el estómago
de los pueblos? Todo tiene su límite y la economía no lo es todo. Pero ahora
nos es dado ver las entrañas del monstruo. Como dice Dowbor: «La verdad es que
hemos ignorado al elefante que está en el centro de la sala». Está rompiendo
todo, los cristales, la vajilla y pisoteando a las personas. ¿Pero hasta
cuándo? El sentido ético mundial nos asegura que una sociedad no puede
subsistir por mucho tiempo asentada sobre la sobreexplotación, la mentira y la
antivida.
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