Maestro, ¿quién te llena?
Los traductores hacen una labor encomiable. Nos acercan a las riquezas de otras lenguas y culturas. Pero toda traducción tiene sus límites. Hay matices del texto original que se nos escapan. Y a veces esos matices son importantes, incluso pueden ser decisivos. Así ocurre con un texto como el de Jn 1,38. Se trata de la historia de los primeros discípulos que siguen a Jesús. De pronto le preguntan: “Maestro, ¿dónde vives?”. Así suelen traducir prácticamente todas las Biblias. Es una buena traducción. Pero este verbo, que traducen por vivir o habitar (“menein”) es muy utilizado en el cuarto evangelio y, en casi todas las otras ocasiones que aparece, se suele traducir por “permanecer”: “el que permanece en mi y yo en él, ese da mucho fruto”; “si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis”; “permaneced en mi amor”.
Se trata de un verbo con un profundo sentido teológico. Por tanto, en esa historia de seguimiento lo que los discípulos preguntan no es exactamente dónde vive Jesús, dónde habita, dónde tiene su casa. Lo que preguntan no tiene un sentido local, sino existencial y vital: quién habita en él, quién le constituye, quién le da la vida, quién es el objeto de sus amores, quién le llena de alegría y de esperanza, cuál es el secreto de su existencia. Este verbo griego que se traduce por “permanecer” tiene un sentido ancho, profundo, inmenso. Indica una relación de intimidad y amor, una fidelidad mutua a toda prueba: el Padre permanece en el Hijo y el Hijo en el Padre; igualmente los discípulos están llamados a permanecer en el Hijo, como el Padre y el Hijo permanecen en los discípulos.
Comprendo que no es fácil traducir este “Maestro, ¿dónde vives?”. En este caso, como en muchos otros, una buena explicación ayuda a comprender toda la profundidad del texto. Nosotros, que tantas veces vamos perdidos, porque no sabemos dónde está nuestra verdadera morada, dónde está aquello que llena nuestro corazón de paz y alegría, dónde está el amor de los amores que puede colmarnos, nosotros preguntamos a Jesús: tú que tienes el secreto de la verdadera alegría y del auténtico amor, dinos dónde moras, dónde permaneces, dónde está el lugar en el que te nutres. Jesús mora en el Padre, permanece en su amor. Y ahí está la fuente de la vida, de toda vida.
Yendo con Jesús, en su seguimiento, nosotros también podemos encontrar nuestra morada, ese lugar en el que aquietar el corazón y encontrar sentido. Por eso, a la pregunta de los discípulos: ¿dónde moras?, Jesús responde: “venid y lo veréis”. De nuevo no se trata de un lugar, sino de una realidad profundamente teologal, a saber, de Dios mismo. Venid conmigo y encontraréis al Padre y os quedaréis con él. Hay amores, que una vez encontrados, uno ya no quiere ni puede dejarlos nunca, porque no entiende cómo podría ser su vida sin ellos.
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