domingo, 5 de enero de 2014




Contemplar a Dios y atender al prójimo

San Bernardo de Claraval, en su interpretación alegórica del Cantar de los Cantares, reconoce que la esposa siempre está dispuesta a disfrutar de las delicias de la contemplación, pero no puede negarse a ver las necesidades de su prójimo. Copio un texto significativo a este respecto: “Tras haber realizado una buena acción, se puede descansar con mayor seguridad en la contemplación, y cuanto más consciente es uno de no haber descuidado las obras de caridad por amor de la propia tranquilidad, con tanta mayor confianza se entregará a la contemplación de las cosas sublimes y se atreverá a estudiarlas”. Para Bernardo, en esta vida, todas las formas de amor son complementarias. No puede descuidarse el amor al prójimo en nombre del amor a Dios. Porque precisamente el amor al prójimo, la “buena acción”, proporciona “mayor seguridad en la contemplación”.
 
A la luz de este pensamiento de San Bernardo, parecen inadecuadas las contraposiciones o tensiones entre vida contemplativa y acción social; o entre vida monástica y compromiso político. Me pregunto qué hay detrás de afirmaciones de este tipo: una monja contemplativa debe dedicarse a la oración y dejar las obras sociales a otras religiosas llamadas de “vida activa”. En muchos conventos, desde hace tiempo, se reparte a los necesitados la comida que no encuentran en los servicios sociales de los ayuntamientos. Si eso se hace sin ruido, nadie hace problema. Pero en cuanto el reparto va un poco más allá de la comida y se convierte en denuncia profética, aparecen las voces discrepantes. Estas voces olvidan que oración y caridad, contemplación y acción, están estrechamente implicadas. La una sin la otra se desvanece. Marta y María que, a lo largo de la historia de la espiritualidad, han sido utilizadas como icono de la acción y de la contemplación, van siempre unidas. Separadas una de otra, dejan de ser la Marta y la María del evangelio, amigas de Jesús juntas e inseparables.

Cierto, en esta vida no todos lo podemos hacer todo; cada uno tiene su carisma y sus posibilidades. Pero un cristiano con un determinado carisma debe reconocer en el carisma de otro cristiano algo propio y, por eso, debe valorarlo y apoyarlo. Además, en la vida humana y en la cristiana, no podemos hacer separaciones tajantes. Por eso son admirables y respetables aquellos cristianos que tienen capacidad de integrar distintos carismas y tareas. Más que criticar o contraponer carismas y tareas, lo que hay que hacer es aplaudir la capacidad de síntesis que tienen algunos y explorar los nuevos caminos que ahí se abren.

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