Año nuevo para vivir
Los días que Dios nos regala son para vivir. ¡Para vivir bien! Vivir bien no es exactamente lo mismo que darse la buena vida. Vivir bien significa vivir con los demás. Más aún, vivir para los demás, lo que, paradójicamente, redunda en beneficio propio. Pues el que busca la felicidad de los demás, ese y sólo ese, trabaja para su propia felicidad. Para el creyente, además, vivir bien implica leer desde la fe y afrontar con esperanza las dificultades inevitables de la vida, así como descubrir la presencia de Dios en cada persona y en cada acontecimiento.
Ayer me contaron que una joven había sufrido un aborto “natural” no deseado, tras seis meses de embarazo. La muchacha y su pareja, más bien indiferentes en materia de religión, habían buscado, querido, deseado, anhelado tener este hijo. Cuando se dieron cuenta de que había problemas con el embarazo hicieron todo lo posible para que la criatura naciera, lo que les llevó a olvidarse de su indiferencia religiosa. Además de poner los medios humanos necesarios, se prometieron a sí mismos y prometieron a su familia que si la niña nacía, la bautizarían. Incluso pensaron en un sacerdote, amigo de la abuela, para que oficiara la ceremonia. Los últimos días de embarazo la madre los paso en un pequeño hospital comarcal. Cuando se produjo el aborto, las enfermeras, conociendo los deseos de los jóvenes padres, acudieron a consolarles y les hicieron este comentario: ¿cómo es posible que Dios permita que un niño deseado muera, cuando aquí, en este hospital, cada semana, vienen los servicios sociales a hacerse cargo de un mínimo de cinco niños recién nacidos, abandonados por sus padres?
Ante muchas de las grandes preguntas que empiezan por un “cómo es posible que Dios”, no se trata (al menos, de entrada) de ofrecer respuestas prefabricadas, sino de comprender, ayudar y solidarizarse. No es fácil, a veces, ver la presencia de Dios. Pero lo bueno que ha habido en los momentos complicados, termina volviendo, y algún día produce su efecto. Quizás, entonces, sea posible comprender que Dios estaba presente en los esfuerzos de esta pareja supuestamente indiferente (porque realmente no lo era tanto) para proteger la vida de su hija. También estaba presente en estas madres que, en vez de impedirlo, dejan nacer a sus hijos, aunque luego les abandonen porque no les pueden atender. Está también presente en aquellas familias que acogen a esos niños abandonados. Dios está presente donde aparece vida y donde protegemos la vida ajena.
Este nuevo año comienza o, peor, continúa con muchas tragedias, muertes en guerras absurdas, accidentes sin sentido, muchas personas desesperadas (también ayer me contaron el caso de una mujer de 40 años que se había suicidado). Se me ocurre que un buen propósito para este año sería sencillamente vivir, dejar vivir, ayudar a vivir. Vivir sin que las dificultades nos quiten la paz. Dejar vivir: no quitar la paz a los demás. Ayudar a vivir: ser instrumentos de paz.
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