viernes, 30 de enero de 2015

UN PAPA SORPRENDENTE

Francisco nos está acostumbrando al asombro. Algunos tabús del viejo catolicismo empiezan a quebrarse entre sus manos.
El último es su postura sobre la paternidad responsable, una especie de dogma sagrado porque entraña una revisión del uso de la sexualidad, el mayor tabú de la Iglesia heredado del misógino apóstol Pablo. La nueva sorpresa de Francisco ha sido la defensa de una forma nueva y más moderna de paternidad responsable. Simplemente, los cristianos no deben, ha dicho, "imitar a los conejos", es decir, engendrar hijos siguiendo el curso de la naturaleza.
La Iglesia, en efecto, ha defendido siempre, como doctrina moral, que el ejercicio de la sexualidad debe ser realizado sólo en función de la procreación. Ello conllevaba el concepto de que paternidad responsable era aquella que aceptaba cuantos hijos Dios te daba.
Interrumpir ese ciclo natural de la procreación por cualquier medio artificial suponía una quiebra de la moral católica. Cualquier uso de la sexualidad fuera de la procreación era simplemente pecado.
La defensa de la familia y de la familia tradicional como el eje de la vida cristiana ha estado revestida en la Iglesia oficial como la viga maestra de la virtud. Ríos de documentos y encíclicas se han ido amontonando en los archivos de la Iglesia a favor de la familia numerosa y han llenado las plazas del mundo de católicos fanáticos en la defensa de la misma.
La afirmación bien gráfica de Francisco de que, al revés, la paternidad responsable supone no actuar en la procreación como ciertos animales prolíficos supone un giro copernicano. La Iglesia ha sido tantas veces reacia a confrontarse con la realidad de la modernidad, con la vida concreta de las personas en cada momento histórico.
Si, en efecto, en una sociedad rural una familia numerosa podía ser una ventaja porque eran más manos para labrar la tierra y recoger sus frutos, en la sociedad industrial primero y ahora tecnológica, donde la única herencia que se puede dejar a un hijo es el conocimiento y no un pedazo de tierra, el concepto de paternidad es justo que cambie.
El Papa jesuita ha tenido el coraje de tocar ese nervio en carne viva de la Iglesia que no dejará de levantar polémica entre los católicos más conservadores.
Es el primer paso. Para ser consecuente con esa quiebra del viejo tabú de la familia, ahora el papa Francisco debería dar el segundo paso, permitir la interrupción responsable de la paternidad.
Si la limitación del número de hijos se debiera limitar para los católicos en la simple continencia de los cónyuges, la quiebra de ese nuevo tabú se quedaría a medio camino.
Teóricamente, la doctrina de la Iglesia nunca fue contra la ciencia y hoy mismo se sirve de ella y de las tecnologías más modernas para difundir sus mensajes y enseñanzas. ¿Por qué no aceptar los mecanismos de control de la natalidad que hoy ofrece la ciencia?
Sin ir más lejos, ya el Concilio Vaticano II había abierto una ventana en el delicado tema de la finalidad del ejercicio de la sexualidad humana. Por primera vez en un documento conciliar se defendió, aunque con ciertas reservas introducidas por los obispos más conservadores, que la sexualidad, además de ser un instrumento para la procreación, debería ser un nuevo lenguaje entre las personas.
Es posible que una vez más el papa Francisco sea acusado de ser mejor periodista que teólogo o, como he visto escrito en un diario italiano, un Papa "más de Twitter que de encíclicas". En efecto, los mayores asombros producidos por Francisco no se encuentran en ningún documento sesudo a los que nos tenían acostumbrados los Papas del pasado.
El Papa que ha desafiado el poder de la Curia lanza sus provocaciones en sus encuentros con los periodistas, en sus entrevistas a la prensa o cuando improvisa en sus encuentros de masas.
Fue así cuando hizo que recorriera el mundo su famosa afirmación conversando con los periodistas en un avión "¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?". O cuando, esta vez escandalizando a no pocos, comentando la tragedia de los periodistas de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, lanzó su provocación de que si alguien insulta a su madre es muy posible que reciba un puñetazo. O cuando, improvisando en Filipinas, a una niña que le preguntó por qué Dios permite que los niños caigan en la prostitución y en la droga, le respondió abrazándola: "Esa es la única pregunta que no tiene respuesta".
Y fue en ese momento cuando volvió a provocar al mundo de los satisfechos. Dijo que hoy en el mundo sólo "saben llorar los pobres y los que sufren", no aquellos a los que la vida les ha privilegiado.
Ahora, de nuevo en un avión, y conversando con los periodistas, sin pretensiones teológicas, pero capaz de levantar una nueva polvareda en la Iglesia, pide a los católicos que se conformen al máximo con tres hijos.
¿Cuál será la próxima provocación a las petrificadas doctrinas de la Iglesia incapaz de dialogar con los problemas nuevos de la humanidad?
Podría ser la explicación de cómo hacer que, en la práctica, sin negar el don del ejercicio de la sexualidad entre los casados, los cristianos puedan ser padres y madres responsables sin la necesidad de imitar a los conejos.

Juan Arias

El País

No hay comentarios:

Publicar un comentario