sábado, 24 de enero de 2015




El potencial de la razón


“¿No habrá peligro en contemplar la religión bajo una luz puramente humana? ¿Y por qué lo va a haber? ¿Teme nuestra religión a la luz? 
Una gran prueba de su origen celestial es que soporta el más severo y minucioso examen de la razón”. La frase es de Chateaubriand. Mucho antes, Tomás de Aquino, hablando de algo tan actual como el diálogo del cristianismo con el Islam, había dicho que en este diálogo sólo cabía apelar a la razón humana como medio de argumentación, que “todos se ven obligados a aceptar”. 
En línea similar se movían los discursos de Benedicto XVI a los “amigos” musulmanes, aunque ya antes de su elevación al pontificado la relación entre razón y fe era una de las claves de su pensamiento. El cardenal Ratzinger, en un famoso debate con el filósofo J. Habermas, se presentaba a sí mismo como “amigo de la razón” y decía: “En la religión existen patologías sumamente peligrosas, que hacen necesario contar con la luz de la razón como una especie de órgano de control encargado de depurar y ordenar una y otra vez la religión”.

“La razón y la religión se refuerzan mutuamente, porque la religión se purifica y estructura por la razón, y el pleno potencial de la razón se despliega por la revelación y la fe”. Estas palabras del anterior Papa están en plena consonancia con estas otras de Tomás de Aquino: lo que se opone a la razón, y no digamos lo que la destruye, nunca puede considerarse revelado por Dios, pues no hay verdad de fe “contraria al conocimiento natural”.

Las relaciones entre fe y razón se complican porque el alcance de una y otra no resulta evidente. No todos estamos de acuerdo en lo que es revelación (¿la Biblia o el Corán?), ni tampoco todos interpretamos del mismo modo la misma fe. Ni todos estamos de acuerdo en lo que hay que considerar “razonable”. Las propias experiencias, la situación en la que uno se encuentra, los intereses, la capacidad de visión y de interpretación, y tantas cosas más hacen que el encuentro entre fe y razón, y entre unas razones y otras requiera de mucha escucha, paciencia, diálogo, comprensión. Pero al menos es importante encontrar un punto de partida en el que podamos estar de acuerdo y sobre el que podamos dialogar: la capacidad argumentativa de la razón humana.

En teoría está muy bien apelar a la razón. El problema comienza cuando alguien pretende apropiarse la razón para él solo y, en consecuencia, piensa que los discrepantes de su posición, no son razonables. ¿Habrá que empezar por ponerse de acuerdo en que no todos estamos de acuerdo en lo que hay que considerar “razonable”? Al menos debería unirnos la búsqueda de lo razonable, aceptando que en algunas cuestiones el acuerdo no será posible y entonces habrá que buscar posiciones de consenso, ceder unos y otros, no en los principios que se consideran irrenunciables, sino en el alcance práctico de los mismos, en los que deberemos respetar la fe o la ideología de cada uno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario