EL GENOCIDIO DEL ESTRECHO
Dice una
canción chilena que “el dolor que siente
el perro cuando le cortan el rabo es semejante al dolor que siente el rabo
cuando le cortan el perro.”
En África
muchos hemos asistido al llanto de una madre, de un padre, de unos familiares
ante la pérdida de un hijo. Los gritos, los lamentos rompen el corazón de quiénes
los escuchan. Todas las comparaciones son odiosas pero el dolor es el mismo,
pues la dignidad también lo es.
Hace unas
semanas, el 19 de diciembre, me estremeció el llanto desgarrador de una mujer
que atravesaba el estrecho en patera y que lloraba desconsolada e impotente
ante sus dos hijas ahogadas en una mar embravecida y gélida. Según versión del
organismo “Caminando sin fronteras”, que
denuncia el genocidio silencioso de la inmigración, las unidades del salvamento marítimo español
hicieron oído sordo a los reclamos de auxilio de la patera, que terminó
naufragando con numerosas víctimas, muchos niños entre ellas. Los
supervivientes terminaron en un centro de internamiento marroquí, como si
fuesen delincuentes. Al menos tuvieron la delicadeza de atender a los ateridos
de frío en un consultorio médico.
Imaginemos
por un instante que los pasajeros de la patera que naufragó y las consiguientes
víctimas hubiesen sido ciudadanos estadounidenses, alemanes, franceses o españoles.
Estoy seguro de que todos los diarios, radios, televisiones, hubiesen cubierto
la noticia, el drama. Lo hubiesen hecho
durante días y días. Hubiesen llenado las pantallas de nuestros televisores
hasta la saciedad, algunos medios de manera morbosa, y hubiesen recabado las
reacciones del corresponsal del país afectado. Al mismo tiempo, qué poco se
hubiese tardado en abrir diligencias
judiciales para esclarecer las responsabilidades penales y políticas de lo
sucedido. Pero como sólo se trata de subsaharianos y del África negra, casi
nada hemos tardado en pasar página. Hemos dejado caer en el olvido una tragedia
tan injusta, tan repetida, simplemente porque los reclamos de la navidad y del consumo estaban a la vuelta de la
esquina, y las fiestas que se acercaban
llenaban de luces las calles y los escaparates.
Sirvan
estas líneas como un sentido homenaje a todos nuestros hermanos que encuentran
en las aguas del estrecho una inesperada sepultura. Sin embargo, ellos
perseguían legítimamente un futuro mejor para los suyos, y se han vuelto a
topar con la indiferencia y el silencio de las instituciones que detentan el
poder, que piensan más en las elecciones que llegan que en el bien común, que
justifican la valla de Melilla para granjearse votos, y que utilizan la
violencia policial, aunque muchos de los agentes lo hagan a disgusto y con
lágrimas en los ojos.
Que las
almas de los sepultados en el estrecho y las de todos los fieles difuntos, por
la misericordia de Dios, descansen en Paz.
Fraternalmente
siempre, Paco Bautista, sma.
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