jueves, 15 de enero de 2015

   EL GENOCIDIO DEL ESTRECHO


     Dice una canción chilena que “el dolor que siente el perro cuando le cortan el rabo es semejante al dolor que siente el rabo cuando le cortan el perro.”

   Aquí, en nuestro mundo occidental es un drama cuando una madre pierde a un hijo, y es así. Todo mi respeto para las personas que hayan pasado por un trance semejante. Sin embargo cuando a diario sabemos que las madres que pierden a sus hijos son del continente africano, el impacto que causa en nosotros no es el mismo. Aunque no lo digamos explícitamente algunos piensan que ellos están más acostumbrados.

     En África muchos hemos asistido al llanto de una madre, de un padre, de unos familiares ante la pérdida de un hijo. Los gritos, los lamentos rompen el corazón de quiénes los escuchan. Todas las comparaciones son odiosas pero el dolor es el mismo, pues la dignidad también lo es.

     Hace unas semanas, el 19 de diciembre, me estremeció el llanto desgarrador de una mujer que atravesaba el estrecho en patera y que lloraba desconsolada e impotente ante sus dos hijas ahogadas en una mar embravecida y gélida. Según versión del organismo “Caminando sin fronteras”,  que denuncia el genocidio silencioso de la inmigración,  las unidades del salvamento marítimo español hicieron oído sordo a los reclamos de auxilio de la patera, que terminó naufragando con numerosas víctimas, muchos niños entre ellas. Los supervivientes terminaron en un centro de internamiento marroquí, como si fuesen delincuentes. Al menos tuvieron la delicadeza de atender a los ateridos de frío en un consultorio médico.

     Imaginemos por un instante que los pasajeros de la patera que naufragó y las consiguientes víctimas hubiesen sido ciudadanos estadounidenses, alemanes, franceses o españoles. Estoy seguro de que todos los diarios, radios, televisiones, hubiesen cubierto la noticia,  el drama. Lo hubiesen hecho durante días y días. Hubiesen llenado las pantallas de nuestros televisores hasta la saciedad, algunos medios de manera morbosa, y hubiesen recabado las reacciones del corresponsal del país afectado. Al mismo tiempo, qué poco se hubiese tardado  en abrir diligencias judiciales para esclarecer las responsabilidades penales y políticas de lo sucedido. Pero como sólo se trata de subsaharianos y del África negra, casi nada hemos tardado en pasar página. Hemos dejado caer en el olvido una tragedia tan injusta, tan repetida, simplemente porque los reclamos de la navidad  y del consumo estaban a la vuelta de la esquina, y las fiestas que se acercaban  llenaban de luces las calles y los escaparates.

     Sirvan estas líneas como un sentido homenaje a todos nuestros hermanos que encuentran en las aguas del estrecho una inesperada sepultura. Sin embargo, ellos perseguían legítimamente un futuro mejor para los suyos, y se han vuelto a topar con la indiferencia y el silencio de las instituciones que detentan el poder, que piensan más en las elecciones que llegan que en el bien común, que justifican la valla de Melilla para granjearse votos, y que utilizan la violencia policial, aunque muchos de los agentes lo hagan a disgusto y con lágrimas en los ojos.  

     Que las almas de los sepultados en el estrecho y las de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en Paz.


                                        Fraternalmente siempre, Paco Bautista, sma.

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