SI NO OS HACÉIS COMO
NIÑOS…
Erase que
se era… un día cualquiera cómo hoy en el año cuatro mil quince, un treinta de
enero para ser más concretos.
Hacía mil
años que el planeta tierra había enloquecido climáticamente a causa de lo que
llamaban “calentamiento global”. Los primeros en sufrir las fatales
consecuencias fueron los países más empobrecidos, con el continente africano a
la cabeza. Los muertos se podían contar por millares.
Dicen los
anales de la historia que el líder del país más poderoso del planeta, que por
entonces era China, invitó a su nave espacial a los presidentes de los estados
del llamado “G 20”, con sus consortes y comitivas inclusive. También reservaron
plaza al club más selecto de los
generales que habían diezmado una población a golpes de guerra. ¡Fueron recompensados, claro está, como
merecían sus esfuerzos por aquella tarea desagradable, pero altamente
humanitaria! Había que aniquilar la población sobrante y silenciar las
protestas infundadas de los peligrosos insurgentes que los calificaban de
criminales. Tampoco faltó asiento a los banqueros más adinerados. Ellos
fueron los artífices de hacer realidad el inimaginable proyecto del imponente y
sofisticado artefacto que estaba a punto de poner rumbo a Marte.
Hacía algunos decenios que científicos
reputados ya vivían en el planeta rojo y esperaban con las manos abiertas la
élite insigne elegida para sobrevivir al inminente holocausto. El planeta
tierra estaba al borde del cataclismo, por un clima enloquecido y una población
sumida en el caos.
Entonces
ocurrió lo inesperado. Una niña pequeña, de seis años, pasó todos los férreos
controles de seguridad y desactivó la nave destruyendo el sistema central de la
misma, como si de un juego se tratase. La clave la encontró en un folleto que
tirado en una acera de la ciudad hacía alarde de la seguridad inexpugnable del
vehículo espacial. A la pequeña le llamó la atención aquel plano pormenorizado
y avivó su curiosidad insaciable. Después se determinó, con sentido común, a
poner fin a aquella locura que unos megalómanos sin conciencia ni corazón,
estaban a punto de cometer.
Al
desconcierto de los poderosos, que no entendían porqué no despegaba la nave,
siguió su detención inminente. La cúpula de los ciudadanos sublevados los puso
a buen recaudo, entre rejas. Acto seguido se estableció la primera cumbre honesta que dio los primeros
pasos para frenar, de una vez por todas, el cambio climático.
Los científicos
se pusieron manos a la obra, se tomaron medidas urgentes. Llegaron también los
especialistas de Marte. Pusieron sus elevados conocimientos al servicio de
frenar el caos de la tierra, que aún podía ser salvada. Y lo consiguieron, in
extremis, pero lo consiguieron…
Cien años
más tarde, en el cuatro mil ciento quince, el equilibrio ecológico cobró su
pulso. Las instalaciones del planeta Marte quedaron en desuso. La humanidad
entera volvió a disfrutar de la tierra en condiciones dignas y aceptables. Los
campos volvieron a dar frutos, la atmósfera quedó libre de toda polución, los
ríos volvieron a ser ríos, y los mares, mares. Las altas cumbres exhibían
orgullosas las nieves de antaño.
Aunque la
historia oficial ensalzó al presidente Chino como artífice del logro de salvar
el planeta, (sus sobornos le costó, dicho sea de paso), muchos rumoreaban que
una niña de seis años, silenciosa, sin hacer ruido, fue la heroína verdadera de
la victoria final.
Su nombre
es, era Mariama, huérfana de padre y madre. Había superado tres crisis de
malaria y una desnutrición severa. Amaba la vida, a sus semejantes, al planeta que pisaba y que siguió pisando. A
sus noventa y cuatro años fue enterraba en Torodi, su pueblo natal, un pueblo
nigerino de África occidental, no muy lejos de Niamey, la capital. No recibió
honores, no se le rindieron homenajes, pero un arcoíris insultantemente
radiante iluminó el cielo intenso mientras la devolvían a la tierra.
Fraternalmente,
Paco Bautista, sma.
NOTA:
Lo marcado en cursiva indica el tono irónico
si el texto fuese leído en voz alta.
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