viernes, 30 de enero de 2015

SI NO OS HACÉIS COMO NIÑOS…


     Erase que se era… un día cualquiera cómo hoy en el año cuatro mil quince, un treinta de enero para ser más concretos.

     Hacía mil años que el planeta tierra había enloquecido climáticamente a causa de lo que llamaban “calentamiento global”. Los primeros en sufrir las fatales consecuencias fueron los países más empobrecidos, con el continente africano a la cabeza. Los muertos se podían contar por millares.

     Dicen los anales de la historia que el líder del país más poderoso del planeta, que por entonces era China, invitó a su nave espacial a los presidentes de los estados del llamado “G 20”, con sus consortes y comitivas inclusive. También reservaron plaza  al club más selecto de los generales que habían diezmado una población a golpes de guerra. ¡Fueron recompensados, claro está, como merecían sus esfuerzos por aquella tarea desagradable, pero altamente humanitaria! Había que aniquilar la población sobrante y silenciar las protestas infundadas de los peligrosos insurgentes que los calificaban de criminales. Tampoco faltó asiento a los banqueros más adinerados. Ellos fueron los artífices de hacer realidad el inimaginable proyecto del imponente y sofisticado artefacto que estaba a punto de poner rumbo a Marte.

      Hacía algunos decenios que científicos reputados ya vivían en el planeta rojo y esperaban con las manos abiertas la élite insigne elegida para sobrevivir al inminente holocausto. El planeta tierra estaba al borde del cataclismo, por un clima enloquecido y una población sumida en el caos.

     Entonces ocurrió lo inesperado. Una niña pequeña, de seis años, pasó todos los férreos controles de seguridad y desactivó la nave destruyendo el sistema central de la misma, como si de un juego se tratase. La clave la encontró en un folleto que tirado en una acera de la ciudad hacía alarde de la seguridad inexpugnable del vehículo espacial. A la pequeña le llamó la atención aquel plano pormenorizado y avivó su curiosidad insaciable. Después se determinó, con sentido común, a poner fin a aquella locura que unos megalómanos sin conciencia ni corazón, estaban a punto de cometer.

     Al desconcierto de los poderosos, que no entendían porqué no despegaba la nave, siguió su detención inminente. La cúpula de los ciudadanos sublevados los puso a buen recaudo, entre rejas. Acto seguido se estableció  la primera cumbre honesta que dio los primeros pasos para frenar, de una vez por todas, el cambio climático.

     Los científicos se pusieron manos a la obra, se tomaron medidas urgentes. Llegaron también los especialistas de Marte. Pusieron sus elevados conocimientos al servicio de frenar el caos de la tierra, que aún podía ser salvada. Y lo consiguieron, in extremis, pero lo consiguieron…


     Cien años más tarde, en el cuatro mil ciento quince, el equilibrio ecológico cobró su pulso. Las instalaciones del planeta Marte quedaron en desuso. La humanidad entera volvió a disfrutar de la tierra en condiciones dignas y aceptables. Los campos volvieron a dar frutos, la atmósfera quedó libre de toda polución, los ríos volvieron a ser ríos, y los mares, mares. Las altas cumbres exhibían orgullosas las nieves de antaño.

     Aunque la historia oficial ensalzó al presidente Chino como artífice del logro de salvar el planeta, (sus sobornos le costó, dicho sea de paso), muchos rumoreaban que una niña de seis años, silenciosa, sin hacer ruido, fue la heroína verdadera de la victoria final. 

     Su nombre es, era Mariama, huérfana de padre y madre. Había superado tres crisis de malaria y una desnutrición severa. Amaba la vida, a sus semejantes,  al planeta que pisaba y que siguió pisando. A sus noventa y cuatro años fue enterraba en Torodi, su pueblo natal, un pueblo nigerino de África occidental, no muy lejos de Niamey, la capital. No recibió honores, no se le rindieron homenajes, pero un arcoíris insultantemente radiante iluminó el cielo intenso mientras la devolvían a la tierra.

                                            
                                                     Fraternalmente, Paco Bautista, sma.

NOTA: 
Lo marcado en cursiva indica el tono irónico si el texto fuese leído en voz alta.


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