sábado, 24 de enero de 2015

Si sale con barbas, 

san Antón…

José Manuel Bernal


Hay grupos o comunidades cristianas que, desde hace tiempo, vienen reuniéndose periódicamente. Lo hacen en una casa o en un espacio pequeño, donde reflexionan sobre temas candentes, leen las sagradas escrituras y oran en común. Todo se desarrolla en un clima de espontaneidad y de confianza; la comunicación es llana, familiar y fluida, sin convencionalismos. Es una forma de compartir la fe, de profundizarla, de meditarla y de expresarla en común. Suele asistir un sacerdote que ayuda al grupo y, cuando llega el caso, preside la eucaristía.

En estos grupos anida la ilusión de recuperar la forma original de celebrar la eucaristía, la genuina, añorando los tiempos de la comunidad primitiva de Jerusalén, cuando «perseveraban en la fracción del pan» (Hch 2,42) y «partían el pan en las casas con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2, 46). En este clima de entrañable cercanía y fraternidad estas comunidades han venido ensayando un estilo de celebrar llano y sencillo, cercano, lejos siempre de cualquier sombra de ritualismo, apostando siempre por el difícil equilibrio entre las mínimas exigencias de sacralidad y la opción por la llaneza y la espontaneidad de las formas. En ese difícil equilibrio entre la sublimidad de lo sagrado y la cercanía de lo cotidiano nos movemos. Equilibrio difícil y de frágil consistencia.
En estos grupos la liturgia eucarística se caracteriza por la espontaneidad y la libertad a ultranza, por el amplio margen de capacidad creativa en el montaje de las celebraciones, en la incorporación arbitraria de elementos simbólicos y de gestos, en el uso indiscriminado de lecturas, textos de oración y de cantos. En el marco operativo de estos grupos, el protagonismo pertenece claramente a la comunidad; ella es la que decide y se hace responsable de la celebración. Cuando está presente el presbítero, se le deja presidir la eucaristía; si no está presente, es la comunidad o el grupo el que sigue adelante con el ritual habitual. La presencia o no del presbítero, al parecer, es indiferente, insignificante. El tipo de celebración que se opera cuando él está ausente, también es indiferente; para unos sigue siendo una eucaristía; para otros, todo queda en manos de Dios y él es quien decide si lo que se celebra en ese caso es o no una eucaristía. Aquí es donde encaja lo del título: «Si sale con barbas, san Antón; y, si no, la purísima concepción».

A partir de aquí es cuando los hechos chirrían y ruedan con dificultad. Porque, si hablamos de eucaristía, debemos aceptar unas reglas de juego. La celebración eucarística posee su propia identidad e implica un patrón de comportamiento propio; no es un producto a la carta que cada cual, cada grupo, se inventa a su antojo. Es así como hemos heredado la eucaristía, como debemos mantenerla y como debemos trasmitirla a las comunidades futuras. La eucaristía no se la inventa cada comunidad. Estas reglas de juego marcan unas líneas de comportamiento que, seguramente, se deben observar.
Cuando la comunidad se reúne para la liturgia eucarística sabe qué es lo que va a celebrar, quién va a presidir esa liturgia; sabe además que en esa liturgia van a experimentar, a través del misterio sacramental, el encuentro con el Resucitado; que la irrupción del Espíritu va a propiciar la presencia del Señor en medio de los suyos, que el pan y el vino que se va a compartir en la mesa eucarística son los símbolos vivos, mesiánicos, de la presencia real y misteriosa del cuerpo y de la sangre del Señor, de su vida entera entregada y sacrificada. Esa es la eucaristía, con su propio perfil y sus propias exigencias.
No tiene mucho sentido que la comunidad, reunida para celebrar, si no tiene un presbítero que presida, se lie la manta a la cabeza, realice la celebración y se despreocupe de saber qué es lo que ha celebrado, si una misa, un rosario o una novena. Aún resulta más grotesco pensar, como hacen algunos, que Dios es muy sabio y, sean cuales fueren nuestras intenciones, él sabe si lo que hemos celebrado ha sido o no una eucaristía.

Lo que comento no es fruto de mi imaginación. Son hechos reales y verdaderos. Frente a esta realidad lo importante es la cordura, la mesura en las decisiones y la reflexión. Lo peor es cuando al desconocimiento y a la desinformación se les junta la osadía.

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