Pbro. Diego Fenoglio
Quinto Domingo de Cuaresma – Ciclo C 2013
“El Dios de la dignidad de los pequeños”
Hay miradas y miradas. Según el dicho
popular hay “miradas que matan”, que expresan una gran carga de agresividad y
violencia, buscan el mal, desean la destrucción de la persona a la que miran.
Hay “miradas indiferentes”, que no dicen nada, que simplemente reflejan eso,
indiferencia. Sin embargo, hay miradas que curan, que sanan, que animan, que
dan vida… Son las “miradas de amor”.
En el evangelio de hoy encontramos dos clases
de miradas. La mirada de los letrados y fariseos, es una “mirada que mata”. La
mirada de Jesús, una “mirada que ama”, una mirada llena de amor para esta
mujer. La mirada de amor tiene dos características que no tiene la mirada sin
amor. En primer lugar, la mirada de amor ve más allá de las apariencias, ve el
interior de las situaciones, el interior de las personas. En este caso
concreto, Jesús con su mirada de amor, ve que esa mujer está dolida y
arrepentida por lo que ha hecho, ve que esa mujer está pidiendo que la
comprendan y perdonen. Alguien ha dicho que “amar es saber mirar”. En segundo
lugar, la mirada de amor siempre busca amar. Los letrados y fariseos, porque no
amaban, sólo buscaban el castigo para la que había pecado. Pero Jesús con su
mirada de amor, no busca condenar y castigar, sino curar, sanar, rehacer la
vida de una persona rota, devolverle su dignidad y que encuentre una buena
salida a su vida. El diálogo de Jesús con ella, después de haber puesto en
evidencia a sus detractores, está lleno de comprensión y de ternura: “Mujer, ¿dónde están
tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús
dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
Este pasaje es una
lección que nos revela de nuevo por qué Pablo hablaba así al haber
conocido al Señor. Porque, aunque el Apóstol se refería al Señor resucitado, en
ese Señor estaba bien presente este Jesús de Nazaret del pasaje evangélico.
Jesús no está de acuerdo con las leyes de lapidación y muerte, ni con la
ignominia de que solamente el ser más débil tenga que pagar públicamente. La
lectura “profética” que Jesús hace de la ley pone en evidencia una religión y
una moral sin corazón y sin entrañas. Lo que indigna a Jesús es la “dureza” de
corazón de los fuertes oculta en el puritanismo de aplicar una ley tan injusta
como inhumana.
Vemos a una mujer
indefensa enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad. ¿Dónde
estaba su compañero de pecado? ¿Solamente los débiles -en este caso la mujer-
son los culpables? Para los que hacen las leyes y las manipulan sí, pero para
Dios, y así lo entiende Jesús, no es cuestión de buscar culpables, sino de
rehacer la vida, de encontrar salida hacia la liberación y la gracia. Los
poderosos de este mundo, en vez de curar y salvar, se ocupan de condenar y
castigar. Pero el Dios de Jesús siente un verdadero gozo cuando puede ejercer
su misericordia. Porque la justicia de Dios, muy distinta de la ley, se realiza
en la misericordia y en el amor consumado. Es ahí donde Dios se siente justo
con sus hijos…
A veces nos cuesta mirar con amor a ciertas
personas. Conocemos el remedio. Para amar, lo mejor es sentirse amado. Para
perdonar, lo mejor es sentirse perdonado. Para mirar con amor, lo mejor es
sentirse mirado con amor. Miremos constantemente a Jesús en la cruz, o en
cualquier otra situación. Él siempre nos va a devolver una mirada de amor. De
esta manera podremos ofrecer una mirada de amor a todos los que nos rodean.
“Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”.
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