sábado, 2 de marzo de 2013


Diácono Lucas Trucco

Domingo III de cuaresma –ciclo C-

·         El viñador que intercede por la higuera estéril no puede no recordar a Moisés intercediendo a favor de su pueblo, cuando éste ha roto lo alianza y se ha alejado de Dios, poniéndose al borde de la destrucción, porque es precisamente la alianza con Dios lo que lo constituye como pueblo. Enlazamos con la primera lectura. Aparecen aquí claramente dibujados los motivos de la purificación de la imagen de Dios y del sentido de la verdadera conversión. Ésta no es un hecho puramente individual ni privado, sino esencialmente relacional. La primera condición es la manifestación que Dios hace de sí mismo, revelándonos quién es Él, cuál es su verdadero nombre: “El que soy y el que seré”, el Dios fiel que cumple sus promesas. En la experiencia religiosa auténtica es esencial dejar que Dios hable y se nos diga, en vez de imponerle nuestros esquemas y representaciones.[1]

·         Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: “Conviértanse y crean en esta Buena Noticia”. Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.
·         Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, abandonar las estructuras caducas que no nos permiten el cambio,  promover el “aggiornamento” o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un “corazón nuevo”, una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del Reino de Dios.

·         La principal resistencia al cambio es pensar que uno no necesita cambiar. Conversión: dos movimientos: abandonar, dejar atrás.... Pero principalmente: cambio positivo: “déjense reconciliar con Dios” Jesús anuncia un cambio que es Buena Noticia.[2]

·         La salvación y la condenación proceden de dentro de nosotros mismos: de nuestra capacidad de conversión. Las palabras de Jesús: “no penséis que los que murieron eran más pecadores o más culpables que los demás… y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera” hay que entenderlas en este sentido. Aquellos no fueron castigados por determinados pecados, pero si nosotros (que tal vez nos sentimos a resguardo) no renunciamos a los nuestros y nos convertimos, nos estamos labrando nuestra propia perdición. Porque no es Dios quien castiga, sino que nosotros nos castigamos a nosotros mismos cuando nos alejamos de la fuente del Bien y del Ser.

         "Dios mío: quiero pedirte perdón hoy por haberme olvidado de lo más importante: que eres mi Padre; Señor, nunca más quiero tenerte miedo, soy tu hijo y no tu esclavo. Desde hoy en adelante quiero que estés contento conmigo. Quiero demostrarte con hechos, y no con meras palabras, que te quiero... quiero amarte en cada hombre que me salga al encuentro, porque ésa es tu voluntad. Quiero sufrir con mis hermanos que están sin trabajo, quiero sentir como mía la angustia de miles y miles de jubilados... Haz, Señor, que como Tú, pase por la vida desparramando amor" (Carlos Mugica). [3]


[1] Cfr pág. Web “Ciudad Redonda”
[2] Cfr reflexión del P. Jorge Trucco
[3] Cfr reflexión del P. Diego Fenoglio

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