Los
"otros" hijos
que crecieron con un padre torturador
Durante
15 años, dos especialistas estudiaron las secuelas psíquicas y sociales
sufridas por hijos de militares que participaron de la represión en
la dictadura.
Por Fernando Torrado | 24/03/2013
¿Qué se sentirá ser hijo de un militar en actividad
durante la dictadura? ¿Qué sucedía dentro de sus hogares? ¿Se hereda la
culpa de lo que hicieron los padres? Héctor Bravo, médico psiquiatra; y María
José Ferré y Ferré, psicóloga, intentan responder estas preguntas. Después de
trabajar quince
años con hijos de militares activos
entre 1976 y 1983 se proponen analizar las consecuencias psíquicas
y sociales en esos hijos: síntomas físicos, transgresiones e identificaciones
con el agresor y las víctimas.
Bravo y Ferré y Ferré recibieron a PERFIL en su casa
de Congreso. Los terapeutas se sentaron en el diván, y entre pilas de libros,
CD y un clásico tocadiscos, conversaron sobre estos hijos a los que consideran “otras víctimas” de la
dictadura.
Los especialistas cuentan con las historias
clínicas de los pacientes que aceptaron ser parte de su trabajo, pero
quieren ampliar aún más el universo de estudio. Para eso abrieron una
convocatoria a otros hijos de militares para que sumen su testimonio. Los casos
analizados no involucran sólo a padres torturadores: muchos de ellos son militares que sabían de los
crímenes y guardaron silencio, pero no fueron represores.
El único antecedente de una investigación
similar es “Tú llevas mi nombre. La
insoportable herencia de los hijos de los jerarcas nazis”, de Norbert y
Stephan Lebert, que habla del padecimiento de los hijos que cargan con
apellidos vinculados al nazismo. En el caso de la dictadura argentina, se trata
de una propuesta inédita: “Nunca nadie se ocupó. Algunos han comenzado a
investigar, pero muy pocos. Sobre todo no se ha hecho público”, sostiene Bravo.
Los sueños y pesadillas son las llaves de
entrada que tomaron los especialistas para conocer este sufrimiento oculto.
Estos hijos crecieron con padres que en sus casas los acariciaban y los
cuidaban, mientras fuera de sus hogares, de espaldas a ellos, estaban
vinculados a la represión ilegal. Los pacientes más leves se identifican en sus relatos con la víctima y
no con el victimario. En
sus sueños viven en carne propia lo que padecieron las víctimas de la
dictadura. Persecuciones por desconocidos, delaciones por alguien de confianza
y documentos que se borronean en el agua son algunas de las imágenes que
aparecen en las historias. Los que están más graves, en cambio, se identifican con el padre y no con
la víctima. Estos pacientes sufren delirios y brotes psicóticos, y cuando
evolucionan tienen sueños en los que ellos ya no son victimarios, sino víctimas.
Las conductas de estos hijos no son iguales en mujeres
y varones: ambos géneros
sienten el pasado de sus padres como una carga pesada, pero lo viven de
distinta manera. Ferré y Ferré sostiene que “las hijas mujeres tienen una conducta más pasiva,
como hacer elecciones de pareja en las que la pasaba muy mal y someterse a
situaciones de maltrato. El hijo varón, en cambio, se identifica más con aspectos que sus padres
hubieran repudiado: transgresión, adicciones, homosexualidad, militancia
en partidos de izquierda”. Otra diferencia, señala Bravo, está en la
idealización del padre: “Al
varón le cuesta más romper con el padre. Lo ha tenido idealizado, aunque
lo maltratara. Ese proceso de desidealización se va dando con el tiempo”.
¿Cómo es ir al colegio y aparecer en la lista con un
apellido vinculado a la dictadura? ¿Es fácil entregar un currículum para un
nuevo trabajo? ¿Qué dicen los hijos cuando les preguntan por el trabajo de sus
padres? Cuando eran niños, a la salida de la escuela, no podían repetir dos
veces seguidas el mismo camino. Si querían saber por qué, la respuesta era
siempre la misma: “Porque yo te lo digo”. En la mesa familiar, por temor a
represalias, les insistían que no
dijeran que su papá era militar. Otras veces, los padres cambiaban de
habitación y dormían lo más al
fondo posible de la casa. Este tipo de vivencias afectaron la vida adulta a
través de problemas de adaptación en la universidad y el trabajo.
En las familias de militares había un pacto de
silencio: “De esto no se habla”. Los civiles y militares, si conocían o sabían
algo que pasaba, no lo comentaban en familia: se callaban. Así como en la casa
no asumían el riesgo de hablar del tema, tampoco lo hacían afuera. Bravo asegura que “la sociedad no
discrimina a estos hijos. Tanto que tampoco se sabe de su sufrimiento. Poca
gente ha hablado de esto, por lo cual termina siendo un problema interno de
ellos”. Por eso estos hijos se sorprenden y agradecen cuando en el espacio de
la terapia encuentran un lugar para ser escuchados y acompañados.
La mayoría de estos hijos se enteró de las
torturas y los crímenes de la dictadura a través de la escuela. Saber que en la dictadura hubo
robo de bebés hizo que muchos de ellos empezaran a dudar de su identidad.
¿Seré un hijo de desaparecidos?, se preguntaban algunos. El vínculo con sus
padres ya no era el mismo: cuando estos hijos tuvieron edad para interrogarse
sobre sus padres, ya eran más grandes y compartían pocos momentos con ellos. A los hijos, en general, les
costó animarse a hablarlo. Los padres, salvo excepciones, tampoco dijeron nada.
El silencio de la infancia, lejos de romperse con los
años, se mantiene cuando los hijos son adultos. Muchos de ellos, en una
entrevista de trabajo, dicen que su padre era empleado público. A pesar de
que nada les impide sincerarse, siguen eligiendo ocultar el pasado. ¿Por qué
ocurre esto? Los especialistas coinciden en que los sentimientos de culpa
y vergüenza, junto a la carga del “qué habrá hecho mi papá”, son los que
sostienen y prolongan ese silencio. La tarea de estos hijos, con la ayuda de
los terapeutas, es desencriptar eso que no fue dicho para poder elaborarlo y
que la culpa y la vergüenza no se transmitan de los padres hacia los hijos.
Pocas veces ha pasado que padres e hijos hablen de lo
sucedido en años de dictadura. ¿Cuál es la relación más deseable que pueden
construir? Los especialistas dicen que lo más sano es hablar del tema. No todos
los hijos lo viven de la misma manera. Algunos se enojaron con sus padres por
su pasado y tomaron distancia de ellos. En otros predominó el miedo a empeorar
la convivencia. Bravo y Ferré y Ferré sostienen que la situación ideal es que
los hijos tomen la iniciativa, ya que es difícil que un padre se sincere sobre
su vida pasada.
Los investigadores aseguran que lo que estos hijos y
sus padres no hablaron sobre la represión ilegal en la dictadura igual se
transmite en la vida cotidiana. El pasado de los padres puede aparecer en el
presente de los hijos. Algo similar ocurre en los casos de violencia cotidiana:
muchos chicos que fueron golpeados en la infancia con los años se convierten en
golpeadores. Ferré y Ferré destaca que el análisis y la comprensión sirven para
evitar que se repitan esas conductas no deseadas: “El hecho de que los
descendientes de los victimarios puedan elaborar esto también es una medida de
prevención a futuro en cuanto a conductas de transgresión y de violencia”.
Las veces que padres e hijos pudieron hablar del tema
dieron lugar a distintas reacciones. Ana Rita Vagliati tiene 41 años y es hija
de Valentín Milton Pretti, un policía bonaerense ligado a Ramón Camps y
Miguel Etchecolatz, que participó de
la represión ilegal en el Centro de Operaciones Tácticas I de Martínez.
Su aversión al pasado de su padre la convenció de pedir el cambio de apellido, al
que consideró un “símbolo oscuro” de la dictadura. Hace seis años, la Justicia
autorizó su pedido. A partir de ese momento lleva el apellido materno:
Vagliati.
La
alemana Gudrun Himmler, de 83 años, es protagonista de
un caso inverso: se siente orgullosa de ser hija de un represor. Su papá fue
Heinrich Himmler, jefe de las SS de la Alemania nazi. En su infancia recorrió
el campo de concentración Dachau y presenció los encuentros de su padre con
Adolf Hitler. Lejos de repudiar al nazismo, esta abuela es una de las cabezas
visibles de Stille Hilfe (Ayuda Silenciosa), una asociación que nació en 1951
para pedir la liberación de 700 jerarcas del Tercer Reich. Este organismo
maneja fondos para asistir económicamente a nazis y niega la existencia del
Holocausto.
La frase “Nunca más” simboliza el repudio a la tortura
y desaparición de personas durante la última dictadura. Los especialistas
aseguran que para completar esa consigna hay que abordar las historias de estos
hijos como otra clase de víctimas. “Los hijos de desaparecidos encontraron,
merecidamente, un montón de espacios en los que ser escuchados y contenidos. No
ha pasado así con los hijos de los victimarios”, señala Ferré y Ferré. Bravo
aclara que no es una comparación entre dos tipos de sufrimientos, sino
abordar la existencia de una clase de víctimas desconocidas: “Si se enferman por esto, también
son víctimas”.
http://www.perfil.com/elobservador/Los-otros-hijos-que-crecieron-con-un-padre-torturador-20130324-0032.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario