jueves, 28 de marzo de 2013


Daniel Annone y nosotros
Era uno de los motores principales del Comipaz, combinando con maestría su sobrada experiencia y un espíritu juvenil. 
Marcelo Polakoff.



No escribo estas líneas de manera personal. Lo hago desde un bello “nosotros”, ese que conformamos en el Comité Interreligioso por la Paz, el Comipaz, del que nuestro querido pastor Daniel Annone no sólo era uno de sus cuatro copresidentes en estos últimos 10 años, sino que además había sido uno de sus socios fundadores, en 1998.

 “Nosotros” es un término que incluye a los “otros”, y quienes tienen el don de poder entender esa bendición ensanchan el “nosotros” hasta su mayor dimensión posible, que es la humana. Una dimensión que –para quienes sostenemos lo trascendente como parte esencial de nuestras existencias– se conecta de manera inexorable con lo divino, categoría frente a la cual, más allá de matices y diferencias, todos somos necesariamente hermanos.

En tiempos en que el “nosotros” se ve demasiado reducido en demasiados ámbitos alrededor del globo terráqueo y, por ende, aumentan las tasas de violencia contra tantos “otros”, despedir a Daniel no se nos hace una tarea sencilla. Más aun cuando –ya octogenario– era uno de los motores principales del Comipaz, combinando con maestría su sobrada experiencia y un espíritu maravillosamente juvenil y pujante.

Nunca tuvo Daniel prejuicios contra “otros”, incluso habiendo sido en cierto modo víctima de algunos desprecios dentro de su propia Iglesia y fuera de ella, a veces precisamente por propiciar y fomentar el diálogo interreligioso, del que estaba tan enamorado desde hace tantos años.

Tenía la paciencia y la humildad de los grandes y sabía –y creía con toda su fe– que estaba en el camino correcto, ampliando permanentemente el “nosotros”.

Ese mismo amor lo manifestaba hacia su familia y su Iglesia Evangélica, de las que siempre estuvo plenamente orgulloso, sin sospechar siquiera cuánto de ese orgullo dependía de su propia persona.

No son estos los momentos de una biografía ni de una reseña de sus días. Ya llegará el tiempo para eso. Ahora es tiempo de dolor por su partida, de acompañar a sus seres queridos en el duelo y de estar agradecidos a Dios por su vida tan plena.

Este pastor ha vuelto de algún modo a su casa. Su nombre (lo sabía bien) era de origen hebreo y significa “que Dios me juzgue” o “Dios es mi juez”. Los que tuvimos el privilegio de conocerlo y de quererlo sabemos muy bien lo preciosa que será su sentencia.

Su recuerdo ya es una bendición para todos.

*En nombre de todos los miembros del Comipaz

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