El Papa Francisco
llamado a restaurar la
Iglesia
En las redes
sociales había anunciado que el futuro Papa se llamaría Francisco. Y no me
equivoqué. ¿Por qué Francisco? Porque San Francisco comenzó su conversión al
oír al Crucifijo de la capilla de San Damián decirle: "Francisco, ve y
restaura mi casa, mira que está en ruinas" (San Buenaventura, Leyenda
Mayor II, 1).
Francisco
tomó al pie de la letra estas palabras y reconstruyó la iglesita de la
Porciúncula, en Asís, que aún existe en el interior de una inmensa catedral.
Después se dio cuenta de que era algo espiritual restaurar la «Iglesia que
Cristo rescató con su sangre» (ibid.). Fue entonces cuando comenzó su
movimiento de renovación de la Iglesia, presidida por el Papa más poderoso de
la historia, Inocencio III. Comenzó a vivir con los leprosos y del brazo de uno
de ellos iba por los caminos predicando el evangelio en lengua popular y no en
latín.
Es
bueno saber que Francisco nunca fue sacerdote sino laico solamente. Sólo al
final de su vida, cuando los Papas prohibieron a los laicos predicar, aceptó
ser diácono a condición de no recibir ningún tipo de remuneración por el cargo.
¿Por
qué el cardenal Jorge Mario Bergoglio ha elegido el nombre de Francisco? Creo
que ha sido porque se dio cuenta de que la Iglesia está en ruinas por la
desmoralización debida a los diversos escándalos que han afectado a lo más
precioso que ella tenía: la moral y la credibilidad.
Francisco
no es un nombre, es un proyecto de la Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y
desprovista de todo poder. Es una Iglesia que anda por los caminos junto con
los últimos, que crea las primeras comunidades de hermanos que rezan el
breviario bajo los árboles con los pajaritos. Es una Iglesia ecológica que
llama a todos los seres con las dulces palabras de «hermanos y hermanas».
Francisco fue obediente a la Iglesia y a los papas y al mismo tiempo siguió su
propio camino con el evangelio de la pobreza en la mano. Entonces escribió el
teólogo Joseph Ratzinger: «El no de Francisco a ese tipo imperial de Iglesia no
podía ser más radical, es lo que podríamos llamar una protesta profética» (en Zeit
Jesu, Herder 1970, 269). Francisco no habla, simplemente inaugura lo nuevo.
Creo
que el Papa Francisco tiene en mente una iglesia fuera de los palacios y de los
símbolos del poder. Lo mostró al aparecer en público. Normalmente los Papas y
Ratzinger principalmente ponían sobre los hombros la muceta, esa capita corta
bordada en oro que sólo los emperadores podían usar. El Papa Francisco llegó
sólo vestido de blanco. En su discurso inaugural se destacan tres puntos, de
gran significado simbólico.
El
primero: dijo que quiere «presidir en la caridad», algo que se pedía desde la
Reforma y los mejores teólogos del ecumenismo. El Papa no debe presidir como un
monarca absoluto, revestido de poder sagrado, como prevé la ley canónica. Según
Jesús, debe presidir en el amor y fortalecer la fe de los hermanos y hermanas.
El
segundo: dio centralidad al Pueblo de Dios, como destaca el Concilio Vaticano
II, pero dejado de lado por los dos papas anteriores en favor de la jerarquía.
El Papa Francisco pide humildemente al pueblo de Dios que rece por él y lo
bendiga. Sólo después él bendecirá al pueblo de Dios. Esto significa que él
está allí para servir y no para ser servido. Pide que le ayuden a construir un
camino juntos y clama por fraternidad para toda la humanidad, donde los seres
humanos no se reconocen como hermanos y hermanas sino atados a las fuerzas de
la economía.
Por
último, evitó todo espectáculo de la figura del Papa. No extendió ambos brazos
para saludar a la gente. Se quedó inmóvil, serio y sobrio, yo diría, casi
asustado. Solamente se veía una figura blanca que saludaba con cariño a la
gente. Pero irradiaba paz y confianza. Mostró humor hablando sin la retórica
oficialista, como un pastor habla a sus fieles.
Vale la pena mencionar que es
un Papa que viene de Gran Sur, donde están los más pobres de la humanidad y
donde vive el 60% de los católicos. Con su experiencia como pastor, con una
nueva visión de las cosas, desde abajo, podrá reformar la Curia, descentralizar
la administración y dar un rostro nuevo y creíble a la Iglesia.
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