domingo, 24 de marzo de 2013


  Martín Gelabert Ballester, OP 
En la Eucaristía 
no se celebra 
la Última Cena 



Cuando se acerca la Semana Santa hay quienes se complacen en recordar la relación de estas celebraciones con la Pascua judía. Más aún, algunos dan una gran importancia al hecho de que Jesús, el jueves santo, celebrase la Pascua judía y fuera precisamente durante esta celebración cuando se instituyera la Eucaristía o Pascua cristiana. De hecho, en la liturgia del Jueves Santo la primera lectura, del libro del Éxodo, recuerda precisamente la Pascua judía; y como las lecturas de la liturgia parece que están relacionadas, es fácil caer en la tención de pensar que esta primera lectura es el antecedente de lo que se recuerda en la segunda lectura que relata la tradición eucarística que “procede del Señor”.
  

Hoy, los exegetas y los teólogos no se ponen de acuerdo sobre si aquella Cena, que se conmemora el jueves santo, fue una cena pascual o una cena de despedida. En lo que sí parecen estar de acuerdo es que los relatos sobre aquella cena llevan el sello de la práctica litúrgica. Más aún, estos relatos interpretan las palabras de Jesús sobre el pan y el vino como una institución: lo que allí sucedió debía continuar en las comunidades de discípulas y discípulos de Jesús. Y ahí surge una pregunta decisiva: ¿qué es exactamente lo que el Señor ha mandado celebrar y repetir? Joseph Ratzinger responde claramente: lo que el Señor mandó repetir no fue la Cena pascual (suponiendo que fuera eso lo que él celebró), ni tampoco su última comida en la tierra antes de su muerte. El mandato se refiere sólo, dice Ratzinger, a aquello que constituía una novedad en los gestos de Jesús de aquella noche: la fracción del pan, la oración de bendición y acción de gracias y las palabras sobre el pan y el vino.
  

En otras palabras: lo que la Iglesia celebra no es la última cena de Jesús, sino lo que el Señor ha instituido durante la última cena. No celebramos lo que Jesús celebró, sino lo que Jesús hizo durante aquella celebración. 

De hecho, en las primeras comunidades cristianas, la Eucaristía iba precedida de una cena. Pero debido a los abusos que esto terminó acarreando, a saber, que en la cena había distinciones entre los comensales, los ricos comiendo bien y los pobres comiendo humildemente (encontramos un buen testimonio de esto en la primera carta a los Corintios), debido a estos abusos, digo, ya desde muy pronto se separó la “cena del Señor” y la comida normal, convirtiendo la cena del Señor en una liturgia. Y ahí continuamos hoy, con una liturgia, memorial de la muerte y resurrección de Cristo. Precisamente por eso, su “día” ya no es el jueves, sino el domingo, día en que Cristo resucitó.

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