domingo, 24 de marzo de 2013


Origen de la Procesión de Ramos
José Manuel Bernal




La tendencia dramatizante de la liturgia pascual, que aparece a finales del siglo IV, llevará a una creciente fragmentación del misterio pascual, hasta el establecimiento de una serie sucesiva de celebraciones en las que se conmemoran los diversos aspectos que jalonan la aventura pascual de Jesús. Así ha surgido la semana santa. El primer episodio, con el que se dará comienzo a la gran semana, es la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Así nace el rito solemne de la procesión de ramos, de indiscutible sabor popular.

La primera noticia que conocemos de la procesión de ramos la encontramos en el relato de la peregrina Egeria, a principios del siglo V. «Reunidos todos los fieles junto con el obispo en el monte de los Olivos, al llegar la hora nona se da comienzo a la celebración mediante la lectura del fragmento evangélico en el que se narra la entrada de Jesús en Jerusalén. «Inmediatamente -dice la peregrina- se levanta el obispo y todo el pueblo. Luego, desde la cima del monte de los Olivos se camina totalmente a pie. Todo el pueblo va delante del obispo entonando himnos y antífonas. Y se responde siempre: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Y todos los niños que asisten, hasta los que no pueden andar por ser muy tiernos y que sus padres llevan a hombros, todos tienen ramos en las manos, unos de palmas, otros de olivos. Y así es acompañado el obispo, de la misma manera como fue acompañado el Señor. De la cima del monte a la ciudad y de allí a la Anastasis, todo el mundo va a pie aunque haya allí damas y señores. Y así, respondiendo, acompañan al obispo, despacio, despacio, para que la gente no se canse» (A.Arce, Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid, 1980, 282-285).

Esta forma de celebrar la entrada de Jesús en Jerusalén se extendió primero en Oriente y después en Occidente. Aun cuando las formas litúrgicas varíen y los ritos se multipliquen según la sensibilidad y el contexto cultural de las iglesias, permanecerá siempre invariable, sin embargo, el esquema básico establecido en Jerusalén. 

Las más antiguas noticias de una procesión de ramos en Occidente nos sitúan probablemente en Galia, en el siglo VII. En España era ya conocida en la segunda mitad del siglo VIII. Sin embargo los primeros documentos referentes a esta procesión en España solo se remontan al siglo IX. .
 La procesión comenzaba, por lo general, en un sitio distinto de la iglesia en que había de tener lugar el final de la procesión. La tradición hace hincapié en la conveniencia de que la procesión se inicie en un lugar alto, posiblemente fuera de la ciudad, para marcar con mayor viveza el desplazamiento de Jesús desde el monte de los Olivos. La fuerza dramática de la procesión exigirá que Cristo esté representado o por la persona del obispo, como ocurre en Jerusalén; o por la Cruz, como parecen sugerir las antiguas fuentes romanas; o por el libro de los Evangelios, llevado solemnemente envuelto en un paño rojo; o, como ocurría en las iglesias de Alemania desde el siglo X, por el Palmesel (el burro del Domingo de Ramos) que consistía en la representación plástica de Cristo sobre el asno, de inspiración bíblica ciertamente, pero al mismo tiempo de indiscutible sabor popular; o, finalmente, como nos informa Lanfranco de Bec, por la Sagrada Hostia llevada con toda solemnidad. Esta costumbre, que aparece en el siglo XI, solo es explicable en el contexto de reacciones antiheréticas que marcaron fuertemente y de manera obsesiva a las iglesias de la Normandía a raíz de la crisis de Berengario.

El colorido popular de la procesión resalta aún más al tener en cuenta los ritos y ceremonias que acompañaban el ingreso en la ciudad y que solía hacerse por las puertas grandes de la muralla, junto a la torre de la guardia. Este era el momento álgido de la celebración. La muchedumbre tapizaba de ramos y palmas el suelo por donde debía pasar el clero con la Cruz o el libro de los Evangelios; los niños cantaban el célebre himno Gloria, laus et honor, compuesto por el obispo Teodulfo de Orleans. La leyenda ha rodeado de misterio la composición del himno y nos asegura que el obispo, encarcelado por el rey Luis el Piadoso, cantó por vez primera el himno desde la ventana de la prisión situada en una de las torres de la muralla. Por ese motivo existía la costumbre de que un niño alternara con el pueblo las estrofas del himno cantando desde lo alto de una torre o desde lo alto de la fachada de la iglesia.

Hasta la segunda mitad del siglo X la liturgia romana de la Curia Pontificia solo conocía la celebración del Domingo VI de Cuaresma o Domingo II de Pasión y no el Domingo de Ramos. La primera noticia de una celebración romana del Domingo de Ramos precedido de la Procesión aparece en el Pontifical Romano-Germánico. Esta noticia nos permite afirmar que la Procesión de Ramos fue introducida en Roma a principios del siglo XI.

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