Domingo de Ramos (C) Lucas 22,14-23,56
ANTE EL
CRUCIFICADO
JOSÉ ANTONIO PAGOLA,
Detenido
por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el
Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen
buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera
la ejecución.
El
silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los
evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves,
pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y
agradecimiento a Jesús crucificado.
Lucas
ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre
estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que
descubren lo que hay en su corazón: "Padre, perdónalos porque no saben
lo que hacen". Así es Jesús. Ha pedido a los suyos "amar a sus
enemigos" y "rogar por sus perseguidores". Ahora es él mismo
quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.
Esta
petición al Padre por los que lo están crucificando es, ante todo, un gesto
sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable de Dios. Esta es la
gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su
misericordia no tiene fin.
Marcos
recoge un grito dramático del crucificado: "¡Dios mío. Dios mío! ¿por
qué me has abandonado?". Estas palabras pronunciadas en medio de la
soledad y el abandono más total, son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente
que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su
silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?
Este
grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a
Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en
labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte:
Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a responder nunca a los gritos y
quejidos de los inocentes?
Lucas
recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús
mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi
un susurro: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Nada
ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su
espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El
Padre romperá su silencio y lo resucitará.
Esta
semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la Pasión y
la Muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús
crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.
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