martes, 29 de enero de 2013


Protagonismo de la comunidad
José Manuel Bernal





Al hilo de la propuesta de Fritz Lobinger en su libro sobre los “Ministros ordenados” voy a intentar acercarme a uno de sus puntos más centrales. Es una de las bases de su sorprendente propuesta. En su planteamiento el eje del proyecto es la comunidad local. De ella surge el problema que se pretende resolver. Porque es en el marco de las comunidades locales, sobre todo en la diáspora y en el campo, donde se siente más al vivo la ausencia de presbíteros, donde las comunidades locales se sienten más desatendidas, donde se percibe con más agudeza el riesgo de no poder reunirse para celebrar la eucaristía dominical.

En este contexto se sugiere la posibilidad de que la comunidad misma, debidamente informada y motivada, elija de entre los miembros de la misma a quienes puedan, en su momento, asumir el encargo de atender, servir y dirigir la marcha de la comunidad. Para el obispo Lobinger es fundamental que los ministros ordenados, quienes van a servir a la comunidad, sean extraídos de la misma comunidad. Que no vengan de fuera. Porque de este modo podrán sentirse más cercanos a los hermanos, más implicados, más identificados con ellos, sin barreras y sin distancias.

Más aún, los elegidos no entrarán a formar parte de ningún grupo social privilegiado. Vivirán de su trabajo profesional, en el seno de una familia normal. Serán elegidos en equipo, para poder desarrollar un trabajo pastoral de forma colegiada. Una vez elegidos y después de haber recibido una formación específica, serán presentados al obispo para recibir el sacramento del orden mediante la imposición de las manos del obispo y de todo el colegio presbiteral.

Ellos serán enviados a la comunidad que los eligió. Allí, en la comunidad local, es donde el equipo de ministros ordenados desarrollará su misión pastoral, en comunión con el obispo y con todos los presbíteros de la iglesia local. Ellos serán los responsables de dirigir la comunidad, de acompañar a los hermanos en los momentos importantes, de anunciarles el mensaje evangélico y de educarlos en la fe; ellos, que presiden la vida de la comunidad, tendrán también la misión de presidir a los hermanos cuando se reunen en asamblea para celebrar la eucaristía. Ellos deberán animar a los hermanos, motivarles, promover la oración, proclamar la acción de gracias con toda su fuerza y repartir los dones de la eucaristía entre los hermanos. Esa tarea no será un privilegio, sino un servicio a la comunidad. En última instancia ellos, los ministros ordenados, serán quienes tienen la importante misión de hacer presente a Cristo entre los hermanos.

La comunidad local será el centro en el que ellos desarrollarán su vocación de servicio. Lo harán a tiempo parcial, por supuesto. Porque ninguno de ellos dejará su trabajo profesional; del que vivirán ellos y su familia. No percibirán, en cambio, ninguna paga por su dedicación pastoral. Esto les garantizará una mayor libertad, les permitirá una mayor integración, una presencia más soldaría entre los hermanos. Los otros sacerdotes de la iglesia local, los que han pasado por el seminario y han asumido el celibato, estarán en condiciones de colaborar más estrechamente con el obispo y de desplazarse a las comunidades locales para animar y educar a los ministros ordenados. Eso permitirá, sin duda, reavivar la comunión eclesial, impulsar la fraternidad y hacer de la iglesia local un conjunto de comunidades locales en torno al obispo.

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