jueves, 17 de enero de 2013


Martín Gelabert Ballester, OP 
Fidelidad no es repetición 



Hay personas que me han dicho: “no estoy de acuerdo con lo que usted afirma sobre tal tema”. Estar en desacuerdo en temas teológicos es legítimo y enriquecedor. Ahora bien, para estar en desacuerdo hay que comprender lo que dice un autor y ofrecer razones del desacuerdo. Esto último no resulta tan sencillo como manifestar el desacuerdo. Para apoyar su desacuerdo hay personas que apelan a “lo que dice el Magisterio”, y en ocasiones, lo que dice el Magisterio se reduce a lo que dice el Catecismo. No entro ahora en los distintos grados de Magisterio, pero sí digo que, aunque la teología tiene una referencia ineludible al Magisterio, su misión no es repetir al Magisterio. Las explicaciones teológicas buscan hacer más comprensible la fe en función de determinadas situaciones culturales, vitales e históricas.



Puede ocurrir, suele ocurrir y, casi me atrevo a decir, debe ocurrir, que una explicación teológica no repita lo que dice el Catecismo. Las repeticiones, en este caso, están de sobra, porque para eso ya tenemos el texto del Catecismo. No repetir lo que dice el Catecismo no significa estar en contra. La repetición, incluso, puede ser en ocasiones la mayor de las infidelidades. Eso es claro cuando las palabras han cambiado de sentido o se toman de forma descontextualizada. Cuando decimos, por ejemplo, que en Dios hay tres personas, estamos diciendo algo fundamental sobre el Dios cristiano. Siempre que se entienda bien. Porque si por persona se entiende un centro de conciencia, de personalidad, de libertad, de autonomía (que, por cierto, es lo que entiende mucha gente), con este concepto de persona estamos ofreciendo una mala compresión del Dios cristiano. Por eso, la afirmación dogmática sobre la tripersonalidad divina, es necesario que la teología la explique, aclarando que, tanto en Dios como en los humanos, la persona se define por su relacionalidad constitutiva. La explicación puede ser más acorde con la fe que la simple repetición mal entendida.



Cuando me dicen: “no estoy de acuerdo con su explicación teológica”, suelo replicar: perfecto, tiene usted todo el derecho y, en ocasiones, el deber de no estar de acuerdo. Pero si quiere que nos entendamos y nos aclaremos a propósito de su pensamiento y del mío, convendría que me explicara usted qué es exactamente lo que yo digo, y luego las razones por las que usted no está de acuerdo con lo que digo. Una vez hice esta prueba y termine diciendo a mi interlocutor: yo no me reconozco en eso que usted me atribuye.

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