jueves, 17 de enero de 2013


col meier

"Si el nacimiento en Belén es simplemente un símbolo teológico de la mesianidad davídica de Jesús, ¿se puede decir lo mismo de la afirmación, explícitamente formulada en los relatos de la infancia, de que Jesús, a través de José, pertenecía legalmente a la casa de David? Para responder a esta pregunta, primero debemos conocer con claridad lo que dicen los relatos de la infancia. En contra de una idea generalmente sostenida por la teología cristiana posterior -idea que tiene su origen en Ignacio de Antioquía y Justino mártir, ambos del siglo II , el NT nunca dice que María fuese de la tribu de Judá ni de la casa de David. La única indicación sobre el linaje de María aparece en Lc 1, donde se dice de Isabel que es (v.5) «de las hijas de Aarón» (por tanto, de una estirpe sacerdotal perteneciente a la tribu de Leví) y también (v. 36) "pariente" (singuenis un término vago) de María. Si interpretamos a Lucas literalmente, la ascendencia de María sería levítica y, caso, aarónica . Sin embargo, es discutible que esta connotación de Lc 1 suponga alguna información histórica.
En su relato de la infancia, Lucas maneja dos ciclos narrativos de anunciación y nacimiento, uno correspondiente al Bautista y el otro a Jesús. En su mayor parte, los dos ciclos discurren paralelos, sin nexos entre ambos. El solo punto de contacto directo es el parentesco entre María e Isabel, que da lugar a la "visitación" (1,39-56), la única vez en que se cruzan ambos ciclos. Esta intersección de dos ciclos, por lo demás independientes, mediante la relación de María con Isabel, bien podría ser obra de Lucas , por eso dicta la prudencia no conceder peso a los textos que implican un linaje levítico de María. En el fondo, tenemos que admitir nuestra ignorancia respecto a su genealogía.
En realidad, está fuera de lugar toda consideración del linaje de María a partir del NT En el ambiente judío del que proceden los relatos de la infancia, la genealogía de un niño se trazaba a través de su progenitor varón, fuera o no su padre biológico. Esto difiere sobremanera de nuestra idea de la paternidad. A los ojos de los modernos occidentales, el padre biológico, no el adoptivo, es el verdadero padre, para el AT, el padre legal era el verdadero padre, hubiese procreado físicamente o no al hijo. Por eso es el linaje de José el que determina el de Jesús, punto éste que aparece subrayado no sólo en los relatos de la infancia en general, sino -lo que es más importante- también en los mismos pasajes que inculcan la idea de la concepción virginal de María.
Esta afirmación de que Jesús desciende de David se podría catalogar fácilmente, junto con su nacimiento en Belén, como teologúmeno (una idea teológica narrada como un acontecimiento histórico), si no fuera por el hecho de que numerosas y diversas corrientes de la tradición neo testamentaria también afirman el linaje davídico de Jesús. Especialmente interesante es la fórmula primitiva del credo que Pablo cita en Rom 1,3-4, y donde en parte se dice que Jesús «nació de la estirpe de David por línea carnal» . Lo sorprendente aquí es que Pablo, escribiendo al final de la primera cincuentena de nuestra era a una iglesia que nunca había recibido su visita ni su enseñanza, pueda suponer que los cristianos romanos reconozcan esta fórmula de fe como una expresión de su fe compartida y una base para una discusión posterior. El auténtico motivo por el que Pablo empieza su epístola con tal fórmula es que ésta constituye un terreno común que comparte con los romanos y le sirve para mostrarse ante ellos como un "verdadero creyente" que profesa su misma fe. Los cristianos romanos eran, al parecer, un grupo heterogéneo plagado de tensiones y, por lo menos algunos de ellos, podrían haber encontrado sospechosa la versión paulina del Evangelio. Sin embargo, al acabar la década de los cincuenta, unos veintiocho años después de la crucifixión de Cristo, Pablo y los cristianos romanos podían coincidir, sin gran dificultad, en el origen davídico de Jesús como fundamental objeto de fe. Lo cual es tanto más llamativo cuanto que el mismo Pablo no da gran relevancia a ese aspecto, que nunca aparece en las formulaciones de las ideas teológicas paulinas.
Que esta creencia en el linaje davídico de Jesús arraigó tempranamente en algunas fórmulas del credo cristiano lo confirma la que se cita en 2 Tim 2,8: «Acuérdate de Jesús el Mesías, resucitado de la muerte, nacido del linaje de David». Aunque no fue el mismo Pablo quien compuso la segunda carta de Timoteo, sino un discípulo suyo hacia el final del siglo 1, los críticos coinciden generalmente en que 2 Tim 2,8 representa una profesión de fe cristiana primitiva que circuló mucho antes de ser escritas las epístolas pastorales.
Aparte de las epístolas paulinas, la creencia en que Jesús era de origen davídico también aparece difundida en otras corrientes del cristianismo primitivo. Lo afirman Marcos (10,47; 12,35-37) 55, Mateo (9,27; 12,23; 15,22; 20,30; 21,9.15; 22,42-45) 56 Y Lucas (3,31; 18,38-39; 20,41-44; Hch 2,25-31; 13,22-23) 57. La epístola a los Hebreos no llama directamente a Jesús "hijo de David", pero el gran énfasis en Jesús como Rey-Sacerdote-Mesías en la línea de Melquisedec, rey-sacerdote de Jerusalén (capítulo 7), más la declaración explícita del autor respecto a que Jesús nació no de la tribu de Leví, sino de la de Judá (Heb 7,14), hace plausible que el autor conociese la tradición del origen davídico . Que esta tradición se valoraba en las corrientes apocalípticas más fogosas del cristianismo primitivo se advierte claramente en Ap 3,7; 5,5; 22,16.
Resumiendo: hubo en el cristianismo del siglo l una creencia en el origen davídico de Jesús, de la que existen abundantes testimonios, y de la que ya se hablaba en la primera generación cristiana, sobre todo dentro del contexto de la resurrección. Si examinamos las fórmulas confesionales de Rom 1,3-4 y 2 Tim 2,8, así como los sermones de Pedro y Pablo en Hch 2,24-36 y 13,22-37, el objeto de afirmar que Jesús es «de la estirpe de David», parece ser que en Jesús, y especialmente en su resurrección, Dios cumplió la promesa hecha a David en 2 Sm 7,12-14: «Estableceré después de ti una descendencia tuya [...] y consolidaré su reino. [...] Consolidaré su trono real para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo». Quizá, pues, la primera conexión que la fe cristiana hizo entre Jesús y el origen davídico fue dentro del contexto de su resurrección y a la luz de la promesa veterotestamentaria a David."

John P. Meier
Extracto de V. Daniel Blanco
Continuará... Linaje de David II

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