martes, 15 de enero de 2013


Ciencia y religión hoy (II)
De “vástagos parricidas” a “hijas emancipadas”




Andrés Torres Queiruga, 
en Encrucillada 


Por su propio dinamismo la conciencia de la diferenciación cultural, aunque no logró empapar toda la cultura, fue aclarando el panorama. La dureza de las polémicas decimonónicas, con descalificaciones abruptas desde ambos lados, bien ejemplificadas en España por la obra de J. W. Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia (de 1874, traducida en España en el 1885, con un prólogo nada menos que de Nicolás Salmerón), no son lo normal en la actualidad.

De hecho, casos como los de los "nuevos ateos", por un lado, y de los fundamentalistas anti-evolución, por el otro, representan reacciones residuales, que ejemplifican la afirmación rahneriana: descendientes atrasados del siglo XIX.

Fuera de esas estrecheces, el ambiente resulta mucho más positivo. Con motivo del tercer centenario de los Principia de Newton, en 1987, el papa Juan Pablo II organizó un Congreso Internacional. En una carta que antepuso a las actas, publicadas con un título significativo Física, Filosofía y Teología: Una búsqueda en común, refleja con vigor y claridad el nuevo clima.

En él proclama la legitimidad de la diferencia entre ciencia y religión, mientras respeten la autonomía de cada una y procedan con espíritu de diálogo: Mientras continúen el diálogo y la busca en común, se avanzará hacia un entendimiento mutuo y un descubrimiento gradual de intereses comunes, que sentarán las bases para ulteriores investigaciones y discusiones. Qué forma adoptará esto exactamente, tenemos que dejárselo al futuro.

Procediendo así, "la ciencia puede liberar a la religión de error y superstición; la religión puede purificar a la ciencia de idolatría y falsos absolutos". Y la beneficiaria será la humanidad como tal, como hace poco recordaba Benedicto XVI: En la gran empresa humana de la lucha para descubrir los misterios del hombre y del universo, estoy convencido de la urgente necesidad de continuar el diálogo y la cooperación entre los mundos de la ciencia y de la fe para la construcción de una cultura de respeto del ser humano, de su dignidad y su libertad; para el futuro de la familia humana y para el desarrollo sostenible a largo plazo de nuestro planeta.

Hace falta, pues, barrer los restos obsoletos de desconfianza religiosa ante los avances de la ciencia, por un lado, y de rancia mentalidad positivista, por otro: condenar el evolucionismo en nombre de la religión resulta tan anacrónico como basar el ateísmo en la ciencia. Y, desde luego, se impone evitar esa persistente mezcla de planos que lleva a seguir pensando que la ciencia ocupa el todo de la realidad, de suerte que cuanto más avance ella más retrocedería la religión, hasta que el avance científico acabase matando el espíritu religioso.

Sigue siendo urgente tomar en serio, por lo menos como alerta, el dicho diversamente repetido, desde Fray Luís de León, pasando por Francis Bacon a Carl von Weiszäcker: la poca ciencia aleja de Dios, la mucha lleva la Él (o, digamos más modestamente, puede llevar a Él) .

Desde una concepción crítica y abierta tanto del espíritu religioso como de la racionalidad científica, no tiene sentido ver en las ciencias "vástagos parricidas" que -en progreso à la Comte- irían matando poco a poco la madre que las albergó en la infancia cultural. Por el contrario, llama a considerarlas cómo "hijas emancipadas", que desde su perspectiva específica contribuyen al bien de la única y común humanidad. Es hora de pasar por fin de la guerra a la colaboración, de la polémica intransigente al diálogo fraterno.

Ciencia e relixión hoxe: apuntes e perspectivas: Encrucillada 36/180 (2012) 10-35

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